ELLE

UNA VIDA EN ZIGZAG

Vive en el corazón verde de Lombardía, tiene dos hijos con el piloto de carreras Eugenio Amos y hace un par de años lanzó la línea infantil Margherita Kids. Así es la nieta de los fundadores de Missoni.

- MARGHERITA MACCAPANI MISSONI POR CLAUDIA SÁIZ. FOTOS: RAFA GALLAR. REALIZACIÓ­N: BÁRBARA GARRALDA

Margherita Maccapani Missoni nos lo cuenta todo.

Naturalida­d. En las distancias cortas, Margherita Maccapani Missoni (Milán, 1983) muestra una frescura envidiable. Con una melena a lo Ali MacGraw, suavemente maquillada y con un estilo bohemio, no hace esfuerzos por caer bien, pero lo consigue. No le preocupa dar contestaci­ones demasiado cortas o largas. Simplement­e, dice lo que le parece. Comenzamos a hablar en español y, tras un par de frases, pasamos al inglés con una modesta disculpa. «Viví en Barcelona seis meses, con 18 años, pero he perdido mucho vocabulari­o desde entonces», admite. Admiradora confesa de España, acaba de regresar a la Ciudad Condal para recoger el premio Fashion Tribute que 080 Barcelona Fashion ha concedido a su madre, Angela. Su pedigrí queda patente en mil y un detalles. Y no es de extrañar. Acudir con sólo dos semanas de vida al backstage de un desfile de Missoni, ir al colegio con gorros hechos expresamen­te por Vivienne Westwood, que Anna Piaggi te comprase las chaquetas y que Federico Fellini te mandase postales a la fuerza te lleva a detectar el estilo. «A los 10 años, llevaba una chaqueta con un bordado gigante en la espalda que decía: Fashion Victim. A mi hermana y a mí, mi madre nunca nos dijo cómo vestir. Teresa, para desesperac­ión de la niñera, iba al colegio con zapatos de flamenca, y yo, con mallas rojas». Ahora, casada con el piloto de carreras Eugenio Amos y madre de dos chicos, Otto (3) y Augusto (2), es dueña de su propia vida personal y profesiona­l, al frente de la firma infantil Margherita Kids.

¿Desde que te casaste, en 2012, tu rutina ha cambiado?

Me rendí a mi ADN. Nos fuimos de Milán al campo, a Sumirago, donde me crié. Mi madre dejó que nos mudáramos cuando me quedé embarazada de Otto. Aún no nos han entregado la casa que nos estamos construyen­do. La vida de pueblo me aporta equilibrio y me mantiene sana. Y has incorporad­o a tu currículum el rol de diseñadora de ropa para niños con la creación de Margherita Kids. La marca floreció con mi primer hijo. Vi que la ambición ya no era una prioridad, sino que deseaba tener calidad de vida. Y no ser como mi madre. Ella se ha dedicado sólo a la empresa y es increíble lo que ha logrado; sin embargo, ha dejado de lado sus pasiones. Yo no quería seguir esos pasos.

¿Cuál es el mensaje que intentas transmitir con tu firma?

Hay que dejar que los niños se vistan solos, que tengan ideas propias. Busco ofrecer a los pequeños un universo colorido, lleno de posibilida­des, con diferentes tejidos, estampados, siluetas... Este otoño, presento la primera línea para ellos.

¿Tener hijos cambia tu visión del mundo?

Vuelves a sentir el síndrome de Peter Pan. Me gusta ese mundo de desear es poder de los niños. Me ayuda a recordar que yo también fui pequeña. No quita que muchos días me esconda en el baño, cinco minutos, en busca de paz. Decidiste estudiar Filosofía en lugar de Diseño; después, te propusiste ser actriz para contar cosas. Precisamen­te, eso es lo que haces ahora por medio de las redes sociales... Sí, aunque las actualizo poco. Prefiero escuchar. Es cierto que Twitter lo tengo abandonado. Lo veo como un espacio al que la gente va a exponer y buscar ideas. Aunque últimament­e se usa más para linchamien­to público. Hay quien insulta como el que hace gimnasia matinal. Como una condición para iniciar bien el día. Gente que, en persona, no tendría arrestos para decirte nada.

Twitter se usa mucho para linchar. Hay quien insulta como el que hace gimnasia por las mañanas. Gente que en persona no se atrevería a decirte nada

Si pudieras personaliz­ar el planeta, ¿por dónde empezarías? Se precisa un nuevo impulso. Y una Europa que sea menos perezosa. No es así como se innova ni como se crece. A los visionario­s no hay que hacerlos pasar por unos locos. Los que cambian el mundo, como mis abuelos en el sector textil en 1953, poseen una visión obsesiva de sus ideas, luchan por ejecutarla­s. Siento el máximo respeto hacia quien trabaja, y yo procedo de una clase afortunada –siempre tengo que acordarme de ello–, pero la realidad es que, si quieres arriesgar en la vida, debes trabajar más. El futuro se escribe trabajando de la mejor forma el propio presente. Sí, es cierto, hay que racionaliz­ar y ser más eficiente. Tampoco tiene sentido quedarse 14 horas en la oficina. Me da la sensación de que los europeos somos un poco mimados. Siempre nos quejamos; sin embargo, disfrutamo­s de una alta calidad de vida y bienestar, cuando habría que incidir en los problemas reales.

¿De qué forma contribuye­s tú?

Soy embajadora de OAfrica en Italia, una ONG que opera en Ghana y que ofrece ayuda a más de 5.000 niños huérfanos o en situación de vulnerabil­idad. Resulta saludable abrir horizontes en la vida y tener aficiones: pescar, coger setas... Yo me he involucrad­o en un proyecto de ayuda. Creo que la moda necesita conciencia, que las empresas deben buscar algo más que rentabilid­ad, implicarse en la sociedad.

Hablas de tu madre, pero reivindica­s constantem­ente el apellido paterno, Maccapani. Mis padres se separaron cuando yo tenía siete años. Al alcanzar la mayoría de edad, la gente ya me conocía: me identifica­ban como Missoni, y me pareció una falta de respeto que se olvidaran de mi apellido paterno. Mi padre vive el momento, le da prioridad al presente en lugar de al mañana, y eso es lo que me ha enseñado.

¿Cómo te ves dentro del mosaico familiar?

Es difícil pertenecer a una familia como la mía, donde todo se mezcla en una amalgama de trabajo y relaciones personales. Claro que me aferro a los recuerdos de infancia entre retales, a las tardes que pasaba en la fábrica y al respeto que siento por el camino que mis abuelos anduvieron antes que yo, por cómo revolucion­aron el panorama textil y por cómo mi madre se ha encargado de regenerarl­o y ponerlo al día.

¿En algún momento los lazos fueron cadenas?

Hubo un tiempo en el que sentía la necesidad de alejarme. Somos un clan en el que cuesta identifica­rse como individuo. Y la empresa era un pariente más. Tanto que, a veces, se convertía en un miembro asfixiante. A los 20 años, no sabía dónde acababa mi familia y dónde empezaba yo. Por eso me fui a Nueva York a terminar Filosofía y empezar en el teatro. Quería ser independie­nte, ganar mi propio dinero. Quería mi libertad. Hasta que me di cuenta de que la familia hace que seas quien eres. Son tus raíces, no debes huir ni renegar. Me costó lo suyo llegar a esa conclusión. Distanciar­me al cien por cien, cortar con ellos y con el negocio, eso habría sido como arrancarse un brazo.

¿Se puede sacar a Margherita de Missoni pero no viceversa?

¡Puede! (Risas). Mi madre me ha dado libertad absoluta. Pero sé cómo funciona su mente; desea que seas feliz, aunque su idea de la felicidad consiste en alcanzar la perfección. Durante años, intenté ser la mejor en todo. Ya me he relajado, y ella me respeta; de lo contrario, no habría delegado en mí en su momento ni se habría alegrado como lo hizo cuando decidí emprender el proyecto de Margherita Kids. Eres la mayor de tres hermanos. Y los tres os criasteis en Sumirago, en el norte de Italia.

Sí, puerta con puerta con mis abuelos, Ottavio y Rosita. Crecí con ellos. Es más, fue mi abuela la que me crió. Cuando le traspasó las riendas de la marca a mi madre, ella asumió sus funciones en casa. Era la típica abuela divertida, la que te dejaba hacer lo que querías. Ni siquiera nos distanciam­os cuando llegué a la adolescenc­ia. Ella es un símbolo nacional para Italia; tiene 86 años y verla me empuja a ser valiente.

¿Eras consciente de que pertenecía­s a una familia única?

Mientras no conocí otra cosa, no. Recuerdo que, nada más separarse mis padres, vinieron a vivir con nosotros unos amigos gay de mi madre. Fueron mi referente masculino por un tiempo. Estaba mi hermano, Francesco, pero entonces rondaba los 3 años de edad y su máxima ambición consistía en abrir la nevera y hacer pis dentro. En casa, el único que llegó a rivalizar en liderazgo con mi madre y mi abuela fue mi abuelo. Tenía un ego titánico. Fue atleta. ¡Y modelo! El otro día encontramo­s una fotonovela en la que aparecía disfrazado de Cupido, con corona de flores y un arco.

Crees que puede decirse que la historia de los Missoni es una historia de resistenci­a? Los valores en la familia son muy importante­s, estamos unidos en esto. Con lo bueno y con lo malo que eso implica. Por ejemplo, 2013 fue un annus horribilis: teníamos que celebrar las bodas de diamante de la empresa y terminó siendo un año de luto. Fue cuando el avión de mi tío Vittorio desapareci­ó en Venezuela, y el impacto de la tragedia dañó tanto la salud de mi abuelo que, con los 92 ya cumplidos, ingresó en el hospital y murió a los pocos días. Durante esos meses tan difíciles, mi madre fue el hilo que nos hilvanó a todos. Nos infundió coraje, energía. Sin duda, estar juntos os hace más fuertes.

Es nuestro secreto. Aunque eso no significa que seamos tradiciona­les. Somos como una banda de jazz: te reúnes con gente y cada uno aporta algo. Nunca es fácil, pero nunca es aburrido. ■

«En casa, el único que rivalizó en liderazgo con mi abuela y con mi madre fue mi abuelo. Tenía un ego titánico. Fue atleta. ¡Y modelo!»

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Abrigo de cuadros de Missoni, camiseta de algodón de American Vintage y vaqueros de Levi’s.

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