Su hijo, con síndrome de asperger, fue una de las causas que le llevaron a dejar el famoso grupo
que me parece magnífica –Una rosa es una rosa, compuesta por José María–, pero sus principales hits (Hawai Bombay, Perdida en mi habitación, No es serio este cementerio y demás perlas de sabiduría) siempre se me antojaron unas simplezas muy deprimentes, aunque preferibles, eso sí, a toda la producción en solitario de Nacho Cano, que es de una pretenciosidad ridícula de principio a fin. Afortunadamente el hermano Cano que yo conocí no compartía con el otro su rollo zen y su misticismo de estar por casa. Él solo quería componer una ópera y no se paraba a pensar en las desgracias subsiguientes, incluido un molesto asomo de ruina.
Lástima que su nombre haya aparecido en los Paradise papers. Nunca lo hubiese esperado del tío normal y simpático que conocí en casa de la Caballé.