Resistencia contra el ruido

En la Part Alta de Tarragona se vienen sufriendo graves molestias desde que, en septiembre del 2017, se inauguró la discoteca Bloomsbury. En noviembre de ese mismo año se abrió el primer expediente municipal, producto de las quejas del vecindario cuyos edificios colindan con la discoteca.

El malestar continuado por los ruidos en el interior y exterior del local, que superan los decibelios permitidos; las peleas frecuentes y los comportamientos violentos de la clientela que obligan a una presencia recurrente de la Guardia Urbana; la utilización de las calles adyacentes como urinarios públicos; la inadecuada gestión de restos de botepasando llas... Todo esto genera un profundo disgusto en el vecindario y la percepción de inacción por parte de las autoridades municipales, además de una serie de dolencias directamente relacionadas: estrés, insomnio y cuadros de ansiedad.

Tal y como afirma la Plataforma Unidos Contra el Ruido desde Valladolid: «La cacería del vecino sensible al ruido existe, no son paranoias; es otro modelo de gentrificación orquestado a través del ruido y que consiste en hacer la vida imposible a los vecinos que se consideran molestos para el negocio, hasta conseguir expulsarles de su hogar».

Y esto es, ni más ni menos, lo que algunas personas sentimos que está

desde hace un tiempo en la Part Alta de la ciudad. El pasado mes de mayo, se publicó un artículo en un periódico local en el que diversas plataformas y asociaciones de vecinos de la Part Alta reclamaban un poco de sentido común a la Administración municipal sobre la gestión de las actividades nocturnas en el barrio y se concluía que «este debate se está evitando». Y, mientras no llegue, me declaro en emergencia permanente por mi derecho a la resistencia contra el ruido.