ELLE

Vale la pena

- Amaya Ascunce Directora digital de ELLE.ES

Mira, no te voy a mentir. Esta es una novela triste. Si eres de los que sólo quiere historias de amor, diversión y lujo, abandona ya. Es triste y real. Su autor, William Kotzwinkle, dijo de él: «Escribí ese libro con lágrimas en los ojos desde la primera hasta la última página». ¿Sigues conmigo? Pues ahora te tengo que convencer de que leas El nadador en el mar secreto sin apenas contarte nada, para que puedas disfrutar (un verbo raro en este caso) tanto como yo. Lo primero que te puedo revelar es que es una tristeza delicada, digna y respetuosa. Es sobria. No busca provocarte dolor, ni regocijars­e en él. No te enreda, ni quiere tu lástima. Parece como si Kotzwinkle la hubiera escrito para sacarse su propia historia de dentro, para convertirl­a en algo físico y tangible y que, al compartirl­a, su pena se quedara congelada dentro del libro y él pudiera seguir adelante. Lo segundo que te puedo contar es que va de amor; de un tipo de amor puro. De una pareja, Laski y Diane, y su viaje. Un viaje hecho por muchos otros; pero ellos, sin ninguna suerte. Habla sobre las personas a las que la vida les aparta del camino esperado. «Su bata estaba empapada y su pelo completame­nte aplastado, como si el mar se hubiera roto sobre ella. Cerró los ojos y se le formaron patas de gallo, líneas que él nunca antes le había visto, arrugas de la edad y él supo que habían pasado muchos años». Lo tercero es que está muy bien escrito, con elegancia y sobriedad, sin efectos ni artificios. «Él la sostuvo, su amor por ella expandiénd­ose con cada temblor de su cuerpo. Parecía como si nunca antes la hubiera amado, que todo su pasado juntos no había sido más que un ensayo para este momento en que sentía resonar en su interior todos los días de la vida de ella, incluso sus días antes de conocerla, los días de cuando ella era tan sólo una niña asustada que ahora veía ante sí, días lejanos de la mujer sabia que ahora llamaba para que le transmitie­ra toda esa fuerza desconocid­a que necesitaba».

La tristeza te merecerá la pena en cada palabra. Cuando la leas, sabrás que no te he mentido.

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