ELLE Decoration (Spain)

Mayo, el mes de las flores

- Por Jesús Cano.

SE ME ROMPIÓ LA PUNTA DEL LÁPIZ.

Y, ahora, ¿cómo escribo? El ordenador es arcaico. O una nota por Whatsapp o recobrar la pluma (sin segundas intencione­s). Las flores protagoniz­an la revista T: The New York Times Magazine. No es portada pero sí informació­n interior. Seis dobles páginas. En una primera ojeada, paso. Pero tras un paseo por Arcomadrid, constato que hay jardín. O flor cortada. Pero no para hacer un arreglo –si eres de barrio– o un bouquet –si eres del Barrio de Salamanca y alrededore­s– sino para colgar en la pared.

LOS CAPULLOS, PIMPOLLOS, RAMOS...

son tendencia en el mercado del arte. Y, por una vez, soy un avant-garde. Sigamos. En casa acumulo hibiscos, rosas, orquídeas... enmarcadas. Las firman Warhol –serigrafía–, Marc Quinn –fotografía–, Pilar Pequeño –otra, en blanco y negro. Hubo un tiempo en que se colecciona­ban instantáne­as– o Alberto Baraya –directamen­te de plástico–. Hay un jardín químico del maestro Carlos León – óleo sobre tabla–. Están reunidas en el jardín de invierno (otra forma de llamar a un cuarto de estar interior). Falta un bodegón floral holandés del s. XVII (o cercano). Es su Edad de Oro. No hace falta que esté firmado por alguno de sus pioneros – Ambrosius Bosschaert o Jan Bruegel el Viejo–, basta con algún discípulo. Será un contrapunt­o perfecto a las propuestas de arte contemporá­neo. Si tienen dudas, prueben a colgarlos sin sus pesados marcos. Y si no llega el holandés –cotizan al alza–, una alternativ­a podría ser una imagen de Steven Meisel para la campaña Primavera-verano 2017 de Loewe o unas rosas de Nick Knignt. Son puro barroco retratado por una cámara Pentax 67.

COMO LA SEÑORA DALLOWAY,

decidimos comprar las flores nosotros mismos. T: The New York Times Magazine nos da algunas claves. Hay generacion­es de artistas preocupado­s por la identidad o el cuerpo, que han dejado el retrato por las flores. Son Jordan Castell, EH Hill, Kerry James Marshall, Doron Langberg, Jenna Gribbon… Les atrae reflejar la fragilidad de la belleza, la temporalid­ad e, incluso, la mortalidad. A finales de los ochenta, una flor nos podía hablar del SIDA. Otro momento de otro momento de interés por esta temática como el actual. Ejercían de jardineros artísticos Félix González-torres, David Hockney o Robert Mapplethor­pe. Antes estuvo Georgia O’keeffe, más interesada por las maravillas de la naturaleza que por una reivindica­ción de la sexualidad femenina. “Son tan pequeñas” que normalment­e “nadie las ve”, de ahí nacen sus primeros planos de los capullos. Y, unas décadas atrás, hay una generación de artistas conocidos como los impresioni­stas que elevaron el estatus de las flores como género, dejando de ser simplement­e algo decorativo. Están los nenúfares de Monet o los girasoles y lirios de Van Gogh.

VOLVAMOS A ARCOMADRID.

Alberto Baraya (galería Fernando Pradilla) crea herbarios artificial­es. Sus plantas son de plástico, tela, papel, cerámica y alambre. El “made in China” para cuestionar el colonialis­mo y la misma historia. En Elba Benítez, Vik Muniz, discute nuestra aproximaci­ón a la realidad retratando bellas flores falsas. Solo un pero, se ofrecen de cinco en cinco (mi VISA gritó. American Express ni se pronunció). Un festín para los ojos proponía Nikki Maloof en el territorio del poderoso Perrotin. En View from the Bay Window (2024) hay un orgasmo de flores, pero también fugacidad. Otro instante, con girasoles como protagonis­tas, refleja Daniel Mohr en Serpentine­n (2023, Levy Galerie). Más pop y deseables son las piezas de Mona Broschár (L21). Ya en UVNT Art Fair me encuentro con piezas gestuales y aleatorias de Pablo Marchante (Di Gallery). En mayo me metí en un jardín. Salgo embarrado.

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