El Periódico Extremadura

Los secretos del cementerio

Entre pasillos empedrados, panteones de piedra con verjas de hierro y cipreses se cuenta la historia de esta ciudad. Casi dos siglos de alegrías, amores, desgracias y muerte resumidas en lápidas que miran el paso del tiempo allí detenido

- CARMEN HERNÁNDEZ MANCHA caceres@extremadur­a.elperiodic­o.com CÁCERES

Un cementerio es un lugar que guarda el recuerdo de la vida de muchas personas. Sus tumbas cuentan sus historias.

La asociación Norbanova Cáceres ha realizado un paseo por la parte antigua del cementerio cacereño para conocer parte de estas vidas, que pone broche final a las II Jornadas Góticas. El historiado­r y cronista oficial de Cáceres, Fernando Jiménez Berrocal, ha sido el encargado de desvelar los secretos del lugar, inquietant­e para algunos y lleno de interés para otros.

Alrededor de cincuenta personas han seguido sus pasos por el cementerio cacereño, inaugurado en 1843 y aún en uso. Fragmentos de losas antiguas sirven de empedrado de los pasillos. Panteones, mausoleos, nichos y tumbas, algunas sin nombre ni recuerdo, forman el recorrido. Como explica Fernando Jiménez, «incluso a la hora de morir, no somos todos iguales». En el suelo, los pobres; en los nichos, la clase media-alta; en panteones y mausoleos, las familias más adineradas.

Durante el recorrido, se puede admirar las esculturas de las tumbas de más abolengo. Nadie pone flores ya a los marqueses de Castro- Serna, donde yace José María de Ulloa y Ortega al lado de su esposa. Al marqués le llamaban ‘el rico’ la propia nobleza cacereña. Como cuenta el cronista de la ciudad, «los mausoleos son símbolo de poder» y quien lo tuvo en vida, quiere que quede constancia también después de su muerte.

Paradójica­mante, muy cerca se hallan las tumbas de los más pobres, enterrados en el suelo sin losa y sin nombre, sólo identifica­bles por las ligeras ondulacion­es del terreno. Explica Fernado Jiménez, «cuando la gente no tenía dinero para comprar un ataúd, pedían prestado uno al ayuntamien­to para traer los restos al cementerio. Envolvían al fallecido en un manta y lo enterraban en ella, luego devolvían el ataúd».

Sobrecoge el área llamada ‘el limbo’, donde reposan los niños recién nacidos y que no llegaron a ver la luz más de un día. O aquella adolescent­e de quince años, muerta durante el bombardeo de Cáceres de 1937. «Antiguamen­te se dejaban más datos que ahora» comenta Jiménez, como el nombre, la fecha de nacimiento y muerte, la edad, la causa de fallecimie­nto o qué fue en vida.

Frases breves que recogen historias de personas que ya no están, muchas con la esperanza de una existencia más allá; «aquí conversan dos viajeros». Que les sea agradable la charla.

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ANTONIO MARTÍN Abolengo Las familias adineradas se construían grandes tumbas y mausoleos, como prueba de poder.
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ANTONIO MARTÍN Las más sencillas más pobres no tenían ni losa ni cruz.

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