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EL ESCRITOR TOP Joël Dicker lanza nuevo ‘thriller’.

El autor del éxito mundial ‘La verdad sobre el caso Ha rry Quebert´vuelve a dar la cara con ‘La desaparici­ón de Stephanie Mailer’, el ‘thriller’ más esperado.

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Existen dos Joël Dicker (Ginebra, Suiza, 1985). Por un lado, el que parece un modelo cuando te lo cruzas por la calle, tiene 33 años y lleva dos casado. Por otro, el creador de La verdad sobre el caso Harry Quebert, el libro que le ha dado la gloria editorial y que, este otoño, se estrena en formato de serie de televisión. Más de cuatro millones de lectores esperan su nueva criatura de papel, La desaparici­ón de Stephanie Mailer (Alfaguara), un adictivo thriller cuyo primer capítulo se repartió en los aviones de la aerolínea Swiss antes de publicarse, en una campaña única. Mientras aterriza en España, quedamos en el Four Seasons Hotel des Bergues de Ginebra con el hombre que está tras el fenómeno literario europeo del momento y es imagen de marcas de relojería de lujo como Piaget. Así es alguien que vuela alto. Tus novelas siempre son monumental­es. ¿Cómo describirí­as en pocas palabras una obra de casi 700 páginas? ¡No es fácil!

(risas). Venga, ahí va: se trata de una investigac­ión policial que retoma un caso de cuádruple homicidio cometido hace 20 años. Algo que permite contar la historia de una treintena de personajes que, a pesar de no estar destinados a encontrars­e, lo hacen. Ese hecho se convierte en una oportunida­d de que cada uno de ellos pueda proceder a una reparación personal, que es de lo que va de verdad la novela. Una historia que ya ha sido calificada como «el thriller más poderoso de los últimos años». ¿Cómo vives el éxito? Mucha más gente conoce mi libro de la que reconoce mi cara. La celebridad de un escritor es diferente a la de cualquier otro artista porque, salvo en las promocione­s, no tiene visibilida­d personal. Yo llevo bien esa distancia. Cuando me pongo a trabajar, estoy solo. Y eso es lo que de verdad me importa.

«Escribo con jazz. Lo toqué durante un tiempo; parece fácil, pero no lo es. Resulta difícil ser simple»

Escribir para ti es...

Escribir me resetea. Es una necesidad, algo más fuerte que yo. De hecho, si no lo hago, estoy de mal humor y se me pone un nudo en la garganta. Tengo un malestar también físico.

Frente al folio, ¿usas la cabeza o el corazón?

Yo trato con los sentimient­os, algo que nadie controla. Al igual que el novelista, el lector debe crear los escenarios con sus propias emociones. Todos vemos la misma película, pero nunca leemos el mismo libro.

Hablando de sentir, ¿has llegado a llorar mientras creas?

No. En una novela es mucho mas difícil hacer reír que hacer llorar. No obstante, el problema que yo tengo es que, cuando trabajo, me río mucho. ¡Es algo muy raro!

¿Y qué me dices de la intuición? ¿Sabes cuándo estás logrando un buen protagonis­ta?

Uno de mis criterios para ver si está bien hecho un personaje es que posea vida propia. Siempre hay algunos que no despegan. Son como marionetas; de repente, se caen. Cuando sucede eso, los tengo que quitar. Sin embargo, enseguida reconozco a los que van a durar; son los que tienen vida por sí mismos. Hasta el punto de que me siguen, salen de las páginas. De hecho, aquí, ahora mismo, están sentados unos cuantos en esos sillones libres de ahí enfrente.

¿Quieres decir que los ves físicament­e?

Sí, ¡todo el rato! Te confieso que, a veces, tengo ganas de gritarles: «¡Idos ya!». Da igual lo que hagas o a donde vayas, te persiguen. Incluso cuando me escapo a la playa en los Hamptons, están ahí, tirados en la toalla. Al finalizar La desaparici­ón de Stephanie Mailer, que me llevó casi tres años, me dije: «Se acabó. Ya no voy a escribir más». Eso es lo que yo quería de verdad. Pero, al día siguiente, mientras estaba respondien­do a unos mails, llamaron a la puerta. Abrí, y ahí estaban los nuevos personajes. Tal cual. Así que los que se encuentran por aquí sentados son los protagonis­tas del siguiente libro.

¿Crees que, si les pregunto, pueden avanzarnos ya algo?

(Risas). Les tengo a ellos, pero la historia aún no. Siempre sucede así en mis novelas. ¡Y no puedo decirte más, porque nunca hablo a nadie de ellas antes de terminarla­s!

¿Y de cómo cocinas tus best sellers? Sí, lo hago en una oficina.

¿Un escritor en una oficina?

No me gusta escribir en casa. Mi despacho está aquí, en Ginebra; me levanto, me ducho, salgo a la calle y me uno al mundo de los vivos por unos instantes antes de encerrarme en mi burbuja. Ese trayecto es muy importante para mí, porque me permite poner distancia entre el Joël que ves y el novelista. Sólo voy por las mañanas. Me gusta trabajar temprano. Me levanto a las cuatro de la madrugada. Esa es mi hora de conexión. Mentalment­e, es cuando más activo estoy, aunque es duro físicament­e.

¿Tomas mucho café?

(Risas). Confieso que he tardado un poco en adaptarme, porque no le puedes decir a tus amigos o a tu mujer que te tienes que ir a la cama a las ocho de la tarde, pero ya lo he conseguido. Es más, ahora, despertarm­e a las cuatro de un salto, emocionado y con ganas de saber qué va a pasar en la siguiente página me sirve para saber si un libro va a funcionar.

¿Teclado o papel?

Las dos cosas. El proceso final lo hago a ordenador. Antes, escribo con cuadernos escolares cuadricula­dos Clairefont­aine y bolígrafos de tinta Pilot de 0,7 milímetros. Siempre en color azul y con mucha música. Dime, ¿a qué suena La desaparici­ón de Stephanie Mailler?

A jazz. Es un estilo muy interesant­e. Lo toqué durante unos años, cuando tenía más horas libres. Lo fascinante es que parece fácil, que basta con hacer tutututu. Sin embargo, cuando lo descompone­s, tiene cinco tiempos diferentes. ¿Sabes? En realidad es difícil ser simple. Ese género musical es idéntico a mi manera de entender la literatura, y también la vida. ¿Quieres hacer una demostraci­ón de todo lo que eres capaz de lograr? ¿O prefieres hacer una historia para compartir? A mí me interesa más lo segundo.

«Veo a mis personajes, me persiguen hasta en la playa. Miro y ahí están ellos, tirados en la toalla»

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