UNA MUJER EN ACTIVO
Independiente y auténtica, la actriz, musa del cine de terror, ha dado en el clavo como directora y guionista de comedia. Más allá del set, su vida es inseparable de la lucha feminista.
La voz feminista de la actriz y directora Leticia Dolera.
En la biografia de la cuenta de Twitter de Leticia Dolera (Barcelona, 1981), se lee: «Actriz, directora, feminista y matazombies profesional». Lo primero lo ha demostrado en más de 40 producciones; lo segundo, con cuatro cortos y la comedia naíf Requisitos para ser una persona normal (2015). Pero no ha parado ahí, porque, desde hace dos años, está inmersa en el texto del que será su segundo largo. Un argumento que, por ahora, se mantiene bajo la consigna del top secret. «No puedo contar mucho porque tengo un contrato de confidencialidad. Es una comedia, aunque sin el tono inocente de mi ópera prima. Si todo va bien y se hace, la dirigiré y protagonizaré. Siento que crezco como guionista, y eso me motiva un montón», dice. Lo de matazombies viene por su incursión en el cine de terror, concretamente, en [•REC]3: Génesis (2012), que la encumbró como heroína del gore. En el epicentro de su conversación, está infatigablemente la mujer. Un sentido común feminista que Leticia Dolera reivindica y defiende apasionada en su relación con el mundo. «No entiendo cuando la gente repite: “No seas feminista radical”. Por serlo no significa que vayas a poner bombas en ningún sitio; significa que quieres que se eliminen comportamientos machistas y que, para lograrlo, es necesario que se vaya a la raíz, o sea, a la educación y a la cultura», declara. Y este es sólo el principio. Porque su discurso sobre la materia da para mucho más. Comenzamos como empezaba la entrevista de trabajo que le hacían a tu personaje en Requisitos para ser una persona normal: ¿qué tipo de persona eres tú?
¡Uy!, ni idea. Jamás he podido definirme. Como todo el mundo, estoy en constante autodescubrimiento.
¿Crees que tener 30 años ahora mismo es algo así como perpetuar el síndrome de Peter Pan?
(Risas). El otro día, Manuel (Burque, el actor que le da réplica en su ópera prima) acuñó un término para definir a los treintañeros que me encantó: adultescentes. Engloba muy bien a una generación y, si me apuras, hasta a dos. Yo me pongo el mismo tipo de ropa que a los 20 años y sigo queriendo salir a bailar, lo que refleja que conservo el espíritu de siempre. He llegado a esa edad en la que me imaginaba mayor y, sin embargo, no he notado ningún cambio drástico. Ignoro si ese síndrome se me va a pasar. Lo que sí te puedo decir es que tengo amigos de 50 a los que no se les ha pasado en absoluto (risas).
Dicen que un artista exorciza sus demonios con lo que crea. ¿De qué te curó escribir la historia de tu película?
No sé si me ha curado, pero sí me sirve de recordatorio cuando me siento fuera de lugar porque pienso que no cumplo con lo que se supone que debo hacer o ser. A veces, a lo que nos viene impuesto (trabajo, casa, pareja, vida social y familiar e ideales de belleza) le damos un valor tan grande que nos conduce a la frustración. La peli me recuerda que no tengo que acobardarme a la hora de crear mis propios requisitos para ser feliz, para llegar a ser quien yo quiera y no quien los demás quieren que sea.
Y ¿de que te gustaría curarte con la siguiente?
De los estereotipos vinculados a las mujeres en general.
¿Por ejemplo?
Que somos frágiles, que necesitamos que nos protejan y que debemos ser guapas, deseables, maternales, atentas, generosas... Son atributos bonitos, sí. Pero para todas las personas. Da igual el sexo. Aunque lo de ser deseable y atractiva puede llevar a que pongas el foco en algo efímero y que no sirve para nada. No hay que tener el cuerpo como el de nadie: hay que conocer el nuestro, gozarlo y amarlo.
Tampoco eres partidaria del estereotipo que perpetúa el ideal del amor romántico. Es que el amor de verdad es libre y diverso. Cada persona es un mundo, y el mundo está plagado de personas. No puede ser que sólo haya una manera de amar, que únicamente sea heterosexual y que implique eso de no puedo vivir sin ti. Lo de la media naranja ha sido fatal. Somos naranjas enteras y decidimos hacer zumo con quien queremos y si es que queremos (risas).
Perdona que de todo haga lectura de género, Pero es que aquello de lo que no se habla es como que no existe. Y fíjate que también aquí los estereotipos discriminan: solterona frente a soltero de oro. ¡No me digas! ¿Es verdad o no? Tu última incursión en el cine de terror es un cameo en Verónica (se estrena el 25 de agosto). Sí, justo al principio de la película. Hago de monja profesora de un colegio de Vallecas.
Como espectadora, ¿qué tal te llevas con ese género? ¿Te gusta? Me encanta. Asustar tiene algo adrenalínico que es muy divertido. Es donde me encanta pasar miedo: en el cine. En la vida real no. Además, lo que me gusta de estas pelis es que muchas veces no son sólo eso; algunas, como Verónica, utilizan la fantasía para indagar en el alma humana. ¿Sabes que cada vez hay más mujeres dirigiendo películas en este terreno, tradicionalmente masculino? Sí, son cada vez más, y lo están reinventando; le están aportando otra mirada. Entonces, ¿hay películas de estilo masculino y películas de estilo femenino?
Para nada. Primero, tendríamos que definir qué es femenino y qué es masculino y por qué. Se entiende que algo delicado es femenino y que algo rudo es masculino, cuando, en realidad, los dos son adjetivos aplicables a personas de uno y otro género. Wes Anderson es un hombre y hace un cine superdelicado.
¿Crees que la magia del cine puede transformar las cosas?
Desde luego. Y a un nivel muy potente. El cine educa porque apela a tus emociones y a tus sentimientos, y genera ejemplos de comportamiento que, sin que te des cuenta, están ahí. Sin embargo, también deberíamos replantearnos nuestra actitud ante lo que nos enseña. Por ejemplo, que una niña acabe disfrazándose de Peter Pan porque lo ha visto y le gusta nos parece fantástico; en cambio, si un niño se quiere poner el traje de la princesa de Frozen, nos inquietamos. ¿Por qué? ¿Por qué una niña puede vivir con referentes masculinos y un niño no puede tenerlos femeninos? ¡Si hay cantidad de mujeres que son ejemplos de conducta increíbles! ¿Qué es lo que ocurre en las escuelas o en la cultura que no se enseña a valorarlas? Te aseguro que, cuando estrené mi película, se me acercaron muchos hombres para decirme que se sentían identificados con mi personaje, o sea, con otro ser humano que, en este caso, era una chica que llevaba dos trenzas y jerséis de topos. Eso no les restó ninguna masculinidad.
¿En qué lugar te refugias cuando quieres estar tranquila?
En el Ampurdán en vacaciones. Y, siempre, en cafeterías con encanto, a las que voy a escribir muchas mañanas cuando quedarme en casa me agobia. El olor a café me relaja. Haber descubierto que soy capaz de escribir me ha dado algo así como un nuevo superpoder: el de no temerle a las esperas que siempre implica el trabajo de actor o actriz.
Naciste en Barcelona y vives en Madrid. ¿Hablamos de la polémica con el tema de Cataluña? ¡Uf! (Risas). Está claro que hay un problema político que se debe gestionar. Mirar hacia otro lado no ha servido de nada, como ocurre en cualquier aspecto de la vida cuando tienes un conflicto: debes afrontarlo, no dejarlo pasar. Este tema se ha dejado pasar y ha crecido. Hay partidos que buscan el enfrentamiento. Y pienso que lo mejor es dialogar y escuchar sin miedo.
¿Qué le pides al futuro?
Un mundo más justo... ¡y feminista! ■
«Intento recordar que no debo acobardarme a la hora de crear mis propios requisitos para ser feliz, para llegar a ser quien yo quiera y no quien los demás quieren que sea»