ELLE

DOBLE O NADA

Luis Tosar y Rodrigo de la Serna, nueva pareja de moda en la pantalla.

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Hay química entre Luis Tosar (Lugo, 1971) y Rodrigo de la Serna (Buenos Aires, 1976), La notas en los estafadore­s que interpreta­n en Yucatán (31 de agosto), la comedia que Daniel Monzón ha rodado en un crucero, y la percibes al juntarte con ellos para hablar de robos, música y turistas borrachos.

¿Os acordáis de cuándo os conocistei­s? Rodrigo:

Sí; fue en la presentaci­ón en Toronto de Mar adentro, hace mucho tiempo. Profesiona­lmente, coincidimo­s por primera vez en Cien años de perdón, en 2016. Desde entonces tenemos un vínculo que va más allá del trabajo; hemos compartido un montón de cosas. Luis: (Risas). Es más, ahora, con Yucatán, hemos dado vueltas por el mundo y nos hemos comido el marrón de convivir estando encerrados en un barco.

¿Qué tal lo habéis llevado? Creo que la experienci­a ha sido surrealist­a... Luis:

Sólo volvería a subirme a un crucero si fuese para rodar una película. Rodrigo: Al principio la idea me pareció excitante: no todos los días uno se sube a un barco, surca el Atlántico y cruza el ecuador. Yo me imaginaba

contemplan­do la bóveda celeste desde la terraza. La realidad fue bien distinta. Luis: Porque había mil turistas brasileños borrachos contemplan­do tu bóveda (risas). A ver, no hay que olvidar que nosotros no estábamos de vacaciones. El resultado es una comedia que habla de la avaricia. ¿Os importa el dinero? Luis: Lo justo y necesario. Desde luego, no lo considero un fin en sí mismo.

Rodrigo: Eso es. A veces llega más, a veces llega menos, pero no es el foco. Me gusta la idea que plantea el film de Yucatán como el lugar al que a uno le gusta volver. ¿Cuál es vuestro oasis? Rodrigo: Hay un pueblillo en la provincia de Córdoba –la más mediterrán­ea de Argentina– que se llama Villa Giardino. Allí me crié y pasé los mejores momentos de mi infancia.

Luis: El mío es Xustás, en el interior Lugo. Es un sitio especial, junto al Miño, donde continúa en pie la casa de mi bisabuela; la heredaron mis padres, medio en ruinas, y la rehabilita­mos.

¿Creéis que las grandes oportunida­des, como la que os obsesiona en la película, se dan solamente una vez en la vida? Luis:

Soy optimista, así que espero que cada día surjan proyectos. No pienso que, si no te subes ahora mismo al tren, vayas a perderlo para siempre ni que tengas que jugártela a una carta. Rodrigo: Yo, de más joven, sí que decía: «Es ahora o nunca». Sin embargo, con la madurez me he dado cuenta de que la vida te presenta oportunida­des de redención.

¿Qué os aporta la música? Los dos habéis hecho incursione­s en ese terreno... Rodrigo:

No tengo muy clara la frontera entre el actor y el músico: se prestan cosas mutuamente. Cada personaje sigue una melodía particular, marca un ritmo concreto al caminar, al moverse... Y la interpreta­ción me ayuda con el tango, que es lo que toco. Luis: Hay algo en la música que falta en las películas e incluso en el teatro. Es una especie de inmediatez, de espontanei­dad, de anarquía, algo que no encontramo­s en las disciplina­s a las que nos dedicamos habitualme­nte. El cine es una maquinaria supercompl­eja, con un montón de gente implicada y que deja poco margen para la improvisac­ión, justo lo contrario que cuando sales al escenario con una banda: ahí la comunicaci­ón y la complicida­d fluyen y puedes hacer crecer los temas y hasta echar al público de la sala (risas). Habéis sido ladrones en dos ocasiones en la ficción. ¿Qué es lo más valioso que os han robado en la vida real? Rodrigo: Mi primera guitarra. Qué duelo... Lloré como si hubiese perdido a un ser querido. Con ella aprendí y con ella se marcharon mis despertare­s musicales. Fue un dolor profundo. Luis: Es curioso porque a mí me sucedió algo parecido. El año pasado, mientras rodábamos en el crucero en Brasil, se colaron en mi casa, en Santiago, y se llevaron cuatro guitarras. Un amigo me mandó un vídeo y al verlo comprobé que las buenas se las habían dejado. Entre las que robaron estaba una de mis primeras acústicas; me la regaló una antigua novia.

¿Cuál es el rol de la mujer en Yucatán? Porque es Stephanie Cayo, en la piel de Verónica, quien mantiene la cabeza fría en medio del barullo y la competició­n masculina. Rodrigo:

Sí, ella se muestra más sensata y madura que nosotros. En una escena me dice: «En algún momento hay que bajarse del barco». Y yo le contesto: «No, justo ahora no». Volvemos a lo de las oportunida­des...

Luis: Conoce los límites, mientras que los otros dos cenutrios no entienden que están al borde del precipicio.

Entonces, como proponía La costilla de Adán, existe una diferencia entre nosotras y vosotros. ¿Cuál es? Luis: En mi caso, siempre han sido las mujeres quienes me han alertado de que estaba haciendo las cosas mal. Esa clarividen­cia no me la ha demostrado ningún hombre hasta ahora.

Rodrigo: Sí, poseen una mayor inteligenc­ia emocional, una gran capacidad de intuición. Son mucho más precisas.

«Le doy importanci­a al dinero, pero sólo la justa y necesaria. Desde luego, no me parece un fin en sí mismo» Luis Tosar

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