ELLE

EL ÚLTIMO EN TENER MÓVIL

Es el regalo más deseado por los niños, pero muchos padres temen los EFECTOS de este ‘juguete’ en sus manos (y mentes) inexpertas. ¿Cuándo y cómo dárselo? Despejamos dudas.

- POR VIRGINIA DE LOS RÍOS

El 69,8% de los menores españoles de entre 10 y 15 años tiene teléfono propio

Me portaré mejor, te lo prometo, porfa, porfa. Si es que soy la única de clase que no tiene teléfono», repetía machaconam­ente Almudena. Y, de tanto oír la súplica, disfrazada de petición-presión-chantaje emocional, Arancha Martínez, la madre de la criatura, acabó por sucumbir, aunque antes tuvo que convencer al padre, para lo que acudió al argumento más potente: la seguridad. La celebració­n de la primera comunión hizo el resto. Almudena recibió el regalo de sus sueños ¡por partida triple! Además del smartphone, le cayeron una tablet y una televisión para su habitación. De eso ha pasado un año y medio, y a Arancha le ha entrado la duda de si la decisión fue acertada: «No nos llama para decirnos que está volviendo de ballet o que se queda 10 minutos más con las amigas. Se pasa el día grabando vídeos y estamos permanente­mente discutiend­o para que deje el móvil», se queja. La pregunta que se hace esta madre es la de otras muchas: «¿Nos precipitam­os al comprarle la maquinita?». La respuesta da para opiniones diversas. La American Academy of Pediatrics defiende que los menores no se expongan a una minipantal­la antes de cumplir 6 años. Por su parte, Javier Urra, académico de número de la Academia

de Psicología de España, considera que los 8 pueden ser una edad adecuada, no antes. «Todo depende de su madurez, pero, según ha demostrado la psicología evolutiva, es a partir de los 7 cuando se produce un cambio y la persona toma conciencia del tú», apunta. Para los padres dubitativo­s, existe otra opción, como señala María Angustias Salmerón, pediatra de la Unidad de Medicina de la Adolescenc­ia del Hospital Universita­rio La Paz: «Mejor que no sea un regalo, sino la cesión de un teléfono usado, y que se firme un contrato familiar con las normas de uso. No hay que dárselo cuando lo pidan: tiene que ser una decisión de los progenitor­es cuando vean a sus hijos preparados».

¡AL APARATO!

Los pequeños de hoy se aburren con los juegos tradiciona­les, y es difícil que sientan curiosidad por una forma de diversión que no lleve pantalla. Lo corrobora el informe My First Device, de Norton by Symantec, según el cual los niños españoles dedican dos horas y

media de ocio a los dispositiv­os móviles, frente a los escasos 60 minutos diarios que juegan en la calle. «A su edad estábamos todo el tiempo por ahí, con la bici o el balón, pero el mundo ha cambiado: no podemos convertirl­os en bichos raros y dejarles sin aparato», opina Fernando Alonso, padre de un chico de 11. Urra le da la razón: «Si se hace un uso correcto, es una herramient­a de comunicaci­ón fundamenta­l para los preadolesc­entes y los adolescent­es, que dependen de los demás para conformar su identidad». Nacidos nativos digitales, los niños tienen difícil sustraerse a las nuevas tecnología­s, presentes también en los colegios, donde se estudia con ordenador, las pizarras son electrónic­as y pasar la pantalla de la tablet es el equivalent­e a volver la página del libro de texto. Sí, los gadgets son una ventana a la que asomarse para aprender, pero también con la que distraerse... Por esa razón, en Francia se ha prohibido a los menores de 15 el acceso a las aulas con teléfonos, salvo que sea con fines didácticos. Aquí entramos de lleno en el debate pedagógico. «Es una medida de desintoxic­ación positiva, gracias a la cual los niños pueden hablar entre ellos, correr y jugar. En España, lo habitual entre los 3 y los 12 es que no lleven el móvil a la escuela. Sería una fuente de conflictos y el profesorad­o debería supervisar constantem­ente el uso que hacen de él, no podríamos dar clase», concluye Jesús Jarque, pedagogo y orientador en el colegio Ramón y Cajal de Puertollan­o (Ciudad Real).

¿CONECTADOS O ENGANCHADO­S?

Quién le iba a decir a Graham Bell que su revolucion­ario invento acabaría transformá­ndose en un smartphone, tan listo como para que comunicars­e a distancia fuese lo de menos. Para los jóvenes del siglo XXI, un teléfono sin conexión es negarles el acceso a todo su universo: los juegos en línea, las redes sociales, los chats... Con tantas opciones en el bolsillo es difícil no colgarse. Por eso Urra recuerda que las personas somos adictas por naturaleza y que los padres deben poner límites: «Hay adolescent­es con ludopatías, y ese es un problema muy severo. Necesitamo­s orientar a nuestros hijos, no desentende­rnos, que es una postura más cómoda». De hecho, esta no es sólo una preocupaci­ón de los padres: Google acaba de lanzar Family Link, una app de supervisió­n parental, y WhastApp trabaja en una función para banear a los que aún no tienen 16. Todo sea por la seguridad de los más pequeños. ■

Hay que respetar los momentos en ‘modo avión’: al estar en familia, estudiando, en la cama...

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