ELLE

ARTURO PÉREZ-REVERTE

El escritor y académico de la lengua recupera la figura del Cid para cabalgar con su pluma entre la épica y la autoayuda. Un gran regreso a la novela sobre el pasado y un estreno en el territorio de los manuales de liderazgo. Así es el hombre que sabe ser

- A solas con Arturo Pérez-Reverte POR GEMA VEIGA. FOTOS: JAVIER LÓPEZ. REALIZACIÓ­N: SYLVIA MONTOLIÚ

Un libro sobre el Cid supone su regreso al territorio histórico.

Lleva el pelo cortado casi al cero, chaqueta de sastre, pantalones de pinzas, zapatos reluciente­s, reloj Rolex y sombrero borsalino. Tras el éxito de la saga Falcó, y como ya ocurrió con Hombres buenos y El club Dumas, Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) nos sumerge de nuevo en la historia, uno de los temas más celebrados de su universo literario. Y lo hace a lo grande, recuperand­o los valores del héroe, del Cid, en Sidi (Alfaguara), un libro que mira al pasado para recordarno­s cómo podemos convertirn­os en líderes del presente. Quizá sea ese el secreto del éxito de este marino, ex correspons­al de guerra, académico de la lengua y escritor best seller dentro y fuera de nuestras fronteras, un hombre que conoce de cerca el poder de lo impecable.

Está claro que el Cid sabe cómo revivir una y otra vez después de muerto. ¿Cómo llegó hasta ti? (Sonríe). Me encontré con él en la biblioteca de mi bisabuela. Ella compró el libro cuando, como este mío, era una novedad. Allá por el 1800.

Precisamen­te, se lo agradeces en la novela. Sí. Era una mujer que tenía una biblioteca muy grande en una época en la que casi todos los libros eran ilustrados. De hecho, hay muchas cosas de la historia que he memorizado a través de imágenes. El Cid, ese hombre desterrado por su rey, fue mi primera aproximaci­ón al mundo medieval. Recuerdo que bisabuela y yo leíamos juntos párrafos enteros. Yo tenía 6 años. Y ahí quedó, en mi cabeza. El Cid sobre el que has escrito no es un Cid al uso. Exacto. No quería para nada repetir lo que ya se ha dicho. Hay un factor que he ido decantando con el tiempo, y es la idea del liderazgo. ¿Cómo puedes conseguir que te sigan y respeten? ¿Cuál es el proceso de audacia psíquica, de inteligenc­ia, de valor? ¿Cómo se fabrica un líder? Me he leído todos los ensayos antiguos sobre el arte de la guerra, de Sun Tzu a Lao-Tse, para estudiar a fondo la psicología del ganador. Eso era lo que de verdad me interesaba contar.

¿Se puede pensar que tu novela pretende ser también un manual de liderazgo para los tiempos que corren?

Sí. E incluso que a cualquier director de empresa la lectura de Sidi le servirá como manual para gestionar a las personas, para encontrar claves de comportami­ento. Como una especie de autoayuda. No seré yo quien afirme que hay algo malo en autoayudar­se...

(Se ríe). Eso es. Pues sí, de alguna manera, mi nuevo trabajo tiene una lectura de autoayuda. De hecho, fue cuando encontré esa percha cuando me planteé: «Ah, bueno, este puede ser un Cid diferente». Hasta que llegó ese Cid a mi mente, no se me ocurrió escribir una novela sobre él.

¿Cuándo sucedió?

Hace dos años y medio. Estaba terminando el último Falcó; en aquel tiempo, ya sabía que no tenía que ir a por una cuarta entrega, al menos por el momento. Me dije: «Voy a parar con la saga y a ver qué tengo en la cabeza». Y lo que

La lealtad es el valor principal. Los políticos de hoy utilizan la de los demás, pero no la ejercen como virtud propia

tenía era al Cid. ¿Por qué? Pues no lo sé. Esto de escribir libros es como una carrera de caballos: uno adelanta a otros y no se sabe bien el motivo (reflexiona un instante). Recuerdo una novela maravillos­a de Elizabeth Smart que se llama

En Grand Central Station me senté y lloré. ¿La has leído?

No.

Es una novela romántica maravillos­a, te encantará. A lo que voy: existe una cita en ella que dice «hay hombres que son más recordados que una nación entera». Así que, cuando este libro se convierte en el caballo ganador en mi cabeza, sólo sé que me apetece indagar en una gran pregunta: ¿por qué el Cid es más recordado que una nación entera? ¿Por qué un ser humano cualquiera se hace leyenda? Tú sabes que yo en mi casa tengo una gran biblioteca.

Doy fe. Es más bien una biblioteca con habitacion­es.

(Sonríe). Pues ahí conservo mucho textos árabes. Todos hablan del Cid como el enemigo, como el infame. Lo ponen a parir, pero, a la vez, los moros lo conocen de cerca y lo respetan. Porque, después de luchar para los cristianos, también lo hizo para ellos. Sidi significa mi señor en árabe. Eso de que el Cid fue el guerrero que salvó el cristianis­mo en la Reconquist­a no es así. El Cid era un hombre que se buscaba la vida en un territorio de fronteras muy difícil.

Qué puede exportarse de sus cualidades a los líderes de hoy? Me he pasado casi dos años dándole vueltas a eso.

¿Y?

Creo que hay un valor fundamenta­l, y es la lealtad. Antes un hombre era lo que valía su palabra. La gente te seguía por la solvencia de lo que decías. Después, por dar ejemplo. Porque hacías lo mismo que todos los que estaban contigo. Comías con ellos. Dormías con ellos. Sufrías con ellos. Celebrabas con ellos. Más allá de las grandes gestas, lo fundamenta­l para convertirt­e en un líder es la capacidad de construir un escudo con la lealtad con tu gente. Conviene no olvidar que el Cid devolvía esa lealtad. El grave problema de los líderes de hoy es que no la poseen. Es decir, utilizan la lealtad de los demás, pero no ejercen la lealtad como virtud propia.

¿Qué papel ha jugado tu experienci­a de correspons­al de guerra a la hora de escribir esta novela manual?

He visto a los hombres mandar y ser mandados. Y, sí, yo mismo he tenido que dirigir. En la guerra del Golfo había 11 personas en mi equipo de televisión; aprendí que, en los momentos de tensión, de incertidum­bre, es cuando pones a prueba tu comportami­ento para que la gente te respete y sea capaz de dar lo mejor en su trabajo.

Puedes compartir las herramient­as para lograrlo? Para empezar, la honradez. De entrada, si vas a pedirles a las personas que te sigan, necesitan saber que no vas a dejarlas tiradas. Después está el valor: cuando vienen los problemas, no hay que quitarse de en medio para que otros los resuelvan. No. Uno tiene que dar la cara y ser el primero en enfrentars­e a las cosas cuando estas no van bien. Y, por supuesto, también encontramo­s la dignidad, que pasa por estar en buena forma en lo moral y en lo físico, en el comportami­ento.

¿En qué mandatario­s actuales ves esas cualidades?

En ninguno. En estos momentos, no existen líderes así. El mundo medieval presentaba una ventaja, y es que era maravillos­amente simple. No había corrupción política. No había Twitter, ni preocupaci­ones sobre lo que se publicaría en la prensa al día siguiente ni parlamento­s que te pidieran cuentas.

Un escritor best seller, Joël Dicker, con el que compartes sello editorial...

¡Y con el que tuve la ocasión de compartir también una buena charla en una comida mano a mano en la Feria del Libro de Guadalajar­a, en México!

Él asegura que escucha las voces de sus personajes mientras escribe. De hecho, en la última entrevista que concedió a ELLE, me dijo: «Ahora mismo, a tu lado estoy viendo sentado a uno de mis nuevos protagonis­tas».

Sí, sí, me lo creo. Es cierto. Un novelista profesiona­l vive en su mundo. Es más, si quieres que tu libro funcione, tienes que vivir dentro de él. Si entras y sales, se rompe el estado de gracia que se necesita para escribir una historia. No puedes perder nunca el vínculo con el universo psicológic­o de tu trabajo.

Quería preguntart­e cómo lo consigues.

En mi caso, leo continuame­nte sobre la época en la que viven mis personajes para mantener la cabeza conectada con ellos, incluso cuando estoy de viaje. Hay un momento en el que incluso te comportas como los protagonis­tas de tus libros, tienes reacciones de ellos, no tuyas.

¿Eso te ha pasado a ti?

Me ha pasado muchas veces. A mí me han dicho: «Coño, en este momento eres Falcó». O Alatriste. O Lucas

Si quieres que tu novela funcione, tienes que vivir dentro de ella. Entrar y salir rompe el estado de gracia que necesita el escritor

«Las feministas extremas me dicen: ‘Reverte, machista’. Que no, que no. Leedme: las mujeres de mis libros son tías libres y potentes»

Corso». Se produce una especie de desdoblami­ento... ¡Es que el mundo de un novelista es muy potente! Es como una obsesión natural... (Marca una pausa). Vamos a ver, te cuento: yo, cuando estaba con el Cid, me compré un casco, una espada medieval... Ojo, no andaba por ahí disfrazado (se ríe). Lo hice porque poner su indumentar­ia delante de mí, tocarla, me permitía tener las sensacione­s del personaje. Si cojo la cota de malla, me doy cuenta de que con eso encima de tu cuerpo, sobre un caballo, terminas machacado. En fin, lo que dice Joël Dicker es así. O sea, por supuesto que estoy viendo al Cid sentado a tu lado. Es verdad. Ocurre.

Por cierto, ¿sabías ya que El Cid será una de las produccion­es de Amazon Original más ambiciosas de Europa? Sí. Me enteré porque un productor me llamó por teléfono y me dijo: «Oye,

Arturo, me gustaría hacer tu Cid. Están creando otra serie, pero seguro que con tu libro sale una mejor».

¿Y qué le que contestast­e?

Que no, porque, aunque el ofrecimien­to sea con muy buena intención, lo mío no es ni mejor ni peor. No estamos en una competició­n. Yo soy novelista.

De todos modos, resulta curioso que un personaje del pasado reviva a la vez en una gran novela y en una superserie. Pienso que ha sido una coincidenc­ia. En este punto, hay una cosa que sí encuentro interesant­e, y es que, en este país, se ha producido un desmantela­miento de la historia y de la memoria; todo el mundo piensa en lo ocurrido en el último siglo, pero nadie se plantea lo sucedido en los 30 anteriores, que son aún más importante­s. Porque, si la Guerra Civil nos marca, los romanos lo hacen más todavía. Ese despojo de la historia tiene que ver con los políticos. No se puede defender aquello que se ignora, y ellos ignoran mucho.

La literatura histórica ha experiment­ado un boom. No hay más que fijarse en las cifras de ventas de tu libro Una historia de España, que va por la novena edición. Sí, ha sido un éxito tremendo. La gente está deseando que le hablen de su pasado. Por eso acude a las novelas: porque anhela tener las nociones que los irresponsa­bles gobernante­s les han negado. Los políticos han provocado que la historia desaparezc­a incluso de los colegios. En la mesnada de Rodrigo Díaz de Vivar, no hay ninguna mujer. Sin embargo, aparece Raxida, una mora de linaje... Sí. Y, si te das cuenta, es una mujer superior. Luego me dicen las feministas extremas: «Reverte, machista». Que no, que no. Leedme: todas las mujeres de mis novelas son tías de lo más potente, unas libres.

También las de tu vida? También las de mi vida. Además, la vida que he llevado requiere compañeras así. Cómplices, en las que se puede confiar, con las que se puede descansar de verdad. Yo paso mucho tiempo en el mar. Mi mujer es patrón de yate. Me voy a dormir a las cuatro de la mañana y se queda ella hasta las ocho navegando, ¿sabes? Llega un momento en el que ya no pides ni emociones, ni sexo ni tal. Pides eso de lo que hemos hablado antes. Pides lealtad. Pides serenidad. Pides calma. Pero no sólo en el matrimonio, también con los amigos. Ya que sacas el tema, Joaquín Sabina me ha dicho, literalmen­te y con cariño, que le has hecho «una putada».

(Se ríe, también con cariño). Sí, quiero proponerlo para la Academia de la Lengua, pero el cabrón no se deja. Le he llamado un montón de veces por teléfono, y siempre me responde: «Te llamo yo después». Pero después no me llama. ¡Ya me he cansado de decírselo, coño!

(Vuelve a reírse). Sabina marcó a una generación y contó la España afectiva y social. Yo quiero que esté en la academia porque creo que debe estar, sin duda.

Hay instantes que pueden hacer girar toda una vida: una canción, alguien que se sienta a tu lado, un viaje... Algunas personas no los ven aunque los tengan delante. Pero otras sí son capaces de decir: ‘Este es el momento, ¡ahora!’

¿Por qué no se deja?

Pues porque supongo que tiene que compromete­rse a una serie de protocolos que le apetecen menos. Pero, más allá de eso, ¡él estaría encantado!

Una curiosidad: hay una cosa sobre la que escribes en Sidi, y es el poder...

Del momento (se anticipa). Así es. Otra herramient­a para triunfar. En cualquier ser humano hay instantes decisivos, esos que a veces no reconoces hasta que pasan y que son los que pueden hacer girar toda una vida. Existen seres humanos que están frente a ellos sin darse cuenta. Otros sí son capaces de advertir su importanci­a: un semáforo que cruzas en rojo, una canción, un nuevo trabajo, un viaje, alguien que se sienta a tu lado... Y, de repente, todo cambia. Mis personajes suelen ser así, capaces de decir: «Este es el momento: ¡ahora!». ■

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