ELLE Gourmet

EL PÍCNIC DE LA FELICIDAD

- CRISTINA ORIA EMPRESARIA GASTRONÓMI­CA, PROPIETARI­A DEL ‘CATERING’, LA TIENDA Y EL RESTAURANT­E CRISTINA ORIA

Me encantaría deciros que siempre he querido ser cocinera, que de pequeña no paraba de cacharrear y que de mi madre he aprendido recetas secretas e infalibles. Pero os mentiría si lo hiciera. Porque, hasta los veintitant­os, ni me planteé dedicarme a esto; es cierto que me había apuntado a algunos cursos y que sabía manejarme a los fogones, pero nada serio ni vocacional. Es más, acabé especializ­ándome en fnanzas, trabajando en bancos y metida de lleno en el intenso universo de la consultorí­a estratégic­a. Demasiado estrés: a los 25, recién casada, el médico me recomendó afojar el ritmo y decidí tomarme un año sabático. Aquel cambio (probableme­nte, los 12 mejores meses de mi vida) coincidió con un proyecto laboral de mi marido en París, así que nos instalamos en la capital francesa y me matriculé en Le Cordon Bleu. Mi intención no era dedicarme después a cocinar, entre otras razones porque me echaba para atrás la idea de montar mi propio negocio (tenía el ejemplo de mis padres, que tanto se han sacrificad­o por su empresa). Sin embargo, conforme avanzaba en mis estudios, me fui convencien­do: debía montar algo relacionad­o con la gastronomí­a.

Al volver a Madrid, puse en marcha mi compañía, dedicada al servicio de catering y la venta de regalos para foodies. ¿Mi producto estrella? El foie. Con la ayuda de mi marido, involucrad­o al cien por cien en la aventura, abrí un restaurant­e y una tienda gourmet en la calle del Conde de Aranda (en el número 6), un negocio familiar que enloquece incluso a mi hijo, de sólo 2 años y medio y a quien llamamos Minichef.

Con la llegada del verano, la lista de encargos de nuestro catering crece exponencia­lmente; no faltan los eventos tradiciona­les, esos que exigen puestas de largo (ya sabéis, bodas, bautizos...), ni tampoco las celebracio­nes que se organizan con una excusa sencillísi­ma: pasarlo bien. Para estas ocasiones, me encantan los pícnics en el campo con los amigos. Y no hay que complicars­e demasiado la existencia; basta con un vino rico, un poco de embutido, queso... A mí me pierde combinarlo­s con tortilla, minifletit­os empanados y una superensal­ada. Lo más importante es recurrir a materias primas de calidad: mejor un fuet de primera que un jamón de segunda.

Si os apetece preparar algo más grande en vuestra casa, resulta divertidís­ima la opción del bufet, que tiene ese punto encantador e informal a la vez y que permite repartir bandejas a distintas alturas y mezclarlas con velas y fores. Como plato principal, yo aconsejo el rosbif: al servirse frío, está en su punto en todo momento. Eso sí, conviene prestar atención a la temperatur­a de las salsas (¡siempre muy calientes!) y pensar en guarnicion­es variadas, como arroz, puré de batata, pimientos del piquillo, judías verdes cortadas fnitas y salteadas con beicon, setas o un mix de zanahorias y cebollitas francesas carameliza­das. Y, por supuesto, que nunca falten el mimo ni las ganas de compartir.

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