DORMIR ES EL NUEVO SEXO
Descansar poco y presumir de ello ya es historia: no encaja con la NUEVA CULTURA DEL SUEÑO. Ocho horas seguidas en brazos de Morfeo garantizan un despertar con la piel fresca y el corazón contento. Sí, como el buen sexo.
Lo advierte la Organización Mundial de la Salud (OMS): «Dormir no es sólo un placer, es una necesidad». Aunque la frase es lapidaria, las estadísticas señalan que no estamos cumpliendo con las recomendaciones de los expertos: según el estudio más reciente de la Sociedad Española del Sueño, dormimos de media 6,8 horas al día –un poco lejos de las ocho establecidas como patrón– y sólo cuatro de cada diez personas lo hacen de manera profunda y reparadora. Y no se trata de un problema del país: al resto del mundo industrializado las cosas no le van mucho mejor.
UN NEGOCIO AL ALZA
Los malos datos sobre cuánto y cómo dormimos son el origen de una nueva y boyante industria: la del sueño. Las empresas tecnológicas más punteras del planeta se han remangado con afán estajanovista para dar con la fórmula mágica que nos permita acostarnos y descansar como angelitos. La lista de propuestas es interminable, variada y, en ocasiones, de lo más pintoresco: sábanas que pesan para que te sientas cómoda y calentita, grabaciones de cuentos de hadas (islandeses) que destensan y aletargan, clases de napercise en algunos gimnasios para perfeccionar la técnica de la siesta, gadgets como Sense –una esfera que mide las condiciones del dormitorio (ruido, calidad del aire, luz, radiación, nivel de humedad...), registra el ritmo respiratorio y sugiere las horas idóneas para meterse en la cama y levantarse–, la banda Dream –se ciñe a la cabeza e induce el sueño– y colchones como los de la firma Hogo, libres de contaminación electromagnética y capaces de evitar el estrés oxidativo y de disminuir la edad biológica una media de 15 años (antes de que te emociones: su precio es de alrededor de 35.000 euros. Dado que no queremos que te arruines, te aconsejamos que reserves habitación en el hotel Bless de Madrid o en el de Ibiza y pruebes uno). El ruido se encuentra también en el punto de mira. No hablamos del que emite una moto a las tres de la madrugada, sino de los ruidos blanco y rosa, combinaciones de frecuencias muy relajantes que suenan a lluvia sobre el tejado, a olas que rompen con suavidad en la orilla o a trenes que avanzan en mitad de la noche. El mercado está saturado de pulseras, apps y todo tipo de herramientas que prometen un sueño profundo y reparador, aunque los neurólogos tuercen el gesto: ellos son más partidarios de expulsar la tecnología de la habitación y sustituirla por el despertador de toda la vida.
¿DE QUÉ PRESUMES?
Definitivamente, dormir es el nuevo sexo (a veces, resulta incluso mejor que el sexo, añadimos). Lo proclamó una década atrás Marian Salzman, una importante ejecutiva del ámbito de la comunicación y las relaciones públicas. Y parece que, poco a poco, la idea va calando. El «ya dormiré cuando esté muerta» se ha quedado antiguo; suena a ejecutivo de los 80,
a estrella del rock con mala vida. Descansar ocho horas del tirón se ha convertido en un concepto contemporáneo porque evoca salud, eficacia, energía y bienestar, términos muy potentes en la sociedad actual. Y, como toda doctrina, esta también cuenta con su apóstol. Arianna Huffington, fundadora de la plataforma de noticias y blogs HuffPost, se erigió en evangelista del sueño después de sufrir un desmayo por culpa del agotamiento. Difundió su mensaje en una breve charla TED –la encontrarás en YouTube: How to Succeed? Get More Sleep– que gira en torno a una anécdota realmente ilustrativa: «Una noche cené con un hombre que se jactaba de haber dormido un par de horas –explica Huffington–. Aunque no lo hice, me entraron ganas de decirle: “Si hubieses dormido cinco, esta cena habría sido mucho más interesante”».
MIENTRAS DORMIMOS...
La plácida imagen del durmiente contrasta con la desenfrenada actividad que se desarrolla en el interior de su organismo. El sueño se inicia cuando el hipotálamo invita a la glándula pineal a producir melatonina, la sustancia responsable de activar todas las funciones relacionadas con el periodo del sueño: aumenta la secreción de determinadas hormonas –la del crecimiento, testosterona, prolactina...– y de varios neurotransmisores, incluida la serotonina. La calidad del descanso, el correcto estado de salud y un mejor aspecto dependen de que este proceso se desarrolle de forma ordenada. Porque dormir a pierna suelta mejora la plasticidad del cerebro y el aprendizaje, fortalece el sistema inmunitario y eleva los niveles de energía y el maravilloso caudal que se desprende de ella: impulso, alegría, optimismo. Por resumir: buen rollo. No hacerlo dificulta la concentración y el aprendizaje, provoca cansancio y un humor de perros y, tal y como alerta la
OMS, «puede ser el principal enemigo de la salud». ¿Qué pasa con la piel? «Puesto que la relajación muscular aumenta, el flujo de sangre a nivel cutáneo se incrementa y comienza una cascada de acontecimientos: la síntesis de colágeno y de elastina funciona a pleno rendimiento y se liberan hormonas que están directamente relacionadas con la renovación celular», explica el especialista Pedro Rodríguez, de la Clínica Dermatológica Internacional (Marqués de Villamagna, 8, en Madrid). «Algunos estudios –continúa– asocian la falta crónica de sueño con una piel menos elástica, con más arrugas y con la pérdida de grasa subcutánea».
COSMÉTICA NOCTURNA: ¿FUNCIONA?
«Claro que funciona», dice Esther Sansi, farmacéutica experta en dermoscosmética nicho (@Sansi_Farma). «Por la noche, se desencadena un proceso crucial de reparación y purificación celular que alcanza su máxima actividad entre las tres y las cuatro de la madrugada. Biológicamente, es el mejor momento para potenciar sus funciones con ingredientes como el ácido glicólico, vitaminas C, E y K y aceites de aguacate, almendras dulces o coco, con propiedades antiinflamatorias y calmantes».
Dormir poco pasa factura. Algunos estudios relacionan la falta crónica de sueño con una piel menos elástica, más arrugas y la pérdida de grasa subcutánea