Marruecos
RICO EN COLORES, TEXTURAS, OLORES, MATICES Y SABORES, EL TEMPLO DE LAS ESPECIAS EXHIBE SUS TESOROS A PIE DE CALLE.
La gastronomía marroquí está marcada por la sopa harira, el té de menta, el cuscús y la constante mezcla de dulces y salados con diversas especias. Para empezar a disfrutar de ella, nada como acercarse a Marrakech, concretamente, al mercado tradicional de Guéliz (plaza del 16 de Noviembre), sembrado de coloridos puestos de verduras, frutas y especias. Te volverás adicto sí o sí al limón encurtido, ideal para acompañar una sopa de marisco.
Sin salir de la ciudad, resulta obligatorio reservar mesa en el Grand Café de la Poste (en la esquina del bulevar El Mansour Eddahbi y la avenida Imam Malik Guéliz), cuyo interior recuerda sin remedio a la película Casablanca y donde sirven un pato confitado espectacular. Si prefieres sentarte al aire libre y buscas un ambiente íntimo y con un punto sofisticado, no pases por alto la sugerente terraza de Riad El Fenn (el-fenn.com), con divanes de kilim, magníficos rosales, piscina, unas vistas inmejorables de la ciudad y de las montañas del Atlas y una cocina creativa, orgánica y local irresistible.
También en Marrakech, el restaurante Mes’lalla, del hotel Mandarin Oriental (mandarinoriental.es), es la opción top para una cena especial. Al frente, la chef Meryem Cherkaoui, responsable de una carta en la que brillan los panes caseros, el Spider Crab, el Beef Tagine y una selección de dulces o petit fours que conseguirán que la velada, con música en directo, se estire hasta bien entrada la noche.
La pequeña ciudad de Esauira, a unos 180 kilómetros de distancia, alberga otro must, el hotel Villa de L’ô (villadelo.com). Asomado al Atlántico, ofrece un desayuno deluxe compuesto por crêpes marroquíes con miel fresca y mantequilla de nuez de argán y con uno de los mejores cafés del país. Y, si tienes tiempo, conduce hasta el pequeño puerto de Oualidia y sucumbe a las ostras gratinadas de Ostrea II.