Es una casa VIAJADA donde piezas de París, Marruecos, Italia o Portugal conviven como en un CONSULADO design
Tiene tanto de pasado como de futuro visionario. Así es la casa estudio del interiorista Raúl Martins, un piso que le esperaba en un imponente edificio del s. XIX de la no menos monumental Plaza de la Villa de París de la capital que en su día perteneció a la embajada alemana. No se había tocado desde los 80 y decidió dignificarlo, refinarlo, devolverle su esplendor señorial, pero también hacerlo confortable. Tareas en las que despunta. Su planta de 250 m2 ahora se divide en tres zonas fundamentales para él: el enorme hall que da acceso a una sala donde trabaja su equipo (que en su día ocuparon dos dormitorios y un vestidor) y tras dos altísimas puertas de madera y cristal de origen, el doble salón con vistas a los jardines de la plaza. Y, por último, una zona privada, la suya, donde dispone de su dormitorio y baño, la cocina y el comedor (que sus anteriores dueños empleaban como gimnasio).
Desde que llegó hace cinco años ha habido numerosos cambios estéticos, ya que también la utiliza como showroom donde expone su creatividad y piezas propias. De la primera etapa que él mismo reconoce que tenía un “exceso de elementos” ha pasado a un estilo más sucinto, donde da vía libre a su ingenio en la combinación de texturas con un juego maestro de tonos tierra. “Todo parte de la necesidad de hacer la casa más cálida y, también de un viaje a París, donde en un paseo por el Marché aux Puces me enamoré de un tapiz de los años 50 en tonos terrosos que ahora descansa en el salón”, comienza. Lo segundo por lo que sintió un flechazo fue por unas alfombras de finas tiras de piel trenzada que descubrió en Alfombras Peña. “La totalidad en un tono claro con detalles de marrones, caldero”. Ahí estaba la base del nuevo interiorismo, a la que sumó el caramelo y tostado.
Todo, acompañando una piel cubierta de boisseries y zócalos en bitono, blanco y un gres que ha creado a partir de la mezcla del gris, beige y pardo, para generar ritmo. Mientras que el blanco resurge en el mobiliario para “que el conjunto fuera ligero”, explica. El resultado es una decoración muy viajada, con tesoros vintage que llegan de Alemania, Marruecos, Portugal, Francia o Barcelona, acompañadas de diseños propios que reinterpretan con sobriedad la osadía setentera, como el sofá o las butacas del comedor, y otras mucho más lúdicas, como las mesas, “con bases inspiradas en las piezas de los juegos de construcción”, y detalles únicos, como unos paños de cuerda resinada hechas por artesanos, oficios que él defiende por su excepcionalidad. “Vivimos en un mundo que es todo tan repetitivo, por las redes o porque todo está producido en serie, que lo artesano te lleva a lo exclusivo a lo diferente”.
Defensa y dignidad de su oficio.