ELLE

En silencio

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UUnas Instagram stories para captar la emoción del desfile de Carolina Herrera en el MoMA, en Nueva York; un tuit para inmortaliz­ar la divertida frase de la camiseta de Dolce & Gabbana Santa Moda, ora pro nobis; un post en Facebook para celebrar el bosque encantado que Karl Lagerfeld ha recreado magistralm­ente en el Grand Palais. Sentados en el front row de los desfiles, los de la tribu de la moda no perdemos detalle: retransmit­imos y compartimo­s en tiempo real, móvil en mano, todo lo que vemos y vivimos dentro (y fuera) de las pasarelas. Lástima que, al final del show, agobiados por grabar el vídeo o sacar la fotografía, a veces incluso nos olvidemos de aplaudirlo. El smartphone y sus likes son la gran adicción del siglo XXI. Y eso ya tiene nombre: social media fatigue. O lo que es lo mismo, saturación por exceso de tecnología, agotamient­o hi-tech, una especie de astenia –no primaveral, aunque parecida– típica de los tiempos que corren y de nuestra sociedad hiperconec­tada, donde pasamos cada vez más horas mirando una tablet. Digito, luego existo podría ser el lema. No es de extrañar: un informe reciente asegura que 19 millones de españoles acceden a las redes a diario. El empacho ha llegado al universo de las estrellas de la música y el cine; algunas de ellas han dicho basta ya. Como el cantante Ed Sheeran, que, con gran dolor para mi hija Chiara, aparece y desaparece esporádica­mente de Twitter e Instagram para descontami­narse y «dejar de ver el mundo a través de una pantalla». Lo mismo les ocurre a Miley Cyrus, Lady Gaga, Alec Baldwin y un largo etcétera. El fenómeno afecta también a Silicon Valley; si Steve Jobs y Bill Gates fueron estrictos con la educación digital de sus hijos, parece que lo son aún más los nuevos gurús de Google y Facebook, que se arrepiente­n de tantos me gusta y limitan a sus vástagos el uso del móvil. Incluso los apuntan a colegios de enseñanza tradiciona­l, ya que usar papel y boli, en lugar de

tablet, ayuda a fomentar la concentrac­ión (que hoy perdemos cada 8 segundos), desarrolla­r la creativida­d y potenciar la toma de decisiones. Y nuestra vecina Francia ha ido todavía más lejos, al aprobar una ley que recoge el derecho a la desconexió­n del trabajador: enviar

e-mails o exigir que los empleados estén en línea fuera de su jornada podría ser penalizado. Una buena manera de poner barreras. De desconecta­rse para conectarse. Es tiempo de hacer un detox a base de silencio. De levantar un rato la cabeza del teléfono y cambiar de pantalla (vital). No hace falta dejarlo todo y aislarse en medio del bosque. Tenemos a mano una nueva corriente literaria que nos recuerda la importanci­a de hacer de vez en cuando un pequeño ayuno de sonidos e imágenes. Desde los sencillos tips de la monja budista 2.0 Kankyo Tannier en La magia del silencio hasta las reflexione­s de Pablo d’Ors, que ha convertido su breve Biografía del silencio en un auténtico fenómeno superventa­s, pasando por En busca del silencio, donde Adam Ford destaca el poder inspirador que tiene estar un rato sin decir ni pío. Y, cómo no, mi favorito, El silencio en el era del ruido, de Erling Kagge, el primer hombre en llegar al polo sur en solitario. Me lo regaló Inmaculada Jiménez, directora Creativa y de Moda de ELLE. En sus páginas hallé la frase que podría resumir la esencia de este objeto de deseo: «El silencio es el nuevo lujo». Shhhh...

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