ELLE

Estas son las vivencias de la escritora.

- por María Dueñas Escritora

EEl término binge-watching es tan reciente en inglés que aún no tiene una equivalenc­ia exacta en español. Se popularizó alrededor de 2012, cuando las series empezaron a ofrecerse completas a través de las plataforma­s. ¿Qué significa? Darse un atracón de tele y, más específica­mente, meterse en el cuerpo tres o más episodios del tirón. Aunque por lo general intento ser equilibrad­a en el consumo de estos productos televisivo­s, reconozco que de tanto en tanto, cuando algo me cautiva, me dejo arrastrar. La pasada primavera me pasó con Doctor Foster. Un fin de semana me bastó para ver compulsiva­mente las dos temporadas de esta magnífica serie original de la BBC (disponible en Netflix) que nos narra, a modo de thriller, la paranoia de una doctora de atención primaria cuando descubre que su marido le es infiel. A principios de verano me lancé a la magnética Chernobyl (HBO) como si no hubiera un mañana. Más adelante llegó el enganche obsesivo con Los últimos zares (Netflix), el drama histórico que nos relata la decadencia de una legendaria monarquía que se niega a adaptarse a los nuevos tiempos y acaba siendo engullida por la revolución. Confieso, además, que devoré en tres sentadas la tercera temporada de La casa de papel (Netflix).

Y ahora, ay... Ahora no veo el momento de lograr unas cuantas horas seguidas de tiempo libre para sumergirme en la gran This Is Us (Amazon Prime Video), una serie emotiva sobre personajes muy distintos vinculados por lazos familiares que persiguen, simplement­e y cada cual a su manera, su cuota de felicidad. Sus metas son concretas y realistas: que se reconozcan públicamen­te tus verdaderas capacidade­s, convivir con la obesidad, averiguar de dónde vienes, sacar a flote a los tuyos o lograr ser madre cuando todo parece estar contra ti. Las historias entremezcl­adas de los Pearson saltan en el tiempo brindándon­os a la vez comedia y drama, algo de intriga, bastante ironía y enormes cantidades de humanidad. A través de los hermanos Kevin, Kate y Randall (este último negro y adoptado, ocupando el lugar del tercero de los trillizos muerto al nacer), y siguiendo el devenir de sus padres, Rebecca y Jack, en diversas etapas de su vida común, nos adentramos en el pasado y el presente de este adorable clan y, capítulo a capítulo, de su mano vivimos celos entre hermanos, ilusiones que no llegan a cumplirse, desavenenc­ias y frustracio­nes, cómo seguir adelante cuando aquellos a los que queremos tanto nos dicen adiós. Conmovedor­a es el calificati­vo. ¡Y adictiva, por Dios!

Además de mi faceta como espectador­a, estoy estos meses siguiendo de cerca la adaptación de mi novela La templanza, este otoño en pleno rodaje. Y ansiosa ando asimismo por disfrutar del resultado de otras obras literarias llevadas a la pantalla. Por ejemplo, la magnífica Patria, de Fernando Aramburu, Inés del alma mía, de Isabel Allende, o la segunda de las entregas de la saga napolitana de Elena Ferrante, en proceso de producción todas ellas también. En cuando a tentadores estrenos a la vista para antes de que acabe el año, ya me estoy relamiendo al pensar en la continuaci­ón de The Crown (Netflix) o la nueva factura ahora en serie de la mítica película Cuatro bodas y un funeral.

Benditas series, en definitiva. Entusiasma­n, enternecen, acompañan, absorben. Nos abren ventanas a otros mundos, desarrolla­n la empatía hacia conflictos y sentimient­os ajenos. Nos exponen a situacione­s novedosas e impensadas, nos plantean desafíos y nos sirven para establecer analogías con la realidad. El problema es que, a veces, nos abducen y secuestran nuestra atención con una voracidad excesiva. Binge-watching, llaman a la cosa. A ver cuándo le logramos una buena traducción.

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