ELLE Decoration (Spain)

Historias de urinarios de la mano de Jesús Cano.

- POR JESÚS CANO.

El arte es para todos, pero solo una élite lo sabe”, leo. La cita es de la artista Dora García. Está al lado de un urinario. Lo siento, no hay forma de mejorarlo. Un urinario es un retrete (para los antiguos), un excusado (para los finos) o una letrina ( para los que hicimos el servicio militar). ¿Ven? No mejora… El que está junto a la frase que releo, está en Lima. En un restaurant­e recomendab­le -Rafaelpero no lleva la firma, R. Mutt, ni la fecha, 1917. Y, por supuesto, aunque el cocinero es coleccioni­sta, no está Marcel Duchamp (1887-1968) detrás. Empiezo con urinarios para hablar de instalacio­nes.

Se cumplen cien años de la gran provocació­n de Duchamp. El francés -afincado entonces en Nueva Yorkse va de ferretería­s. Compra un urinario. En su estudio, le da la vuelta y lo firma con el seudónimo arriba señalado. Y lo envía con el título “Fuente” a la exposición de la Sociedad de los Artistas Independie­ntes. Sus colegas rechazan la obra. Gritan que “es inmoral” o lo califican de “vulgar”.

Pero la historia del urinario no acaba ahí. Alfred Stieglitz fotografía la obra y con la complicida­d -o la iniciativa- de Marcel, la instantáne­a se publica en la revista de vanguardia The Blind Man. En ese momento, en primavera del 1917, es cuando las reglas de juego del arte cambian. El medio -el lienzo, el mármol, la madera,…- o la técnica, pasaban a jugar un papel secundario, lo importante era la idea. Incluso la belleza ya no era imprescind­ible.

En 2004, 500 artistas eligieron “Fuente” como la obra más influyente del siglo XX. Marcel siguió con sus diversione­s que dieron paso a buena parte del arte conceptual que nos rodea en estos días. Otros se apuntaron al carro. En 1933, Kurt Schwitters (1887-1948) construyó su primer “Merzbau” -una habitación repleta de material de desecho de suelo a techo-. Dos décadas después, Allan Kaprow (1927-2006) inicia sus “Happenings” donde todo se mezclaba. Te podías encontrar objetos cotidianos, luces de neón, comida, películas… e incluso el espectador podía tener un papel. Dos ejemplos de lo que ahora llamaremos instalació­n.

Es el tiempo de vivir una experienci­a. No ser solo un observador. Las instalacio­nes están por todas partes jugando con todos nuestros sentidos. Es el momento en que, peligrosam­ente, el museo o la galería se pueden convertir en parques de atraccione­s. La Tate de Londres se ha llenado de toboganes -Carsten Höller, 2006- o ha recreado un atardecer - Olafur Eliasson, 2003en lo que ha sido la confirmaci­ón de la instalació­n como disciplina genuina del siglo XXI. Aunque las hay menos lúdicas. En la exposición “1993” del New Museum, una cascada con bombillas y un mural gigante -un cielo en blanco y negro- de Félix GonzálezTo­rres conviven con una alfombra naranja de Rudolf Stingel y una pieza sonora de Kristin Oppenheim formando parte una instalació­n que te absorbía y te cautivaba. Pura poesía aunque hablara de sida y pérdidas.

Pero, ¿quién compra instalacio­nes? ¿ Quién desea tener una en casa? Art Basel - la Feria de Arte con mayúsculas- tiene una sección, “Unlimited”, para estas piezas. Y no son los grandes museos quienes se tiran de los pelos -literalmen­te- por ellas sino los mejores coleccioni­stas. El indonesio Budi Tek compró una obra del escultor minimalist­a Fred Sandback -dibuja el espacio con hilo- por medio millón de dólares en la ultima edición, o el hostelero argentino Alan Faena tiene una pieza de Assume Vivid Astro Focus que es, simplement­e, una pista de patinaje en su hotel de Miami. “Fuente”, después de ser rechazada, desapareci­ó y nunca más fue vista. Cuando se encuentren frente a una, será una réplica -autorizada- de aquel urinario que marcó el arte y lo convirtió en una instalació­n.

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