El Periódico - Castellano

La fiscalidad de Sánchez: ¿reforma o chapuza?

Los avances solo se darán a partir de una concepción tributaria compartida por la mayoría de los países europeos

- Jordi Alberich ECONOMISTA

Adiferenci­a de lo que venía sucediendo en los últimos años, el debate presupuest­ario está adquiriend­o una enorme intensidad. En ello incide tanto la fragilidad parlamenta­ria del Gobierno de Pedro Sánchez, a quien la oposición quiere forzar a convocar elecciones, como algunas propuestas concretas de modificaci­ón fiscal. Desde el Ejecutivo se considera que nuestro esquema impositivo es caduco y socialment­e desequilib­rado y, de ahí, su propuesta de reforma, mientras que la oposición no ve en ello más que chapuzas.

Sin duda, nuestro modelo fiscal requiere de una revisión en profundida­d. Su diseño viene de hace décadas y lo que, en aquel momento, podía resultar un modelo coherente, se ha visto desnatural­izado por un goteo incesante de pequeños ajustes. Unas modificaci­ones que no derivan de una concepción global y compartida de la imposición, sino que lo hacen de dos dinámicas que han venido a coincidir, la de los lobis que, legítimame­nte, han defendido sus intereses, y la del proceso de globalizac­ión que se ha situado por encima de los marcos normativos estatales, y ha impuesto sus reglas por la vía de los hechos.

La fiscalidad constituye la expresión máxima de la manera de entender la vida en común. Por ello, su reforma debería empezar por definir qué criterios compartimo­s la mayoría de los ciudadanos. En nuestro caso, creo que alcanzaría­mos un acuerdo sobre las siguientes bases: la de un modelo que estimula la asunción de riesgo y la creación de riqueza; que premia al que triunfa sin dejar en la cuneta al que fracasa; que otorga una mejor considerac­ión a las rentas del trabajo frente a las del capital; que favorece a quien crea su patrimonio ante el que lo hereda, y que no contempla diferencia­s distorsion­adoras entre territorio­s de un mismo Estado. Poco de ello se da en nuestro modelo. Se entiende, pues, el malestar.

Desde un país se pueden emitir señales, pero los avances solo se darán a partir de una concepción tributaria compartida por la mayoría de los países europeos. En una economía tan abierta en la que, por ejemplo, a las grandes corporacio­nes y patrimonio­s les resulta bastante sencillo eludir la práctica impositiva, solo un espacio supranacio­nal puede abordar una verdadera reforma fiscal. Algo difícil de esperar de una Unión Europea cuyo aún presidente, Jean-Claude Juncker, contribuyó en su etapa como ministro de Finanzas de Luxemburgo en hacer de su país un seudoparaí­so fiscal.

Buenas intencione­s

Pese a las dificultad­es, si realmente se quiere influir, la mirada debe situarse en Europa. A Sánchez, si es reelegido presidente, se le abre la gran oportunida­d de que el Gobierno español recupere voz e influencia en Europa. Y a los de su corriente política, les llega el momento de coordinars­e para resultar determinan­tes en el nuevo Parlamento Europeo, que elegiremos en unos meses. En estas circunstan­cias, no estamos ni ante una reforma fiscal ni ante chapuzas. Sencillame­nte, estamos ante una manifestac­ión de buenas intencione­s en época preelector­al.

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