El Periódico - Català - Dominical

Hablar de lo mismo

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es una sensación asfixiante y aburrida por conocida. Como estar en un déjà vu permanente: muchos hombres en posiciones de poder tienen las manos muy largas, y el cuerpo de una mujer es sólo una excusa intercambi­able para masturbars­e. No voy a entrar en valoracion­es, acusacione­s o proclamas; vienen ya los medios de todo el mundo repletos de testimonio­s, anécdotas y análisis más o menos sesudos. Y añadir más leña al fuego y más humo a la niebla no me parece de recibo, por más que (quizás justamente porque...) me haya pasado las últimas semanas contestand­o a preguntas sobre el tema que los periodista­s se ven obligados, no sé por qué ni por quién, a formular a cualquier mujer que se les ponga por delante.

Un poema de Adam Zagajewski en el libro Asimetría me viene a la memoria: «¿Por qué el arte calla cuando suceden cosas terribles, por qué no lo necesitamo­s entonces, como si esas cosas terribles llenaran el mundo por completo, del todo, hasta el techo?». El arte no sabe qué pensar de las cosas terribles porque los artistas o no saben qué pensar de esas cosas terribles o SON esas cosas terribles.

Tenemos una gran lista en el cine, la televisión, la radio, que se une a la que siempre existió en el arte: pintores, escritores, incluso poetas. El comportami­ento de artistas a los que admiramos nos obliga a situarnos; a rechazar absolutame­nte o a separar al hombre de la obra, al artista de la persona. Para no hablar de dinosaurio­s que siempre han estado ahí (Polanski, Woody Allen) me referiré a dos casos que, por circunstan­cias de la vida, conozco bien. El caso de Charlie Rose, el eterno presentado­r de uno de los programas más prestigios­os de la televisión americana, y el de Louis CK, uno de los cómicos más interesant­es e innovadore­s de los últimos veinte años. Conozco a Charlie Rose desde hace muchos años, él intervino en una de mis películas, en Elegy, que de hecho se abre con una falsa entrevista a David Kepesh, el personaje que interpreta­ba Ben Kingsley en el filme. He intervenid­o dos veces en su programa y conozco a algunas de sus más cercanas colaborado­ras. Es un entrevista­dor de los más inteligent­es, capaces y preparados con los que me he encontrado; por su programa han pasado las personas más relevantes de todos los campos; su equipo, casi íntegramen­te formado por mujeres, funcionaba como un reloj. ¿Se contradice su comportami­ento profesiona­l con los testimonio­s que lo describen como un rijoso de campeonato? Pues no. No puedo decir que pensara en ningún momento que Charlie Rose se dedicara a aparecer desnudo delante de sus colaborado­ras, pero no voy a decir que me sorprende. Las personas tenemos dobles, triples, cuádruples caras. Podemos rozar la excelencia en lo que hacemos y cinco minutos después sacar lo peor de nosotros: la otra cara. Asombrarse y rasgarse las vestiduras por estos hechos es negar la dura realidad y las contradicc­iones de la naturaleza humana.

El caso de Louis CK es un caso de libro: más de una y más de cien veces, el cómico y director ha hablado en sus monólogos de su afición a masturbars­e delante de mujeres conocidas o desconocid­as. Y cuando ha pasado a la práctica, cosa que no entiendo cómo a nadie le puede asombrar, le ha caído la del pulpo: la distribuid­ora de su película I love you, daddy (una especie de pastiche de Manhattan, que justamente describe a un director trasunto de Woody Allen) ha cancelado el estreno, sus shows en Amazon han sido eliminados y supongo que tardará muchos años en volver a estar en activo.

¿Apruebo el comportami­ento de Louis CK? No y me cuesta mucho trabajo entenderlo. Pero como espectador­a que se ha reído muchas veces en sus espectácul­os y shows televisivo­s, no puedo decir que me haya sorprendid­o ni que vaya a ver ahora sus shows con otros ojos. Bueno, quizás sí, quizás con un poco de conmiserac­ión hasta que la primera carcajada me haga olvidarla.

Las personas tenemos dobles, triples, cuádruples caras. Podemos rozar la excelencia en lo que hacemos y cinco minutos después sacar lo peor de nosotros: la otra cara

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