EL ENCANTO de la DISCRECIÓN
Cansada de llorar en el cine, la actriz busca papeles luminosos y que inspiren a su hija, con la que vive en Nueva York ajena a la pompa de Hollywood. DULCE y melancólica, estrena ‘Todo el dinero del mundo’.
Antes Michelle Williams (Montana, Estados Unidos, 1980) elegía sus películas según los dictados de su instinto. Ahora lo hace en función del lugar del rodaje: «Me pregunto: “¿Me viene bien? ¿Cuánto tiempo estaré fuera? ¿Le gustará el sitio a mi familia?”». Dentro de poco participará en la grabación del blockbuster de superhéroes Venom, en Atlanta, lo suficientemente cerca de su domicilio (reside en Nueva York) como para que le compense el ir y venir. También aceptó embarcarse en Todo el dinero del mundo
(en cartel desde el 23 de febrero), que reconstruye el secuestro de John Paul Getty III en la Italia de los 70 y que le sirvió de excusa para llevar a su hija (Matilda, de 12 años) a disfrutar del verano en Roma. Una excepción en toda regla a la norma autoimpuesta de no trabajar en vacaciones. «Durante el curso escolar vamos a la carrera tanto por la mañana como por la tarde; pasamos el día entero fuera de casa, cada una centrada en lo suyo. Sin embargo, el ritmo cambia en julio y agosto: es una época especial para nosotras, y no quiero que perdamos esa sensación». Admirada por sus desgarradores papeles en Brokeback Mountain (2005), Blue Valentine (2010) y Manchester frente al mar (2016), Michelle le ha dado un giro a su carrera, en busca de personajes más luminosos y con los que Matilda pueda identificarse. «Por eso en 2017 dije que sí a El gran showman y Wonderstruck. El museo de las maravillas. Actúo para poder alimentar a mi hija. Literalmente. Si no necesitase ganarme la vida, leería novelas, cocinaría... Pero tengo que dedicarme a algo, así que he decidido hacer películas de las que Matilda se sienta orgullosa. Quiero que un día las vea y diga: “Ah, entonces esta era la otra faceta de mi madre”». Me encuentro con Williams en su barrio, Red Hook, asomado a la desembocadura del río Hudson. Se trata de una zona de aire excéntrico y calles adoquinadas, salpicada de casitas de estibadores. Con su voz aniñada, a tono con sus facciones y su corte de pelo, la intérprete confiesa que siempre se ha encontrado más cómoda lejos del star system. Ya cuando se quedó embarazada (hablamos de 2005) sorprendió a la industria y a la prensa al abandonar Manhattan para instalarse con su novio, el actor Heath Ledger, en Brooklyn. «Nos mudamos por el espacio, la calma, los árboles... Se veía el cielo. Buscábamos el equilibrio entre la naturaleza y la ciudad», recuerda Michelle, empeñada en garantizarle a su hija una infancia feliz. Sin embargo, el siguiente capítulo en la historia resultó devastador: el 22 de enero de 2008, meses después de que la pareja se separase, Ledger murió por una sobredosis accidental de medicamentos. Y, de la noche a la mañana, la tranquila existencia de Williams y Matilda se transformó en un infierno por culpa del acoso de los paparazzi. «Nos marchamos de Brooklyn; la situación era insoportable e incompatible con el desarrollo normal de una niña. Nos trasladamos al campo y nos quedamos seis años allí».
Las aguas volvieron a su cauce en 2014, gracias al efecto de la campaña No Kids Policy, liderada por la actriz Kristen Bell y en la que se implicó el grueso de Hollywood: nadie concedería entrevistas a los medios que publicasen instantáneas furtivas en las que apareciesen menores. «La demanda de ese tipo de fotografías cayó, su precio se desplomó y el problema se arregló –respira Michelle–. Se lo debemos a Kristen: gracias a ella regresamos a Brooklyn, esta vez al área de Red Hook».
Pese a que el distrito ha experimentado un cambio intenso en apenas una década («a veces me entra nostalgia y me da la impresión de que me han robado los viejos rincones»), ella sigue mezclándose con sus vecinos, tratando de pasar desapercibida y de comportarse como una más. Asiste a las reuniones de padres del colegio, visita salas de exposiciones y restaurantes locales, compra en tiendas tradicionales... Y dos de sus relaciones sentimentales más recientes han sido con hombres asentados en el barrio: el galerista Dustin Yellin, fundador del centro de arte contemporáneo Pioneer Works, y el novelista Jonathan Safran Foer, autor de títulos tan aplaudidos como Todo está iluminado y Tan fuerte, tan cerca.
Nos mudamos a Brooklyn en busca de más tranquilidad y acabamos marchándonos también de allí: la situación era incompatible con el desarrollo normal de una niña pequeña
«Si pudiera, no trabajaría. Pero tengo que alimentar a mi hija. Escojo papeles de los que ella pueda sentirse orgullosa; quiero que vea mis películas y diga: “Ah, esto es lo que hacía mi madre”»
Las actrices vivimos con la angustia de saber que, al cumplir los 40, corremos el riesgo de que se olviden de nosotras. Nos asomamos a un abismo: algunas tienen suerte, pero la mayoría acaba saltando al vacío
«No hay mal que por bien no venga: con la llegada al poder de Donald Trump, un montón de mujeres se ha lanzado a exigir un cambio»
Criada en California, Michelle Williams debutó en 1994 (apareció en el film Lassie); cuando rondaba los 15 años, se fue de San Diego a Los Ángeles, dispuesta a abrirse un hueco en el universo del cine. «Miro atrás y me choca, pero en aquella época esas aventuras se consideraban normales. Yo formaba parte de un grupo de actores adolescentes que iba a audiciones, y se había extendido la idea de que era más fácil que te contratasen si estabas legalmente emancipada». Dio en el clavo: consiguió un papel en la serie juvenil Dawson crece (en antena de 1998 a 2003), que también supuso un trampolín para Katie Holmes, y comenzó a alternar producciones con vocación comercial y películas de estética (y presupuesto) indie. Pero, a pesar del éxito y de las críticas positivas, aquella fue una etapa de vulnerabilidad y, subraya, «una enorme soledad». «Creo que no había madurado lo suficiente, que todavía era una niña –continúa–. No sabía defenderme. Por suerte, la historia terminó relativamente bien». Desde entonces, la cuatro veces candidata al Oscar ha aprendido a vencer algunos de sus grandes miedos y a expresarse sin rodeos: «Antes me aterraba la posibilidad de equivocarme, de decir algo que ofendiese a otras personas y me hiciese parecer maleducada. Me llevó casi una eternidad encontrar mi voz. En realidad, lo logré hace muy poco...».
Een el terreno profesional, la edad se ha convertido en el principal temor de Michelle. «Todas las que nos dedicamos a la interpretación hablamos de que cumplir los 40 es igual que asomarse a un precipicio. Algunas, las más afortunadas, encuentran un camino que, sin dejar de ser escarpado, les permite sortear los obstáculos, pero la mayoría de las mujeres son obligadas a lanzarse al vacío. Me planteo: “¿Seguiré contando con las mismas oportunidades que me llegan ahora? ¿Acabarán olvidándose de mí?”. Eso es lo más difícil e injusto que puede suceder en la trayectoria de cualquier actriz: vivir con la sensación de que nuestras carreras están condenadas a terminarse antes de tiempo». De ahí que su entorno le haya sugerido en más de una ocasión que sea previsora y ahorre dinero. Por si llega una temporada de vacas flacas. «El problema es que al final te metes en una espiral de angustia. No quiero ni imaginarme a mí misma forzada a tirar de las rentas guardadas hasta el día que me muera», se lamenta con vehemencia.
Si fuese un hombre, no tendría de qué alarmarse, dada la escandalosa brecha salarial que existe en la industria. «Llevo ya mucho tiempo agradeciendo las propuestas que se me han ofrecido y me he entregado a la profesión sin descanso para merecerme mi parte del pastel. Ya sabes, al estilo made in America: asumimos una carga y seguimos adelante. Sin embargo, después de 25 años, me repito: “¿Cuándo va a ser más ligera esa carga? Trabajo como un perro y sólo recibo las sobras”. Es que es ridículo». Muestra cierta esperanza en lo relativo a los casos de acoso y cree que, paradójicamente, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha precipitado una toma de conciencia: «No hay mal que por bien no venga. Un montón de mujeres se ha lanzado a denunciar públicamente lo que les ha ocurrido y a exigir un cambio. A partir de ahora, cualquier hombre que sea productor de cine, profesor o policía se lo pensará dos veces si pretende abusar de su poder». Le pregunto si se arrepiente de algo. «De nada que pueda compartir –ríe–. Bueno, como le comenté a una amiga, debería haberme dedicado más tiempo a mí misma antes de ser madre. Tiempo para soñar. Matilda me ha hecho mejor, pero vivo a su servicio». Precisamente, se va a buscarla al colegio porque se ha puesto enferma. La veo correr calle abajo y perderse en su querido Brooklyn. ■