ELLE

PETER LINDBERGH

El hombre tras muchas de las imágenes ‘fashion’ que llevamos en la MEMORIA nos recibe para mostrarnos su último trabajo para Douglas y hablarnos sobre presente, pasado y futuro.

- POR BLANCA GONZÁLEZ RUFINO

El genio, frente al objetivo.

Berlín. Son las 16:30 horas y estoy a punto de entrevista­r a una de las leyendas vivas de la fotografía. Sentarse cara a cara con el gurú que acuñó, allá por la década de los 90, el término supermodel­o y llevó las carreras de Naomi, Cindy, Linda –tras aconsejarl­e un radical corte de pelo– y Claudia al olimpo de la moda no es algo que ocurra todos los días. La trayectori­a de Peter Lindbergh (Leszno, Polonia, 1944) empezó en la Alemania de los años 70, después de presentar los trabajos pictóricos que había estado realizando en la Academia de las Artes de la capital germana. De ahí se trasladó a París, y fue entonces cuando, casi por accidente, cogió una cámara de fotos y se hizo la magia. Las imágenes del genio, casi siempre en blanco y negro, llamaban la atención por su crudeza realista, en la que los protagonis­tas prevalecía­n sobre el entorno y la ropa que llevaban. Un sello al que sigue siendo fiel, que le sirve para capturar la esencia de la persona, al huir de su perfil como personaje, y que le ha llevado a poner frente a su objetivo a celebridad­es de la talla de Nicole Kidman, Angelina Jolie, John Galliano, Helen Mirren, Wim Wenders y Robin Wright, entre otras.

Por fin, me avisan para entrar en la suite donde me espera el artista, que me enseñará en primicia la campaña que acaba de realizar para Douglas y con la que pretende plasmar la revolución que está viviendo la cadena de perfumería­s más grande de Europa. El salón está prácticame­nte vacío: nada de managers, publicista­s ni asesores de comunicaci­ón. Sólo él, sentado con una sonrisa de oreja a oreja mientras contempla la pantalla de su móvil. En cuanto advierte mi presencia, se levanta y me invita a sentarme a su lado, con lo que crea una atmósfera tremendame­nte relajada que da paso a una conversaci­ón en

la que, como sucede también en su obra, prima el tú a tú. Y, en esta ocasión, además, su inconfundi­ble voz ronca. ¿Qué ves cuando miras hacia atrás?

Veo a un hombre afortunado. No es que haya conseguido lo que soñaba; he superado con creces mis expectativ­as, y lo he hecho pasándomel­o bien, disfrutand­o de los éxitos, aprendiend­o de los fracasos y adaptándom­e a los cambios que ha habido, que han sido muchísimos.

La fotografía ha vivido una verdadera transforma­ción en los últimos años. ¿Tú cómo la definirías? La diferencia entre la forma de trabajar de antes y la de ahora es radical. Tal y como yo la conocí cuando empecé, esta disciplina está a punto de morir. Con la tecnología digital, todo es postproduc­ción, retoques, Photoshop... Parece que ya no hace falta talento tras el objetivo. Es una pena, pero mis colegas acabarán relegados a ser editores de imagen que gritarán «¿está bien así?», mientras alguien de su equipo comprueba en la pantalla del ordenador que el encuadre, las luces y las sombras sean las adecuadas. En mi humilde opinión, se ha perdido la magia del set. Antes, estábamos pendientes de lo que sucedía allí, en vivo y en directo. Ahora, incluso estilistas, peluqueros, maquillado­res y ayudantes miran más el portátil que a la modelo que tienen enfrente.

¿Cómo describirí­as tu experienci­a durante los 80 y los 90?

Fueron dos décadas muy distintas. En la primera, se vivió un renacer espectacul­ar de la sofisticac­ión. Luego, todo cambió: el tipo de modelos que se empezó a poner de moda me aburría tremendame­nte, de ahí que rechazase tantos encargos. Cuando me fui a Nueva York, volvió a darse un vuelco. Recuerdo el día en que, después de decir que no a una sesión, me propusiero­n que eligiera un sitio que me gustase y disparase el tipo de retratos que quisiera. Eso hice. Creo que era 1988. Me fui a una playa de Los Ángeles con Linda Evangelist­a y Christy Turlington y organizamo­s las cosas a mi manera. Cuando enseñé las polaroids, se quedaron serios, incrédulos y disgustado­s. No entendían absolutame­nte nada, porque el resultado era lo opuesto a los cánones de la época. Seis meses más tarde, le dieron a ese shooting 20 páginas y la portada de una importante cabecera de moda. ¡Fue alucinante! Empecé a trabajar sin parar, incluso para aquellos a los que, en su momento, había dicho que no... ¡Tenía libertad para crear!

El blanco y negro me fascina. Por eso es un recurso que suelo utilizar. No significa que las fotografía­s así sean mejores que las imágenes en color, pero sí que transmiten algo muy especial: muchísima fuerza

¿Sigues gozando de esa misma autonomía?

Bueno, la cosa ya no es igual. La misión del fotógrafo consiste en satisfacer al cliente y sus intereses. Eso sí, contando con estas premisas, el director de publicidad de la marca debe confiar en el profesiona­l y en su expertise.

¿Por qué el blanco y el negro forman el binomio perfecto para ti?

Me gusta muchísimo, pero no significa que todas las instantáne­as sean mejores así que en color. Cuando se trata de un proyecto enorme, los pigmentos dan vida, aunque es verdad que en el black & white hay algo especial. Una fuerza difícil de transmitir de otra forma. Por ejemplo, la mayoría de las fotos de la campaña de Douglas las tomé así.

¿Cómo ha sido la experienci­a de colaborar con ellos?

¡Fantástica! Es una empresa compleja, porque, al ser perfumería­s, engloba a gran cantidad de firmas con diferentes targets. No es como si hablamos de una marca de cosméticos en concreto. Además, me explicaron el cambio de 180 grados que van a dar: imagen, logo, experienci­a en tiendas... Y me quedé impresiona­do. Me siento muy halagado de que hayan contado conmigo para acompañar esa revolución. Estoy feliz de formar parte de un proyecto tan innovador y con tanto potencial. Ha sido como trabajar en familia.

En una ocasión, la modelo y actriz Milla Jovovich dijo que, contigo, era ella misma. ¿Cómo se consigue eso? Con Milla tengo una conexión especial y, a lo mejor, el hecho de que yo admire la belleza sin maquillaje y con ropa informal le hizo sentirse más a gusto a mi lado. Cuando se da la química, las cosas fluyen mucho mejor. Siempre he pensado que a la gente le gusta ver la naturalida­d de las personas; hay que alejarse de esos clichés. Un rostro serio o cansado también puede ser maravillos­o.

Cuál es tu visión de la belleza? Es complicado. Es algo que viene del interior... Eso es lo que habría que decir, ¿no? (Risas). Yo creo que no tiene nada que ver con la estructura ósea. Es aquello que irradias, que eres capaz de transmitir; el poder de ser tú misma, sin copiar a nadie. Con tus virtudes y tus defectos. A veces, las imperfecci­ones son las que convierten a las personas en bonitas; el hecho de que haya contrastes, que no todo sea armonía. Debemos mirar un poco más allá. Tal vez, en mi caso, haber crecido en un lugar que carecía de encantos –la cuenca del Ruhr, una zona industrial de

La belleza no tiene nada que ver con cómo es tu estructura ósea. Es aquello que irradias y transmites a los demás; ser tú misma sin copiar a nadie, con tus virtudes y con tus defectos

Alemania, y en plena posguerra–, haya hecho que mi visión sea radicalmen­te distinta de la que habría tenido si fuera, por ejemplo, veneciano. Soy capaz de encontrar el atractivo hasta en la arquitectu­ra germana más fea; por eso, a lo mejor, en mi libro A Different Vision on Fashion Photograph­y, de Taschen, se encuentran tantas fotografía­s en las que el protagonis­mo de la modelo es igual de importante que el del entorno. Has trabajado con las mejores tops y actrices de Hollywood de todos los tiempos. ¿Hay alguna anécdota con ellas que te sea posible compartir?

Han sido tantos años... Imagínate la cantidad de historias que podría contarte, pero voy a elegir una que me hace especial ilusión y que está relacionad­a con el asunto del Photoshop. Para mi volumen Shadows on the Wall, también de Taschen, retraté a decenas de intérprete­s y siempre traté de evitar captar el personaje; quería sacarlas a ellas, a las personas. Antes de empezar las sesiones, les advertí que serían unas imágenes naturales, con muy poco maquillaje. Y a ellas, en un principio, les pareció bien. Cuando vieron los resultados, la cosa cambió. Me decían: «¿Y estas arruguitas? ¿Y esta imperfecci­ón?». La mayoría me pedía que las retocara un poco. ¡Claro, cómo no, si es a lo que están acostumbra­das! Porque eso ocurre con una gran parte de mis colegas. Nicole Kidman me comentó que se había tomado el proyecto como un reto y que, al terminar, se sentía aún más segura. Fue algo especial.

Entonces, en una instantáne­a, ¿resulta más sugerente un rostro natural, con sus defectos, que uno impoluto que realmente no es así? Desde luego que sí, no me cabe ninguna duda. En la sesión para la campaña de Douglas ha habido un making of. ¿Te incomoda estar frente al objetivo?

¡Con lo feo que soy...! Aunque me lo preguntaro­n con tanto amor que no iba a decir que no.

Instagram ha revolucion­ado la forma en que nos relacionam­os con este arte. ¿Qué te aporta esa red social?

Me fascina su inmediatez, la posibilida­d de ponerte en contacto con gente que está en el lugar más remoto del planeta en cuestión de segundos. Es apasionant­e. La utilizo para ver las obras de otros compañeros, pero nunca cuelgo en ella fotos que haya hecho para marcas ni tampoco de mi vida privada. Es una ventana fabulosa al mundo, a las ciencias, a la moda...

¿No publicas cosas íntimas por timidez?

No diría que soy tímido; creo que a la gente le interesa mi trabajo, no yo como individuo. A mi edad, no tengo que impresiona­r a nadie. Las personas deben hacer lo que quieran, cuando quieran y como quieran. Así soy. ■

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