UN CRASO ERROR
Hace poco volví a mi antigua universidad como profesor invitado. Mientras recorría de nuevo esos pasillos, vino a mi cabeza una anécdota del pasado. Situémonos: recién llegado a la universidad y me encuentro escribiendo con cuatro amigos un trabajo para una asignatura insoportable llamada La empresa y su entorno. Entre todos, como filósofos declamando, vamos dictando un batiburrillo de conceptos al amigo encargado de teclear esa tormenta de ideas en Word. En un momento dado, uno de ellos dicta una frase en la que se argumenta que cierta decisión empresarial sería un «graso error». Carraspeo. «Creo que lo correcto sería un craso error», corrijo con timidez. Nos quedamos unos segundos en silencio, como si acabara de atropellar a un ciervo. El compañero insiste: «No. Craso error es lo incorrecto. Es graso error. Créeme. Es “un error gordo”. Graso, de grasa, ¿entiendes?». Lo dice con aplomo. Lleno de seguridad. Con un ligero toque de displicencia, como si estuviera explicando algo que deberíamos saber ya a esas alturas de la vida. No hay sombra de duda en sus palabras. Aunque estoy convencido de que es craso error, permito que se cuele un resquicio de duda por las grietas de mi inseguridad. «Este chico es bueno en matemáticas», pienso. «Comprende de qué hablan cuando nos hablan en clase de conjuntos vacíos y números irracionales. Es capaz de descifrar ese idioma alienígena lleno de garabatos alfanuméricos de la pizarra. Y yo admiro eso. Es más listo. ¿Y si fuera yo el equivocado?». Finalmente cedo. Se queda «graso error» y el trabajo se entrega tal cual. Tampoco lo consulto después porque la verdad me resultaría dolorosa: o soy un ignorante o hemos entregado un trabajo con errata mayúscula. Huelga decir que lo correcto era «craso error». Lo curioso es que, tantos años después, esta anécdota me sigue mortificando. Me avergüenzo de esto mucho más que de otros errores o fracasos. Porque en esos por lo menos hubo determinación. Aquel momento, en cambio, aúna todo lo que siempre he detestado: cobardía, dependencia, falta de personalidad. Cuando ahora dudo, cuando zozobro y las inseguridades me paralizan, me acuerdo de aquel craso error y no permito sentirme menos que nadie. La universidad puede ser un buen lugar para aprender ciertas cosas. Aunque sea diez años tarde.