ELLE

En modo zen

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SSi pienso en zen me vienen a la cabeza Bruce Lee y su be water, my friend. Y juncos y bambú, gente calmada meditando y jardines orientales con estanques de nenúfares y peces. Pero yo nunca he sido el agua ni el junco, ni tampoco muy calmada. De hecho, en mi balcón las macetas no resisten ni una semana. Que conste que todo eso me encantaría, especialme­nte lo del jardín, aunque estoy segura de que el mío acabaría siendo un giardino all’ italiana, barroco, laberíntic­o, algo caótico. Ser zen es una actitud vital. Una gimnasia mental, física y espiritual que puede llegar a aprenderse, entrenarse y desarrolla­rse. Por lo menos, así lo hemos entendido en ELLE. Una manera de estar, de pensar y de vivir. La búsqueda de un equilibrio que ayude a recargar las pilas y a ser un poco más feliz. Porque, si te pones en modo zen, los problemas pasan por tu cabeza como las nubes por el cielo: sin agarrarse. Entonces, dejas de darle mil vueltas a algo, de roer las ideas, de repetirte cada día los mismos mensajes: no llego, no puedo, lo he hecho mal, es culpa mía, eso engorda mucho. «¡Que paren el mundo, que me quiero bajar!», gritaba estresada la sarcástica Mafalda. A estas alturas del año, estoy convencida de que somos muchas las que deseamos soltar ese mismo grito de batalla. Pero ya está aquí el verano; ha llegado el tiempo de aflojar el ritmo, levantar el pie del acelerador y recuperar nuestra propia existencia y lo que verdaderam­ente importa. De tomarse las cosas con calma y decirles adiós a las prisas, a las carreras y a las jornadas hiperconec­tadas. Por eso, hemos querido preparar un suplemento especial, ELLE Zen, donde reunimos las instruccio­nes para disfrutar de las vacaciones y, en definitiva, de la vida misma. Donde sugerimos las prácticas que nos hacen sentir bien. Cuyo himno podría ser

I Feel Good, de James Brown. Para que cada una encuentre su camino hacia la felicidad y que activar el

modo zen no conlleve ninguna presión añadida (¡faltaría más!). Alimentaci­ón, yoga, mindfulnes­s, pilates, masajes, bici, pintura, escultura, caligrafía o lectura, como sugiere la exitosa escritora sueca de novela negra Camilla Läckberg: «Es maravillos­o ver cómo la palabra te calma, te tranquiliz­a, te cicatriza y hasta te cura».

Dice mi compañera Amaya Ascunce que ser zen significa también encontrar nuestro lugar en el mundo sin tener que demostrar nada a nadie. Porque, hoy, hasta irse de vacaciones a veces supone un estrés. Tienes que buscar un destino espectacul­ar (a poder ser, inédito, claro), reservar en un hotel de ensueño, probar los platos locales, ver cada hotspot e instagrame­arlo y tuitearlo todo, sin saltarte ni un must. Por cierto, que no se te ocurra volver sin haber terminado el

hit literario del momento; de lo contrario, la gente te espetará con desdén: «¿Has estado de vacaciones y aún no has leído Patria?». Y tú pensarás: «Pues no, mira, estaba haciendo el vago mirando al mar. Es más, hacer el vago está empezado a parecerme muy zen». No sé si algún día conseguiré fluir como el agua, pero acabo de apuntarme a nadar. Quizá alcance la elasticida­d del bambú, convierta mi balcón en un huerto urbano y termine pensando que sí puedo, que no es mi culpa, que no engorda tanto y que vaguear en ocasiones está mejor que bien. Ya sabes, este verano be water o lo que de te dé la gana, my friend.

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