la gran cosecha
T¿Te gusta desayunar leyendo el periódico, prefieres tomarte un café cortado antes que un frappuccino y todavía tienes películas en VHS? ¿Jugabas con la Game Boy, le grababas cintas a tu mejor amiga desde la radio (y, cómo no, se colaba la voz del locutor) y mandabas postales en verano? ¿Pasaste sin ningún esfuerzo (aparente) de la libreta a la tablet, de la cabina al smartphone más innovador, del walkman a Spotify? Si has contestado que sí a la mayoría de estas preguntas, seguramente hayas nacido entre 1977 y 1983 y seas una xennial. No pongas esa cara: no es nada malo. El neologismo, que suena a jarabe para la garganta, fue creado hace un par de años por la periodista estadounidense Sarah Stankorb y se ha puesto de moda gracias a un profesor de Sociología de la Universidad de Melbourne, Dan Woodman. Se refiere a la gente nacida justo en el tránsito de la generación X (desde 1965 hasta finales de los 70) a la millenial (de los primeros 80 al año 2000), personas que han cabalgado entre dos mundos, que han sabido saltar de una tranquila niñez analógica a una edad adulta digital e hiperconectada, para convertirse en las últimas capaces de recordar la vida sin Internet. Una minigeneración bisagra, optimista y dinámica, que ha cerrado una época, abierto otra y exhibido una gran capacidad para asimilar el cambio y amoldarse a él. Una especie de milagro de la evolución del que estaría orgulloso Charles Darwin, pues este creía que el secreto del éxito no reside ni en la fuerza, ni en la rapidez ni en la inteligencia, sino en el espíritu de adaptación. Para los sociólogos, la de los xennials sería una cosecha de oro, ya que no poseería ni el característico descontento de la generación X ni el exceso de optimismo de los millennials. Quim Gutiérrez, Leticia Dolera, Margherita Missoni y Guillaume Henry, que protagonizan nuestro número de septiembre, constituyen buenos ejemplos de esta hornada puente, sabia, creativa y sensata, que parece en estado de gracia, en equilibrio entre el pasado y el futuro, entre el trabajo y el tiempo libre, entre la nostalgia y la innovación. Y, aunque pretendan limitarla a un periodo de apenas cinco años, estoy convencida de que muchos nos sentimos un poco xennials. A casi todos nos gusta reconocernos en un grupo, creernos parte de una pequeña tribu y compartir un horizonte cultural común. Es una manera de no encontrarse solo y de entender a los demás (y a uno mismo). Una canción, una moda, un juego, un sueño o una película nos definen, nos unen y nos identifican. Pero, a veces, las etiquetas se quedan un poco estrechas y las barreras no son tan categóricas. Yo, por ejemplo, he cruzado de llorar viendo Marco, como buena baby boomer, a llevar las típicas hombreras (hasta debajo de la camiseta de gimnasia) de la generación X; de cantar One, de U2, igual que una xennial de libro, a no poder vivir sin las redes sociales ni el aguacate, como la mayoría de los millennials. ¡Vaya lío! Así que ¿qué soy? ¿Y qué eres tú? Existe una cosecha que nos define y en la que te reconocerás; es cosmopolita, divertida, chic y valiente, y lleva 30 años no sólo adaptándose a los tiempos, sino anticipándose a ellos y escribiéndolos. Sí, todas somos la generación ELLE.