ELLE Decoration (Spain)

PAREDES LACADAS

- POR ANA DOMÍNGUEZ- SIEMENS.

El día que David Hicks pintó las paredes de su salón londinense del color y brillo amarronado de la coca-cola, algo cambió en el modo en que sus contemporá­neos tenían de ver la decoración. Aquéllas paredes espejadas causaron desconcier­to y fascinació­n en un público moderno ansioso de dar a sus casas un toque de glamour contemporá­neo. No cuadraba vivir escuchando a los Rolling Stones, cortándose el pelo en Vidal Sassoon y comprando la ropa en la boutique de Mary Quant, mientras el interior de su casa era una réplica del siglo anterior. Al fin y al cabo, si una se calzaba una botas altas de charol podía también darle un toque similar a la pared de su cuarto de baño. Así lo tenía el escultor Miguel Berrocal en su casa-palacio de Verona, a donde me arrastró la diseñadora Paloma Canivet en otro milenio y donde compartimo­s un cuarto de baño rojo de aspecto charol, muy a tono con muchos de los muebles de aquel increíble salón palaciego donde se acumulaban muebles de Joe Colombo y otros maestros de los setenta.

En realidad, las paredes lacadas con brillo refulgente no eran cosa nueva, pero su impacto nunca antes había sido tan extendido. Ya en el siglo XVIII, por influencia oriental, los hermanos Martin decoraron habitacion­es en Versalles con su técnica de laca llamada “vernis Martin” que el mismísimo Voltaire elogió, pero no debía ser nada fácil conseguir que las lustrosas paredes lacadas no se craquelase­n, de modo que aunque la moda de lacar muebles y objetos siguió vigente - sobre todo en los años del movimiento art deco-, no volvimos a ver paredes lacadas hasta los años cuarenta con el trabajo de la Maison Jansen en París. De ella se conserva un increíble apartament­o parisino con las paredes del salón lacadas en un llamativo tono de verde sin precedente­s. Una interpreta­ción de lo lujoso que admitía una dosis de excentrici­dad.

YAl tiempo que David Hicks experiment­aba con el brillo de la laca en el Londres de los sesenta, en París estaba trabajando Michel Boyer, decorador favorito de los Rothschild, que se distinguió por ese gusto capaz de conservar aspectos tradiciona­les y ponerlos del revés, añadiendo paredes e incluso techos en laca brillante que él acompañaba de muebles y objetos de aluminio u otros metales cromados. Su apartament­o parisino daba a la Place des Victoires y de noche, dicen que la luz del exterior aportaba infinidad de reflejos en aquellas paredes lacadas en rojo. Al otro lado del Atlántico también los norteameri­canos habían entrado al trapo de los lacados capitanead­os por el gran Billy Baldwin, que también pintó su salón de Manhattan de un marrón brillante.

De su mano es asimismo la biblioteca de Cole Porter en el Waldorf, realizada en caoba, latón y laca, que ha servido de fuente de inspiració­n a innumerabl­es estancias como la que hizo Albert Hadley para la filántropa Brooke Astor, en laca color sangre de buey.

como suele ocurrir, las paredes lacadas desapareci­eron una vez más por un tiempo hasta que ahora vuelven a estar presentes. Luis Bustamante siempre ha tenido debilidad por ellas. A él le gusta contrastar­las con otras paredes muy “secas”, de fieltro, por ejemplo, ese juego del brillo/mate le parece que tiene mucho interés. Además, Bustamante habla de la limpieza y pureza que aporta la laca, de cómo favorece a los colores planos a los que aporta intensidad y profundida­d. Él es partidario de usarlo en colores intensos en habitacion­es que se visitan por cortos periodos de tiempo, como un comedor o un cuarto de baño. Y en los pasillos, ¡porque los ensancha! A su última casa se entra a través de una biblioteca lacada en negro en paredes y techo, esto último hace que las hileras de libros tengan un efecto infinito. El drama está servido.

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