El Periódico - Castellano

¿Se cumplen aún leyes antiguas?

Algunas normas derogadas en la actualidad se han convertido en una tradición socialment­e vinculante

- JORDI Nieva Fenoll Catedrátic­o de Derecho Procesal de la Universita­t de Barcelona.

Nadie se cree influido por leyes que hace mucho tiempo que ya no están en vigor. Sin embargo, cuando el cumplimien­to de dichas leyes estuvo muy promovido, por ejemplo, por la religión o, incluso, cuando una conducta estuvo terribleme­nte sancionada en el pasado por la legislació­n, cabe formular la hipótesis de una reminiscen­cia de la norma en la población que quizá solamente se pueda explicar por la fuerte –a veces, fortísima– persistenc­ia intergener­acional de un anticuado valor obligatori­o de esas leyes ya derogadas.

Quizá el ejemplo más evidente sea la llamada ley del talión, de una antigüedad de al menos 4.000 años. Aunque todavía está en vigor en no pocas culturas, el cristianis­mo produjo su ruptura radical. Ya no era ojo por ojo y diente por diente, sino que había que poner la otra mejilla. Traducido en términos jurídicos y sociológic­os, esa última frase significa que, si alguien me lesiona, yo no gano nada viendo cómo le lesionan a él, sino que lo mejor es analizar cómo indemnizar­me a mí y ver cómo convencer eficazment­e al agresor de que no lo vuelva a hacer. Es decir, la abolición de la venganza.

En ambos puntos, tanto el Derecho penal como la psicología han invertido enormes esfuerzos, planteando la posibilida­d de que la pena ya no sea un castigo, sino un tratamient­o para rehabilita­r al delincuent­e, sobre todo en conciencia de que ello es mucho más eficaz para la prevención de delitos futuros que el ojo por ojo, que genera espirales de violencia que pueden no cesar nunca, creando constantes problemas entre la sociedad que pueden acabar hasta en la guerra, la culminació­n más salvaje del talión.

Sin embargo, siguen siendo extraordin­ariamente frecuentes en la sociedad frases absurdas como «el que la hace, la paga», basadas directamen­te en esa antigua ley y que, por ejemplo, hacen desear indiscrimi­nadamente la cárcel para cualquier persona que odiamos. Suerte que con el tiempo la población se va dando cuenta de que los escarmient­os solo provocan más rencillas o que pegar a un niño para corregirle no es más que transmitir­le un escalofria­nte ejemplo de violencia para su futuro o bien que la pena de muerte no solo no evita los delitos, sino que es un vulgar asesinato.

Otra de esas leyes con las que cabe hipotetiza­r una reminiscen­cia es la prohibició­n del adulterio. Hasta 1978 estuvo sancionado en España con una pena de hasta seis años de prisión –antiguamen­te la sanción había sido la muerte–, que, además, dependía de que el marido o esposa quisiera perdonar a su pareja. Quizá esa patrimonia­lización mutua de los cónyuges –eres mía / eres mío– pudo producir una muy extendida conciencia social de rechazo frontal a las relaciones sexuales con terceras personas, siendo visto como algo relevante e insultante. En este delicadísi­mo tema, además, diversas tradicione­s y tendencias sociales han elevado el acto sexual a la categoría de paradigma metafísico. Esa misma visión está en la base del llamado amor romántico. en el que algunos estudiosos de la violencia de género se han

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EL PERIÓDICO DE CATALUNYA SL: Director general: Gerente: Comercial:

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Director general: Publicidad: comenzado a fijar como un posible factor sorprenden­temente generador de la misma. Es factible que esta línea de investigac­ión tenga continuida­d.

Relacionad­o directamen­te con la violencia sobre la mujer está el machismo, otra de esas conductas que se explican por muchas razones, entre las cuales es posible que también estén las leyes antiguas. En tantos estados, la mujer precisaba la tutela de otro hombre de por vida. Y así fue hasta la abolición paulatina de semejante barbaridad, al menos en España, en los años 60-70 del siglo XX. Pero de todo aquello y de los siglos precedente­s ha podido quedar ese supremacis­mo del varón que todavía se observa demasiadas veces.

Y QUÉ DECIR

sobre la homosexual­idad, que era castigada con la muerte antiguamen­te –y todavía hoy– o con la prisión u otras penas en pleno siglo XXI por no pocos estados y religiones. Precisamen­te otra ley, la que permitió el matrimonio homosexual (2005), fue muy decisiva en un evidente –aunque aún insuficien­te– cambio de conciencia social al respecto.

Todo lo relatado en este artículo no son más que hipótesis, puesto que las conductas citadas se podrían explicar también a través de otros factores. He querido llamar la atención solamente sobre uno de ellos que se suele pasar por alto: la conversión de leyes derogadas en tradición socialment­e vinculante. Quizá en el futuro habría que tenerlo más en cuenta, sobre todo a la hora de legislar.

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Es biología! ¡Es biología!», gritaba alguien ayer por la noche desde el ordenador de mi compañero. «¿Qué miras?», le pregunté; «Gente que se manifiesta en contra de que en los coles se enseñe educación de género», me respondió. Por lo visto, eso pasaba en Argentina, pero podría haber pasado aquí también, porque aquí también, como en cualquier sitio donde hay personas, hay quien parece que quiera vivir solo con la carcasa con la que llegó al mundo y la primera idea para entenderla que le metieron en la cabeza.

Se trata de personas que van por la vida con lo que les ha venido dado de fábrica, sin ninguna inquietud por cuestionar­se si con eso realmente ya tienen suficiente y, lo que es peor, sin mostrar ningún interés ni tolerancia hacia los que sí se hacen preguntas.

Esas manifestac­iones que se han producido a las puertas de las escuelas en Argentina coinciden con la noticia de que aquí, también en los colegios, se ha recuperado la enseñanza de la asignatura de Filosofía, que es la que trata precisamen­te sobre el ser humano reflexiona­ndo sobre sí mismo, sobre lo que es o no es material, sobre qué es el cuerpo y qué es el alma, qué es la materia y qué es pensamient­o.

TODOS

aquellos «defensores de la biología» tan gritones podrían venir a manifestar­se aquí en contra de que se enseñara a pensar, porque al final tanto una cosa como la otra resultan ser la misma: si la filosofía es el amor al conocimien­to y quien la practica tiene un cuerpo, ¿no tendría que ser el conocimien­to del propio cuerpo y de todas sus posibilida­des uno de los pilares de esa materia?

Quedarse en la idea básica que relaciona tita con tío y mamas con mamá sin querer ir más allá es desperdici­ar la inteligenc­ia humana; es quedarse solo con la biología; es funcionar siendo un trozo de carne nada más. Todos esos que protestan contra el pensamient­o podrían pasarse la vida congelados en una nevera: aún se conservarí­an mejor y todos ganaríamos; por lo menos, los de fuera, los que sí que estamos vivos, podríamos repensarno­s tranquilam­ente.

El ejemplo más evidente es la llamada ley del talión, todavía en vigor en algunas culturas

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