ELLE

OWEN WILSON UnACTOR deNARICES

Rey de la comedia, guionista ‘indie’ y miembro de un clan de intérprete­s texanos que han llenado los cines de películas en pandilla, ahora vive una edad de oro.

- POR PILAR SOBRINO. FOTOS: GREGORY HARRIS

Pelo rubio de corte surfero, ojos en ángulo descendent­e y boca pícara dibujan el físico del mediano de un trío de hermanos de Texas que se dedican al cine. Y, por supuesto, está su nariz. Ese apéndice contundent­e, generoso y descolocad­o sobre el que nunca bromea, y que desviaron de manera definitiva dos fracturas que se produjo mientras jugaba al fútbol americano; una en el instituto y otra en la universida­d. De los tres chavales Wilson (Andrew es el mayor y Luke, el pequeño), fue Owen (Dallas, Estados Unidos, 1968) el que tuvo menos claro lo de dedicarse al show business. «Nunca tomé clases de teatro ni de actuación. Jamás se me hubiera ocurrido soñar con trabajar en esto; hubiese sido una ambición ilógica en mi ciudad», dice. Y apela a su condición de hermano segundo para recalcar su sensación de no haber tenido nunca muy claro cuál era su sitio. «Creo que durante un cierto tiempo padecí algo así como el síndrome del hijo mediano. El mayor ya tiene una identidad clara; el bebé recibe mucha atención y el que está en medio se queda un poco en tierra de nadie», asegura. No obstante, a estas alturas de sus películas, ha dejado claro su lugar en un montón de historias gamberras y de comedias nostálgica­s y extravagan­tes que, de algún modo, han encajado con la personalid­ad anárquica de un tipo que se define como «alborotado­r» e incapaz de resistirse a una buena broma. «Siempre busco el lado divertido de cualquier situación, real o ficticia. Quizá se deba a mi ascendenci­a irlandesa, pero estoy convencido de que el humor es un buen recurso para lidiar con los palos que la vida te da en la cara», dice. Su consolidac­ión profesiona­l llegó en 2001, cuando se convirtió en candidato al Oscar al Mejor Guión Original por Los Tenenbaums. Una familia de genios. «Tengo un tatuaje que dice luck (suerte). Creo muchísimo en el azar», asegura. Y de convertirl­o en actor sí que se encargó el destino. Aquella nominación, sin embargo, no tuvo nada que ver con la casualidad; más bien con el hecho de que la verdadera pasión de Owen Wilson sea la escritura. «Mis compañeros de reparto suelen hablar de retirarse, y yo entiendo por qué. Aunque interpreta­r

De niño, durante un cierto tiempo, pasé por un tipo de síndrome del hijo mediano: el hermano mayor ha desarrolla­do una personalid­ad clara mientras que al bébe se le proporcion­a una gran atención. Y el segundo suele quedarse en una tierra de nadie

me entretiene, la promoción y la preocupaci­ón por si la película va a funcionar o no son terribles –apunta–. Me gustaría volver a escribir, porque poco a poco he dejado de ejercitar ese músculo. Es verdad que siempre busco improvisar e insertar algún diálogo mío, pero eso no tiene nada que ver con sentarse y redactar una historia desde el principio hasta el final. Y en el fondo de mi corazón, a pesar de que me siento profundame­nte agradecido por mi trabajo actual, me considero guionista». Eso sí, aquella candidatur­a al Oscar no fue en solitario; surgió del toma y daca surrealist­a y genial que mantiene con uno de sus amigos incondicio­nales, el cineasta Wes Anderson. Compañeros de habitación en la Universida­d de Texas en Austin, donde Owen estudiaba Filología Inglesa, fue él quien le empujó a que escribiese­n juntos su primer guión. Aquello desembocó en un corto, en el que además actuó animado por su hermano Luke, y que más tarde derivó en la película Ladrón que roba a otro ladrón (Bottle Rocket) (1996). A lo largo de este tiempo, de su mutuo ingenio han surgido perlas como Academia Rushmore (1998) y Los Tenenbaums, la familia indie más aclamada del mundo. Su otro colega íntimo, cómo no, es Ben Stiller, cómplice en 13 películas. Junto a él hizo arder las redes sociales el año pasado, cuando se marcaron un Zoolander tras el desfile de Valentino en París para promociona­r la segunda entrega de su parodia fashionist­a. Según muchos cinéfilos, este tándem es una de las amistades más felices dentro y fuera de la pantalla.

Esos vínculos casi familiares parecen funcionar en su biografía como una especie de fraternida­d universita­ria llevada al ámbito profesiona­l. Porque en el personal, y hasta la fecha, no mantiene una relación sólida, aunque tiene dos hijos: Robert Ford, con la azafata Jade Duell, en 2011; y Finn, con su entrenador­a personal Caroline Lindqvist, en 2014. Las vías de escape de Owen son múltiples. Por una parte, las buenas fiestas; por otra, el arte, una afición que le inculcó su madre fotógrafa y que le hace apasionars­e por pintores como Caravaggio, Francis Bacon y el minimalist­a Donald Judd, de quien atesora una estupenda colección. Los deportes son la tercera: «Me hace feliz salir a surfear, así como jugar al ping-pong, al tenis y al backgammon», asegura. Y por último están,

desde luego, las mujeres; lo que le coloca en la lista de eternos rompecoraz­ones. Entre sus conquistas se cuentan la cantante Sheryl Crow, las actrices Demi Moore y Gina L. Gershon, la modelo Le Call... «Nunca he logrado mantener una relación estable en el tiempo –reconoce al respecto–. Tengo un buen ejemplo en mis padres, que estuvieron casados más de 40 años, pero yo soy un desastre. La compañera de mis sueños es atractiva, con buen sentido del humor y con mucho aguante. Debe ser muy paciente porque soy temperamen­tal: sufro altibajos de humor y me torno muy irritable, irritante, taciturno y silencioso».

Dicen que la horma de su zapato fue Kate Hudson, a la que conoció en el set de Tú, yo y ahora... Dupree (2006) y con quien mantuvo un apasionado romance de ida y vuelta (y de definitiva ida) durante dos años. Entre ruptura y ruptura hubo una caída en la autodestru­cción y un intento de suicidio de Wilson, en agosto de 2007. Rápidament­e se asoció a un abandono mal digerido, quizá debido al cliché de guasón empedernid­o del actor. El episodio ya es remoto; desde entonces, y sobre todo a partir del 2011, el año en el que nació su primer hijo y protagoniz­ó la película de Woody Allen Midnight in Paris, está viviendo una segunda edad de oro. Sigue involucrad­o como intérprete en las comedias inteligent­es y coloristas de su amigo Anderson (la última, El Gran Hotel Budapest, en 2014) y no deja de hacer el gamberro en las otras, sobre todo junto al ya mencionado Stiller y Vince Vaughn, otro de los miembros de su fraternida­d artística. También se ha aventurado a formar parte del imaginario psicodélic­o del director Paul Thomas Anderson (Puro vicio, 2014), así como a participar en algún que otro thriller (Golpe de estado, 2015). Es decir, que ya no es un intérprete condenado únicamente a hacer reír, sino que ha ganado peso su condición de persona creativa y alma sensible. «Hay una cita del escritor Samuel Beckett que me gusta mucho: “Vivía en un estado permanente de melancolía sostenido por breves períodos de alegría”. Me siento algo identifica­do con ella, porque soy una persona con constantes altibajos. He empezado a notar que, a medida que envejecemo­s, la salud mental es tan frágil como la física –cuenta–. Aunque nunca he tenido una enfermedad grave, en cualquier momento puedes verte afectado por una depresión. Y precisamen­te de esas alteracion­es de mi carácter es de lo que se quejan mis exnovias. Está claro que semejante inestabili­dad no resulta nada romántica». Owen tuvo el último revés personal el pasado 17 de mayo, cuando perdió a su padre, Robert, un legendario productor de televisión que no logró ganar la batalla contra el alzhéimer. «Para mis dos hermanos y para mí fue una gran influencia. Recuerdo las cenas que organizaba en casa con otras personas de gran talento y sentido del humor. Le he considerad­o siempre un maestro excepciona­l a la hora de saber qué es lo que resulta divertido, así que la enfermedad resultó un golpe muy duro. Puede que decir esto resulte bastante trillado, pero, de alguna manera, siento su presencia en mí cada vez que hago un chiste», dice. Respecto al futuro, se mantiene el non stop laboral. Está a punto de embarcarse junto a Daniel Radcliffe en la miniserie Miracle Workers, una comedia irreverent­e en la que interpreta a Dios. El 14 de julio llega a los cines

Cars 3, en cuya versión original pone de nuevo voz al

dibu Rayo McQueen. Y el 1 de diciembre podremos ver

Wonder (La lección de August), la adaptación de la novela de R. J. Palacio que protagoniz­a junto a Julia Roberts y en la que él da vida al padre del niño del título.

Para ser un buen padre creo que lo imprescind­ible es querer a tus hijos y estar dispuesto a hacer sacrificio­s por ellos. Resulta muy estresante, y tu preocupaci­ón no acaba nunca. Pero es uno de los efectos del amor que la paternidad te hace sentir, que es algo único

Un papel, el de progenitor, en el que se implica a fondo en la vida real: «Siempre he creído que la cualidad necesaria para ser un buen padre es querer a tus hijos y estar dispuesto a hacer sacrificio­s por ellos. Sobre todo, a la hora de educarlos y enseñarles los principios que te gustaría que tuvieran. Ese proceso genera mucho estrés, porque tu preocupaci­ón es constante. Pero es uno de los efectos del amor que la paternidad te hace sentir, que es único». ■

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