REBELDE Y CHIC
Piezas de arte y retales conviven con los lápices de colores y los dibujos de la pequeña Zinash en el refugio barcelonés de esta diseñadora con ALMA DE ROCK.
Soñaba con este edificio señorial de 1901, en L’Antiga Esquerra de l’Eixample, antes de instalarme en él. Yo ya vivía en la misma calle, y pasaba a menudo por delante; me plantaba en la acera de enfrente y miraba sus dinteles con motivos vegetales, los esgrafiados, las cristaleras emplomadas... Me parecía precioso. Un día vi el cartel de se vende colgado en un piso y no lo dudé». Así explica la diseñadora Teresa Helbig (Barcelona, 1963) la historia de cómo un flechazo de años se convirtió hace más de dos décadas en su hogar, invadido por las ceras y los dibujos de su hija, Zinash, y sembrado de piezas que se confeccionan en su taller (en el entresuelo), muebles y obras de arte contemporáneo que colecciona con su marido, Chema Paré, y canciones de Radiohead y Camarón a modo de banda sonora. Un refugio luminoso en la Ciudad Condal que refleja el carácter romántico y punk de la creadora.
Esta casa sí que fue amor a primera vista.
Fue un flechazo directo al corazón. Y, cómo no, me comporté con mi ímpetu habitual. Sin titubeos. Iba a ser mi séptima mudanza, pero sabía que era mi casa y la compré.
En un edificio modernista, eres parte de la historia deco...
Es un primero, la planta que, en la Barcelona burguesa del XIX y en L’Eixample de Cerdá –el urbanista que trazó los pisos del barrio–, pertenecía a los propietarios de la finca. Por eso tiene unas señas tan concretas: los techos altos, las molduras, las terrazas con vistas al patio de manzana...
¿Cómo era el piso cuando entrasteis en él?
Al principio, lo teníamos todo aquí: la casa, el showroom y el taller. La cocina se encontraba donde hoy está la habitación de Zinash, y ahí trabajaban las patronistas. Como en la
mesa de corte no cabían las prendas, cortábamos las telas en el suelo del salón actual, que en su momento funcionaba como la habitación de mi hijo, Pol (tiene 25); en aquella época, era un niño acostumbrado a dormir entre máquinas de coser. La vivienda se convirtió en un hogar en sí tres años atrás. Ahora el taller está en la planta de abajo, lo que significa que hemos evolucionado bien. La vida es un continuo aprendizaje. Hay que pelear duro y ponerle pasión a todo.
¿Cómo se reparte ahora la casa?
Con la primera reforma, mantuvimos mucho de origen, pero, tras la llegada de Zinash, redistribuimos los espacios: redimensionamos el salón hacia la terraza, añadimos un apéndice para ubicar la cocina... Conservamos los suelos de cerámica hidráulica y les agregamos unos paspartús de mármol para que simularan alfombras orientales.
¿Qué tal te llevas con las reformas?
Mi padre era albañil, y llevo uno dentro. Si estoy en el follón, primero me maldigo, luego veo que compensa, después me canso... Y vuelta a empezar.
«La vida es un proceso continuo de aprendizaje. Hay que pelear duro y ponerle pasión a todo»
«Zinash es un regalo para la familia, un torbellino de alegría»
«Una casa vivida es una casa feliz, gamberra y con el corazón abierto»
Una casa vivida es...
Una casa feliz. Gamberra. Divertida. De corazón abierto. Donde ocurren cosas. Somos de que los amigos pasen a saludar y se queden. Siempre hay jaleo. Un gesto significativo es que se descalzan cuando entran. Se sienten cómodos.
¿Cuál es el objeto más preciado que atesoras?
La mesa de comedor Delfi, de Carlo Scarpa. Es una versión revisada de una de Marcel Breuer de los años 30.
¿Tu forma de decorar atiende a alguna norma?
No pienso en qué necesita un espacio; compro las piezas que me enamoran y ellas mismas encuentran su sitio. Puede sonar anárquico. De mis anteriores viviendas, hay varios elementos, como la lámpara Artichoke, de Poul Henningsen: me la regaló una clienta que la había heredado de su padre.
¿Zinash ha puesto su granito de arena en el atrezo?
Era tan pequeña cuando llegó, con meses, que poco la hemos dejado. Su habitación es igual de especial que ella: lacada, con murales pintados a mano...
¿Qué significa su nombre?
En etíope, es ser afortunada, prestigiosa, famosa. Precioso. Zinash es un regalo para la familia. Un torbellino de alegría.
¿Por qué ser madre de nuevo?
Cuando empecé con Chema, los dos podíamos tener hijos, pero le dije lo feliz que me haría adoptar y a él le pareció bien. Así que buscamos una empresa que trabajase en Etiopía, un país que siempre nos ha fascinado.
De niña te hacías pulseras con latas de tomate Solís y creabas estilismos varios con el uniforme del colegio. ¿Tu hija es igual de ingeniosa que tú?
A ella la atrapan los tejidos refulgentes. Son sus preferidos. Es hereditario. Le pasa como a mí, que me encantaba rondar por el taller de mi madre y probarme los looks. Zinash siempre quiere estar en el atelier, pintar, recortar...
Tu madre es conocida cariñosamente en el entorno como la Jefaza.
¡Y lo es! En el terreno profesional, me ha aportado la sabiduría, la experiencia. Fue modista, y controla al milímetro los detalles de la producción. Ella pone la excelencia y yo el nervio. En lo personal, no me imagino sin el
mamá todo el día en la boca. La llamo continuamente. Es más rebelde que yo.
Siempre ha trabajado, ha viajado, ha salido, nunca ha dependido económicamente de mi padre. Ha ido a su bola.
Tengo una curiosidad, ¿qué querías ser de pequeña?
Si esto de la moda no hubiera funcionado, albañil o cabaretera. Envuelta en plumas, con medias de rejilla, subida a unos tacones y con un cancán a lo María Antonieta.