AL PIE DE LA LETRA
El escritor español con más premios internacionales nos abre sus puertas para hablarnos de su último relato: una historia en clave femenina con la condena de la espera y la traición como protagonistas. Pasen y lean.
El escritor Javier Marías recibe a ELLE en su casa.
«Tengo una inmensa fortuna: cuento con algunas mujeres extraordinarias a mi alrededor. Oyéndolas hablar, pienso en lo ‘sexy’ que es la inteligencia»
Zigzagueando por los callejones del Madrid castizo, llegamos hasta el refugio de Javier Marías (nacido en esta ciudad en 1951). El que es uno de nuestros autores más internacionales (traducido a 42 idiomas) nos recibe cercano, cordial y exhibiendo un finísimo sentido del humor, como si no se tomara a sí mismo muy en serio. O como hacen los tímidos cuando se ven obligados a dejar de serlo. Montañas interminables de sus propios libros nos reciben en el hall, y nos llevan hacia un salón despacho
colonizado por miles de volúmenes, cuadros, fotos familiares y recuerdos de diversos tipos: un salacot, una colección de réplicas de armas de fuego de época... Todo custodiado por decenas de figuras diminutas y soldaditos de plomo, su debilidad. Extraordinariamente educado –pide permiso para fumar en su propia casa–, se excusa por las paredes, que «ya van necesitando una mano de pintura. Pero claro, imagináos mover todo esto. Sólo de pensarlo...». Lo dice arrastrando de vez en cuando las eses, eco de un acento inglés adquirido en su infancia en Estados Unidos. O tal vez de tanto frecuentar a su admirado Shakespeare. El escritor ha pasado los últimos 25 meses tejiendo, siempre en su Olympia Carrera de Luxe, Berta Isla (Alfaguara), su decimoquinta novela. El retrato de una
Penélope moderna a la que le toca vivir esperando. En el relato, que verá la luz la primera semana de este mes, el académico de la Lengua saca a relucir su artillería verbal, en una acción que se desarrolla a lo largo de tres décadas, mientras proyecta en sus personajes reflexiones sobre la predestinación, la manipulación, los secretos y la deslealtad. Hablamos de esta nueva obra y más cosas con un Marías en su mejor momento.
Berta Isla es la segunda protagonista femenina de tu carrera. ¿Cómo ha sido volver a poner voz a una mujer?
Ella es bastante compleja. Su voz narrativa es serena y ecuánime. Como mínimo, me cae bien. Cuando uno se mete en una piel del otro sexo, de forma inevitable, piensa en algunas de las personas a las que mejor conoce. Yo he tenido la inmensa fortuna de contar a mi alrededor con muchas que son extraordinarias, enormemente brillantes, generosas, capaces de argumentar, de explicarse bien, de descubrirme cosas... Oyéndolas hablar, pienso en lo sexy que puede llegar a ser la inteligencia. El encubrimiento y la deslealtad son tus temas recurrentes. Durante las últimas tres décadas, he escrito una serie de narraciones emparentadas entre sí y que tratan temas universales; por ejemplo, el engaño y la dificultad de conocer completamente incluso a la gente que está cerca de nosotros. También hablo de la persuasión, la sospecha o la instigación.
Yacerca del espionaje. ¿Por qué te interesa tanto? Los espías tienen bastante que ver con los novelistas, porque los unos y los otros describimos a los personajes de modo intuitivo. Los confidentes hacen lo mismo que nosotros con aquellas personas con las que se relacionan, cuya confianza se van a ganar para luego traicionarla. De manera deliberada, comparten la esencia de las relaciones. Los humanos querríamos saber hasta dónde podemos contar con nuestros seres queridos. E incluso hasta el día en que te mueres, es posible que sigas desconociéndolo. Las figuras femeninas que aparecen en esta última novela se pasan la vida esperando. ¿Piensas que las mujeres dejan pasar los días y que los hombres son los que actúan?
Eso ha sido así durante mucho tiempo. Ellas, injustamente y a lo largo de siglos, han aguardado por soldados, marineros, exploradores... Eran ellos quienes se marchaban, y sus esposas e hijas se ocupaban de la casa. Eso ha cambiado, pero, en realidad, no hay nadie que no esté a la expectativa. Incluso el que se ha ido, que también piensa en volver.
¿Tú has esperado alguna vez más de lo previsto? ¡Sí, claro, me sucede todo el rato (risas)! ¿A qué, exactamente?
A que llegue tal día o tal otro. A verme con mi pareja, que vive en Barcelona. A reunirme con ella.
Otra de tus claves son los balcones. ¿Qué suponen para ti? Ejercen un gran atractivo sobre mí. Es la manera de asomarse a la vida sin salir y sin quedarse tampoco dentro por completo. Que se lo digan a Julian Assange, que sólo puede asomarse a la terraza, aún territorio de la Embajada de Ecuador.
Llevas tres o cuatro libros diciendo lo mismo: que te retiras. ¿Lo sigues manteniendo? No lo haré, claro que no, aunque sí me encuentro cansado. Dar forma a una historia así, para mí, resulta un esfuerzo tan enorme que cada vez me sorprende más que haya tantísima gente metida en ello, incluidos ciertos presentadores de televisión. Casi no queda nadie ya que no cuente con una o varias en proceso.
¿Por qué escribes?
¿Qué iba a hacer si no? Tengo 65 años, pero en mi profesión no nos jubilamos, salvo que decidamos dejar de crear. A pesar de que me gusta leer, pasear, escuchar música y ver arte, necesito una actividad no contemplativa. Mi razón principal es que pienso con mayor fecundidad cuando compongo, específicamente una novela. Esa es la razón por la que la gente redacta diarios, blogs, cartas o e-mails. No únicamente para comunicarse con otros, sino para explicarse mejor a ellos mismos. Los que te conocen dicen que eres leal, generoso y divertido. No sé si hay mucho de lo último. Sí procuro mantener la lealtad.
No obstante, a veces pareces muy enfadado con el mundo... Lo estoy. Aunque en mis columnas suele haber un toque de humor, alguna broma o ironía. No le veo ningún sentido a publicar artículos si no es para tratar de aquellas cosas injustas o falsas que conozco. ¡Pero no hablo de ello en todas y cada una!
Escribes a máquina, sin ordenador. Y además, no tienes redes sociales ni cuenta de Twitter, donde tanto se habla acerca de ti...
¡Por suerte! Últimamente, ha debido de haber diversos tuits en los que se me ha despellejado (risas).
Con tus opiniones sobre las artistas femeninas has provocado un pequeño incendio. ¿Has estado al tanto?
¡Si mencionaba a más de 30! No se me ocurre mirar internet, si bien, cuando se arma una gorda, siempre me llama alguien y me pregunta: «¿Qué has dicho, que están las redes soliviantadas?». Hace poco, hablaba de la guardia revolucionaria de las buenas costumbres que patrulla las redes. Se está imponiendo una especie de persecución de las opiniones que no se conforman con lo que hoy es lo
biempensante, que es distinto de lo que era años atrás. No tengo la vanidad suficiente para ir a a ver lo bueno que se dice (porque también me cuentan que hay un montón de gente que me defiende), y tampoco me da morbo lo malo.
El año pasado te declarabas feminista y denunciabas la brecha salarial. ¿Cómo justificas esa inferioridad económica?
En mi opinión, ese es uno de los problemas principales en la actualidad. No entiendo por qué está aceptado, no ya en España, sino en la mayoría de los países, incluso
Yo espero todo el rato: a que llegue tal día o tal otro, o a verme con mi pareja, que vive en Barcelona, a reunirme con ella. En el fondo, no hay nadie que no esté aguardando
en Estados Unidos. Me parece intolerable que, en una empresa, una mujer que tiene las mismas competencias, y un rango y unas responsabilidades idénticas a las de un hombre, cobre menos sólo por su sexo.
Se ha detectado un repunte de la violencia machista entre los jóvenes. ¿Qué está ocurriendo? Es algo muy preocupante. Se ha dado una infantilización del conjunto de los vivos. Hace un tiempo, uno no se encontraba a un señor de 70 años en pantalón corto tomando una foto de una baldosa. A la vez, también se está produciendo una regresión al primitivismo. Lo decía mi padre años antes de morir: «El hombre actual corre el peligro de convertirse en un ser primario lleno de información». Me temo que tenía razón.
Sueles afirmar que los jóvenes de hoy en día están sobreprotegidos. ¿En qué nos hemos equivocado a la hora de educarlos?
Los niños deben saber que existe el miedo, pero sin estar de verdad en peligro. En un momento dado, se empezaron a reeditar cuentos suprimiendo algunas partes: la manzana de Blancanieves no estaba envenenada y el lobo era amigo de todos (risas).
Eso consigue que los lectores primerizos perciban un mundo irreal. Hay estudiantes en Estados Unidos que no soportan una opinión que les perturbe. Quieren save spaces (espacios seguros), en los que nadie diga nada. La universidad debería ser un espacio de aprendizaje, de confrontación de ideas y de debate. En cierta medida, esto también tiene que ver con esa situación.
Tu familia tiene un porcentaje de intelectuales inaudito. ¿De qué hablabais en la mesa?
¡De lo que se nos pusiera por delante! Sobre todo, bromeábamos; nos tomábamos el pelo los unos a los otros constantemente.
¿Cómo combates la inseguridad al escribir?
Cada vez que estoy incubando un libro y pienso que me está saliendo fatal, los que me tratan de cerca me recuerdan que dije exactamente lo mismo de los anteriores. Siempre me parece especialmente difícil el que tengo entre manos. Probablemente, me lleva sucediendo desde hace ya varias novelas. Quizás porque voy sintiendo el desgaste, aunque también me doy cuenta de que ahora tengo más oficio que antes. Según muchos, eres uno de los favoritos para el premio Nobel de Literatura. ¿Te ves recibiéndolo? Pues le doy las gracias a los que lo dicen, aunque la única noticia que tengo acerca de esto es la de los ingleses que apuestan a todo lo habido y por haber. La Academia Sueca nunca habla de candidatos. El año pasado, alguien me envió una búsqueda en internet de cómo iban las cotizaciones antes del fallo. Estaba empatado con Bob Dylan, que al final fue el ganador. ¡Si te hubieras jugado una libra por mí y me lo hubiesen dado, te habrías llevado 16!
Qué libro te gustaría haber podido crear tú? Todos los de Joseph Conrad. También unos cuantos de Vladimir Nabokov, Henry James, Gustave Flaubert o Charles Dickens.
¿Algún autor con el que te hubiera encantado cenar una noche?
El que me genera mayor curiosidad es sin duda William Shakespeare. Me resulta incomprensible que un solo hombre pudiera decir tantas cosas tan complejas, profundas, agudas y maravillosas. En tus relatos, ¿piensas primero el final y trazas un mapa para llegar hasta allí o te dejas llevar? No escribo con mapa, sino más bien con brújula. Nunca tengo ni la más remota idea de lo que va a ocurrir después. Es todo una sorpresa para mí. Sólo de esa manera soy capaz de divertirme. ■