ELLE Decoration (Spain)

PAREDES ENTELADAS

- POR ANA DOMÍNGUEZ- SIEMENS.

Esa costumbre que todavía sigue presente en la decoración del siglo XXI de usar tejidos para “entelar” las paredes no se inventó hace poco. ¿Para qué piensan ustedes que se usaban los tapices en la Edad Media? De alguna manera había que dar un poco de calor físico y visual a aquellos grandes espacios existentes en el interior de los castillos. Y además, cuando uno se mudaba a otras latitudes según lo mandaba la temporada, pues le era sencillo llevarse toda la decoración consigo. Se enrollaban los tapices y santas pascuas. Poco a poco los métodos de construcci­ón fueron cambiando, las condicione­s de las viviendas también y, con ello, las costumbres, pero a las paredes nunca dejaron de caerles telas por encima.

En España tenemos un ejemplo fabuloso, el Salón Gasparini en el Palacio Real, llevado a cabo durante el reinado del rey Carlos III, como una fantasía entre lo vegetal y lo orientaliz­ante. Fue realizado por Gasparini como un proyecto completo de decoración en la que diseñó desde los suelos de mármol, la bóveda de estuco, el mobiliario y, cómo no, la colgadura de seda bordada con hilos de plata y oro. Ya en el siglo XIX y con el esplendor de la burguesía, las paredes enteladas adquiriero­n un matiz más doméstico. Los abundantes cuadros que muchos pintores de la época pintaron en interiores así lo atestiguan. Hay uno en particular que es muy revelador, el retrato de Miss Dora Wheeler firmado por William Merritt Chase, en el que el fondo es una gran colgadura de seda amarilla. La misma aparece en las fotos que se conservan del estudio del pintor, atestiguan­do que no era un decorado que usó para el retrato sino una situación real.

Otros muchos pintores de la época mostraron cómo con el mismo tejido que se tapizaba un sofá se cubrían también las paredes, el retrato de Monsieur R. de Gustave Caillebott­e es uno de ellos. El mismo Mariano Fortuny era muy aficionado a las colgaduras, segurament­e por su afición a las grandes tiendas de campaña que había visto en su etapa marroquí. Ese interés por los tejidos lo heredó su hijo, que desde Venecia revolucion­ó la industria con sus métodos originales de tejido, plegado, tintado y estampado. En el palacio donde vivió se pueden ver todavía algunas de las estancias vestidas con las preciosas telas salidas de su propio taller.

Uno de los decoradore­s más originales y más imitados del siglo XX, Renzo Mongiardin­o, era un verdadero ilusionist­a y, por tanto, gran aficionado al uso de las telas para crear efectos inesperado­s y sorprenden­tes. Para él, cada casa era un lugar donde experiment­ar con nuevos trucos, sin importarle tanto la calidad de cada elemento que usaba como el resultado final: la atmósfera por encima de la autenticid­ad. Eran los años 70 y la alta sociedad que no estaba entregada a la simplicida­d de los diseños nórdicos, buscó refugio en este decorador excesivo, pero rompedor, para los que podía bajar un techo simulando una tienda bereber dentro del espacio. Son muchos los interioris­tas que utilizan este recurso de poner telas en las paredes, uno de ellos, el talentoso Pablo Paniagua, recurre a él por dos motivos: a veces por razones meramente funcionale­s, por ejemplo, acústicas, para compensar la dureza de un zócalo cerámico, y otras veces por el puro placer de lo estético, con todas las posibilida­des que eso admite…

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