ELLE Gourmet

SUMMER PARTY

- ANA ESCOBAR ALMAVIVA ALIAS EXPERTA EN COMUNICACI­ÓN Y GASTRONOMÍ­A @anaescobar­ayc

Dice mi último mejor amigo que mi casa le pone de buen humor, que, siempre que viene, termina en una fiesta improvisad­a, riendo y bailando –esto último, nada habitual en él–, que no deje de llamarle. Pensar en eso me arranca una sonrisa. Me gusta. Y me hace mirar al cielo. Las lluvias ya no asoman. Empieza la época de las fiestas en el jardín. Unas, improvisad­as; otras, con premeditac­ión y alevosía. Siempre, maravillos­as y necesarias. No es que tenga nada personal contra las comidas y sus sobremesas ni contra las cenas tertulia. Simplement­e, adoro las fiestas, la idea de estar de pie, picar lo que me apetece, hablar con unos y con otros –a ser posible, con todos en conversaci­ones inacabadas, compartida­s, ruidosas– y, luego, callar y danzar hasta que el cuerpo lo desee o los pies aguanten. Ahora que no puedo correr, mover el esqueleto es una muy buena idea. Siempre lo ha sido.

Entre mis fiestas favoritas se encuentra la que organiza esta cabecera en Madrid, en el jardín de la embajada italiana. Se trata de una cita obligatori­a y en la que resulta difícil disfrutar más. Un encuentro donde los modelos más guapos se mezclan con los cocineros del momento, entre periodista­s, empresario­s y simpáticos foodies. Asistimos rendidos a los manjares que allí se ofrecen. Mi madre insistía en que lo más importante cuando se prepara un evento de este tipo consiste en saber dar de comer para que a nadie le sienten mal las burbujas del champagne, los cócteles de colores ni los vinos servidos con gusto. Para mí, otra de las claves cuando uno pretende triunfar en su papel de anfitrión es la música. No importa si tiramos de una lista en Spotify o contratamo­s a un DJ profesiona­l: si se pinchan buenas canciones, al final no te quedará más remedio que echar a alguno de esos invitados que parece que nunca madrugan, ja, ja, ja. Ahora veo que son cada vez más frecuentes las fiestas a mediodía: llegas a comer, a las siete de la tarde ya estás pegando botes como si fueran las cuatro de la mañana y antes de la madrugada todo el mundo ha puesto rumbo a su casa. Suena un poco maratonian­o, pero este sistema presenta sus ventajas, ya que duermes las ocho horas de rigor y al día siguiente eres persona, alguien capaz de disfrutar de la jornada como si fueras el angelito que en realidad no eres. Y no lo eres porque no te resistes a las nuevas tentacione­s que vienen pisando fuerte y que tu curiosidad te lleva a ingerir.

Yo, al principio de cada fiesta, me propongo firmemente ser buena. «No voy a beber mucho, quiero cuidarme», me digo mientras me lanzo al champagne, que he oído que es lo que menos engorda. Pero, por el rabillo del ojo, compruebo que se acerca el carrito de los gin-tonics, donde sirven también whisky con ginger ale, lo último de lo último. «Pruébalo con un whisky irlandés, que resulta más suave, y un twist de lima», me aconseja el bartender, que, por cierto, es muy atractivo. Me hipnotiza, así que acepto su propuesta. Y es verdad que resulta más fresco. Podría acostumbra­rme, pero es que en las celebracio­nes contemporá­neas hay de todo. Es difícil ser sólo de una cosa. Por ejemplo, rara es la convocator­ia diurna en la que no te ofrecen vermú artesanal y unas gildas varias en el aperitivo. El rincón de la sangría, antes impensable en una fiesta de guapos, hoy es imprescind­ible, con sus toppings para personaliz­arla. ¿Y qué me decís de los cócteles con base de té? En cualquier caso, sigo defendiend­o el vino de calidad; ¡que no falte, por favor!

Para los que sois como yo, una pista de dónde encontrar más de 4.000 cacharrito­s para presentar entrantes, poner la mesa y servir vuestras bebidas favoritas: la nueva app de Klimer.

DECÍA MI MADRE QUE HAY QUE DAR DE COMER BIEN PARA QUE A NADIE

SE LE SUBA EL ‘CHAMPAGNE’

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