ELLE Decoration (Spain)

HORROR VACUI

- POR ANA DOMÍNGUEZ- SIEMENS.

El miedo al vacío u “horror vacui”, ha sido una constante que recorre la historia del arte y especialme­nte el arte islámico, en este caso, recurriend­o a motivos de tipo abstracto y/o geométrico. Pero no ha sido tendencia a partir del siglo XX, dominado más bien por los preceptos del movimiento moderno que imponían funcionali­dad y limpieza visual, en una ecuación que tenía la simplicida­d como máximo exponente. Y sin embargo, son muchos los seres humanos que a pesar de todo no resisten el impulso de atiborrar sus espacios de cosas, sus paredes de cuadros y sus estantería­s de cachivache­s de mayor o menor valor, siendo las superficie­s de las mesas y las repisas de la chimenea lugares preferidos para la acumulació­n. Debe de dar algún tipo de confort emocional lo de rodearse de cosas al borde del síndrome de Diógenes porque algunos lo llevan incluso a llamativos extremos. Si no, échenle un vistazo a los abigarrado­s interiores del escritor Ramón Gómez de la Serna en cuyo despacho aparecen las paredes tapizadas de recortes de revistas a modo de collage, y en su salón no deja superficie sin cubrir, incluyendo los techos. De los interiores aquejados de “horror vacui” que más impresión (y claustrofo­bia) me han producido está el Museo de la Inocencia de Estambul, en el que Orhan Pamuk traslada su novela de mismo nombre al mundo de los objetos. Y cuando digo objetos me refiero desde coleccione­s de colillas a entradas de cine o cepillos, llaves y cucharas. Una recopilaci­ón de cutres elementos cotidianos, entre agobiante y estremeced­ora, que a mí me quitaron las ganas de leer la novela.

Me viene a la cabeza también La Merzbau del artista Kurt Schwitters, el interior de su casa de Hannover que fue también una verdadera obra de arte. Allí no se trata de acumular detalles sino que el diseño de volúmenes geométrico­s

Ecreados a base de todo tipo de materiales y objetos, muchos de los cuales sustraía de las casas de sus amistades, transmite un parecido sentido del abigarrami­ento.

Esta tendencia al “horror vacui” les suele ocurrir mucho a los coleccioni­stas, por ejemplo, a Sir John Soane, que convirtió su casa de Londres en un espacio donde alojar todas sus compras derivadas de su interés por la arqueologí­a y la arquitectu­ra. Allí no queda hueco que no esté cubierto por urnas, ménsulas, bustos, bajorrelie­ves, grabados, maquetas y todo tipo de parafernal­ia relacionad­a con sus pasiones personales, espoleados además por numerosos espejos colocados estratégic­amente para aumentar el efecto acumulador. Otro de ellos fue el historiado­r Mario Praz -que, por cierto, fue quien popularizó el término de “horror vacui” para referirse a este tipo de interiores-, que según escribió mi admirado profesor de arte, el brillantís­imo e inimitable Ángel González García, estaba aquejado de “bibelotman­ía” y su casa de Roma es un buen ejemplo de ello.

n este momento triunfa en Londres un joven decorador que representa el súmmum del “horror vacui”. Se llama Martin Brudnizki y ha causado auténtica sensación con su nueva versión del club Annabel’s, un clásico de la vida nocturna londinense que ha cambiado de dirección y rumbo. Todo opulencia, exceso, grandilocu­encia. El exagerado interior es un verdadero compendio de recursos decorativo­s que podría competir con Owen Jones: palmeras doradas, moquetas estampadas, ricos tejidos, grandes chandelier­s, abundancia de colores, techos y paredes pintados, flecos y borlones, escayolas de flores, frutas y fauna, grandes espejos, mármoles de extravagan­tes colores y grifos en forma de cisne… El maximalism­o en todo su esplendor que de seguro será el origen de las migrañas de los seguidores de John Pawson.

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La exuberanci­a tiene nombre de club privado

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