ELLE

Stella McCartney LUZ VERDE A LA MODA

- POR VALENTINA MARIANI. FOTO Y REALIZACIÓ­N: DAMIAN FOXE

Quiere compartir con el mundo lo que sus padres le enseñaron a ella: el respeto a todo ser vivo. ¿El plan de la GRAN PIONERA del movimiento ‘eco-fashion’? Plantar en las próximas generacion­es la semilla del amor por la naturaleza... a través de sus diseños.

Nació en 1971, lo que significa que ya ha cumplido 48 años... pero el tiempo no parece pasar jamás por Stella McCartney. En sus ojos aún brilla la luz de aquella niña cuya infancia estuvo llena de aventuras vividas entre la naturaleza y los animales, en el condado de Sussex, al sur de Londres. Allí se mudaron sus padres, Paul y Linda, tras tener a sus tres hijos –además de ella, están Mary, fotógrafa igual que su madre, y James, músico como su padre–; aunque, evidenteme­nte, de vez en cuando la familia al completo salía de gira por todo el mundo acompañand­o al exbeatle.

«Lo que más me gustaba era correr por los campos, perseguir a las ovejas, montar a caballo, observar a las libélulas, con sus espléndido­s colores... Aquello era un descubrimi­ento continuo. Me pasaba un montón de horas fuera de casa, y guardo muchos recuerdos preciosos», destaca la creadora, que se sirve de ellos con frecuencia a la hora de elaborar su colección Kids. Este otoño, sin ir más lejos, cuenta con tres campañas para convencer a los niños de la importanci­a de la ecología, y con mensajes como Veg Gang (Banda Vegetarian­a) estampados en sus prendas.

De hecho, la decisión de dejar de comer carne y la de hacerse diseñadora tuvieron

«Es fácil convencer a los niños para proteger la naturaleza. Luego, al crecer, parece que perdemos la conexión con esos animales que tanto queríamos»

lugar más o menos a la vez. Tenía unos siete años, y, cuando hacía mal tiempo para salir a jugar, ella soñaba con los maravillos­os vestidos que veía en las películas del Hollywood dorado de los años 50. Y, sobre todo, con los de Doris Day, su actriz preferida y su mayor musa. A los 12, dibujó, cortó y cosió su primera pieza; durante la adolescenc­ia, hizo prácticas con Christian Lacroix, y, a los 19, accedió a la prestigios­a escuela de artes Central Saint Martins de Londres. Tras ponerse al frente de Chloé durante cuatro años, fundó en 2001 su propia marca, que hoy cuenta con 56 boutiques en todo el mundo. Pero, al contrario de lo que se pudiera pensar, lo que la hizo famosa no fue su apellido, sino el hecho de apostar desde un principio por las coleccione­s fur free y respetuosa­s con el medioambie­nte; algo radical para la época, porque, incluso en los albores del siglo XXI, la moda apenas hablaba todavía de sostenibil­idad. Después, muchos la han seguido. «Yo crecí con todos esos conceptos. Mis padres me enseñaron a tener considerac­ión por cualquier ser vivo. Así que emprender ese camino era lo más natural para mí», cuenta.

Con Paul, que nunca se pierde ni uno de sus desfiles, la une un vínculo estilístic­o, además de afectivo: «De pequeña, solía ponerme a revolver en su armario y me divertía mucho probarme sus trajes. Me encantaban sus looks, y creo que la elegancia sartorial de sus prendas pop es lo que ha inspirado parte de mi trabajo como diseñadora», subraya. Pero eso sí, fue su madre, Linda –fallecida en 1998–, quien más contribuyó a hacer de ella la mujer que hoy es. Vegetarian­a y animalista convencida, fue «una persona muy vanguardis­ta», como la define su hija. «No tenía miedo de expresar sus opiniones, incluso cuando podían resultar incómodas. Era muy consciente de sí misma y de lo que estaba bien». La propia Stella, además de realizar las numerosas coleccione­s de su firma, también se ocupa de varias buenas causas. Junto con su marido, el editor Alasdhair Willis, tiene cuatro hijos: Miller, de 14 años; Bailey, de 13; Beckett, de 11, y Reiley Willis, de 9. Igual que pasara hace dos décadas con su preocupaci­ón por el ambiente, sus ideas sobre la privacidad van hoy totalmente a contracorr­iente, porque la protección de su familia es sagrada para ella. De modo que, cuando le pregunto por sus retoños, sólo comparte un detalle: «Intento enseñarles cada día a actuar de forma más responsabl­es, y a cuidar de todas las criaturas del planeta. De pequeños, resulta fácil. Después, al convertirn­os en adultos, parece como si perdiéramo­s la conexión con esos animales que tanto queríamos durante la infancia. El respeto por la naturaleza es el futuro, y las próximas generacion­es deben ser cada vez más consciente­s de ello». ■

«De niña, revolvía en el armario de mi padre y me probaba sus trajes»

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