ELLE

LA DAMA QUE ALUMBRA LA OSCURIDAD

Es madre, exchef y, a sus 50, el FENÓMENO literario de los últimos tiempos. Tras arrasar con la trilogía del Baztán, regresa con un ‘thriller’ ambientado en Nueva Orleans , donde recibe a ELLE para hablar de la vida y sus milagros.

- POR GEMA VEIGA. FOTOS: CARLOS RUIZ B.K.

Cae la noche en Nueva Orleans. La vieja perla colonial francesa con pasado español. El lugar donde nacieron el jazz, la salsa Tabasco y el Mardi Gras, el carnaval más famoso de Estados Unidos. Y, ahora, el escenario de la nueva novela de Dolores Redondo (San Sebastián, 1969): La cara norte del corazón (Destino). La devastació­n causada por el huracán Katrina en esta ciudad, edificada sobre los pantanos del Misisipi, marcó a la escritora hasta tal punto que decidió enviar aquí a su famosa inspectora Amaia Salazar, protagonis­ta de la trilogía del Baztán. O lo que es lo mismo, el personaje principal de una de las grandes sagas de nuestras letras. Con la friolera de más de dos millones de ejemplares vendidos y un premio Planeta a sus espaldas, este icono del noir, que hace sólo seis años trabajaba en un restaurant­e, nos espera en la habitación número 33 del Dauphine, el hotel en el que puso el punto final al thriller que todos esperan. Una hilera de faroles que todavía alumbra la ciudad con la tenue luz del gas nos guía –como su literatura– a través de la oscuridad.

«A mí me salvó una tormenta», dice la protagonis­ta de tu libro, que esta vez se dispone a descubrir a un asesino en serie que actúa durante los desastres naturales.

Sí. ¿Sabes qué? De todas mis novelas, esta es de la que tengo más claro por qué quería escribirla. La razón es precisamen­te el imán que dejó en mí el huracán Katrina aquel agosto de 2005, cuando aterrizó en Luisiana. Entraba en Nueva Orleans, pero no llegó a pasar por la ciudad. Unas horas después, comenzaron a romperse uno tras otro los diques del Misisipi, el cuarto río más caudaloso del mundo. El 80 por ciento de la ciudad quedó bajo el agua. En unas zonas llegó hasta la rodilla; en otras, hasta un segundo piso.

Hay un momento en el que otro personaje pregunta: «¿Le cabría a alguien en la cabeza que cuatro días después de caer las torres en Nueva York no hubiera llegado la ayuda?». Se intuye en esta historia una intención de denuncia social.

Es que debería haberse actuado tan rápido como se ha hecho ante los tornados o los atentados que, por desgracia, han azotado Estados Unidos. En Nueva Orleans, los que no consiguier­on huir fueron los pobres, los desarrapad­os, los ancianos. Lo que desencaden­ó de verdad la enorme tragedia del Katrina fue la situación de abandono absoluto. No éramos consciente­s del nivel de pobreza de este país del primer mundo, y la catástrofe lo sacó a la luz. La gente falleció en los días después del huracán por el hambre y, sobre todo, por la sed, que es lo que provoca antes la muerte. Y, claro, luego las catástrofe­s naturales enmascaran muchos crímenes. De eso hablo en la novela.

El nombre de Nueva Orleans siempre aparece en tus trabajos, aunque sea de refilón. ¿Es una casualidad?

Es a propósito. La retransmis­ión de la devastació­n de esta ciudad me agarró de tal manera que sentí que tenía un compromiso con ella. Así que decidí poner en cada obra

de la trilogía del Baztán –empezando por El guardián invisible– pequeñas miguitas a lo Pulgarcito para llegar hasta aquí. Este nuevo libro en realidad transcurre en un tiempo anterior a los otros tres. Se puede decir que es una precuela, una novela de ciclo, un número cero. De hecho, cuenta los inicios como investigad­ora de una joven Amaia Salazar.

Tus novelas se han publicado en 36 idiomas. ¿Te atreverás con otros géneros aparte del negro? ¡Es que no te creas que soy tan dueña de lo que escribo! Cada historia llega a mí como una revelación, no como un fruto de lo que está de moda o de lo que conviene escribir. Lo único que intento es no imitar a nadie. Y, sobre todo, no imitarme a mí misma. Así que, si me surge lanzarme con una novela histórica o una romántica, será porque me ha llegado. Todavía no ha ocurrido.

La gente habla mucho del fenómeno Dolores Redondo. ¿Cómo te definirías?

Yo sólo soy un vehículo. Escribir es una especie de misión que he de cumplir. De hecho, ahora mismo porto diez novelas nuevas dentro de mi cabeza. Por eso, cuando me preguntan «¿quieres ser comentaris­ta de radio, o venir a la tele a opinar o ser representa­nte de una firma?, contesto: «¡No!». Porque debo escribir diez historias y no sé cuánta vida tengo por delante.

Amaia posee un don para comprender y perseguir la maldad. ¿De qué modo te relacionas tú con la idea de la muerte?

Desde que tenía 4 años soy superconsc­iente de que esto se acaba. Y eso es precisamen­te lo que me permite vivir sin engancharm­e a lo malo. Falleciero­n una hermana mía y varios familiares muy seguidos, todos jóvenes... Pasé muchos años en duelo. Está tan presente en mí la fugacidad de la existencia que, después de una discusión, soy incapaz de despedirme enfadada. Siempre me digo: «Hostia, no vaya a ser que me muera y el otro se piense que estoy mal con él». De hecho, he implantado una norma familiar: nunca permito que nadie salga de casa con mal rollo. Incluso tras esos rifirrafes tontos tipo: «Siempre dejas el albornoz encima de la cama». Con los libros me pasa lo mismo. Vivo cada día para ver si me da tiempo a contar una historia más. Repito: «¡Dios, por favor, dame tiempo para terminarla!».

¿Dolores Redondo es creyente?

Sí. Soy creyente, pero no una practicant­e al uso. Tengo necesidade­s espiritual­es, aunque no religiosas. La educación tan férrea que hemos recibido alrededor del catolicism­o ha hecho que mucha gente sienta rechazo y se cierre en banda a aquello que no se puede ver ni tocar. Sin embargo, todos tenemos una necesidad espiritual en algún momento, y más en la sociedad de hoy en día. Lo importante es buscar bien. No dejarse engañar. Ninguno de los credos buenos es secreto. Lo que diferencia una religión de una secta es que puedes entrar y salir cuando quieras, sin que eso suponga una penalizaci­ón. A las sectas no les interesa que te conectes tú mismo. Y yo pienso que, para ser espiritual, no se necesita nada más que tú y el universo. Tú y Dios. Tú y la naturaleza. Pero tú. Yo tengo unos ritos, una conexión que me hace sentir bien, y me fastidia un montón esa picaresca que los ensucia. Se trata de un tema que voy a seguir tocando en mis novelas.

Tus libros están llenos de rituales atávicos. ¿Cuál es el tuyo a la hora de escribir?

En mi mesa, mientras trabajo, siempre hay una vela encendida y flores frescas, casi siempre orquídeas. También, una estampita de A Virxe do Corpiño.

A la que, por cierto, llegaste a incluir en los agradecimi­entos de tu anterior novela, Todo esto te daré. Con ella te llevaste el premio Planeta, el más vendido de la historia después del de Eduardo Mendoza. Parece que te funciona esa virgen... (Risas). ¡De hecho, soy feligresa del santuario de Nosa Señora do Corpiño! Aunque nací en el País Vasco, mi familia vive en Galicia. Me encanta aquella tierra. Allí, en una verde montaña de Lalín, dentro de la provincia de Pontevedra, está esa antiquísim­a ermita, con su gran leyenda de milagros. Y su sacerdote, don José, que está autorizado como exorcista. Me interesan los lugares mágicos donde la gente encuentra alivio espiritual. Y los ritos que ayudan al ser humano a sentirse mejor.

Ordenador o bolígrafo? A mí la comunicaci­ón cerebro-bolígrafo me funciona bastante mejor que la cerebro-teclado. Por eso escribo a mano. Es lo que, en el argot literario, se conoce como a vuelapluma, que viene a ser una escritura muy rápida, casi automática. El tramo final es una verdadera tormenta. No puedo parar. Físicament­e, estoy muy cansada, me duele todo. Y tengo pesadillas. Casi no duermo. He de hacer verdaderos esfuerzos para acabar una novela porque, además de todo lo anterior, en esos momentos el siguiente libro ya está llamando a la puerta. Tengo a los nuevos personajes diciéndome: «¡Oye, atiéndenos, es nuestra hora, termina de una vez!».

Soy incapaz de despedirme enfadada después de una discusión. Tengo muy presente que esto se acaba, que la vida es fugaz. En mi familia no permito que nadie salga de casa con mal rollo

¿Y tú que les contestas?

Les respondo: «Esperad, que todavía no es vuestro tiempo». Pero insisten tanto que, mientras acabo una novela, siempre me pongo a escribir el comienzo de la siguiente.

¿Cuándo oíste por primera vez tu voz de escritora?

Cuando aún no tenía uso de razón. Mi madre asegura que yo quiero dedicarme a esto desde los 4 años. Al parecer, un día le pregunté: «¿De dónde salen los cuentos?». Ella me explicó: «De los escritores». Y yo le dije: «Pues voy a hacer cuentos, voy a ser escritora».

Pero primero fuiste madre de familia y cocinera.

Claro, hay que comer (risas).

¡Nunca mejor dicho! Porque, después de estudiar Derecho, te lanzaste a la aventura de montar tu propio restaurant­e.

Sí, me formé en una escuela de hostelería. Trabajé de pinche, de cocinera y de jefa de cocina. Después fui propietari­a de mis propios fogones.

¿Sigues cocinando?

Sobre todo, en ocasiones especiales. Ya que sabes de las dos cosas, ¿en qué se parecen escribir y cocinar? Como chef, entiendo que el placer del cocinero es ponerle un plato delante a alguien y verlo disfrutar. Hay una vocación de servicio en quien cocina. Si el comensal disfruta, disfruta el chef. A la verdadera cocina no le pueden faltar ni cariño ni ganas de satisfacer las necesidade­s de los demás. Y no hablo sólo de alimentar, sino, también, de nutrir el alma. A la literatura le pasa lo mismo. Se escribe para satisfacer a la gente, por mucho que algunos digan que lo hacen para ellos mismos y que les da igual que nadie lea sus libros. Al menos, ese no es mi caso.

¿Con quién disfrutas tú a lo grande cuando lees?

Me encanta la literatura de Ana María Matute; creo que es la mujer que más me ha marcado como escritora. Incluso me fui a Destino porque quería formar parte del mismo sello que ella. Llegué a conocerla, fue un regalo de la vida. Otro icono, Arturo Pérez-Reverte, te ha fichado para Zenda, un prestigios­o portal cultural en el que están otras autoras célebres, como Almudena Grandes.

Sí. Lo primero que le dije a Arturo cuando me llamó para proponérme­lo fue que yo soy una escritora a la antigua usanza, que no doy opiniones sobre libros y que mi forma de vivir la literatura es como la del monje medieval: yo, encerrada en casa a lo mío. Él me contestó: «Me

«Cuando voy a terminar una novela, me siento físicament­e agotada. Tengo pesadillas, casi no duermo. Y oigo que mi siguiente libro ya está llamando a la puerta»

da igual. Creo que tienes que estar, quiero que estés». ¡Fue maravillos­o! Así que tengo mi presencia, aunque es un poquito fantasmal. ¡Eso sí, voy a defender Zenda a muerte!

¿Eras lectora de Pérez-Reverte antes de aquello?

¡Mucho! Me enamora todo lo que leo de él. Lo admiro de siempre. Ahora, además, le tengo mucho cariño.

Una curiosidad: ¿qué significa La cara norte del corazón? La cara norte es el lado inaccesibl­e de una montaña, la más atractiva para los alpinistas y, a la vez, la más difícil de escalar. Gracias a este libro, me he dado cuenta de que eso lo hago desde el principio en mi literatura. Soy explorador­a del corazón, aunque siempre accedo por la parte difícil. La hostil y la mítica. Por eso los montañeros quieren ir por ahí: a pesar de que supone un esfuerzo mayor, también es mayor el triunfo. Mis personajes no ceden. Su lucha es a veces dolorosa, pero les lleva a un avance, a una trasformac­ión, algo que nunca sería posible por el camino fácil, por las sendas ya trazadas.

¿Cómo te afecta su escalada?

Creo que se escribe para iluminar partes de uno mismo que están oscuras. El proceso de escritura te hace llorar, soltarlo todo, y también te aporta mucho. Cuando terminas una novela, sientes que te has dejado la piel y, al mismo tiempo, que has crecido, que te has liberado, porque encima de esa piel había un montón de cosas que pesaban demasiado.

¿Y qué me dices de la persona que lee? ¿Crees que tus novelas negras pueden alumbrar a otros?

Sí. Yo disfruto firmándole mis libros a la gente, y es muy emocionant­e todo lo que me cuentan. Voy a compartir una de esas historias. Una vez quedé con los lectores en una de esas librerías de pueblo que me encantan. Recuerdo que fui al baño. Y, en el lavabo, me viene una señora de pronto: «¡Pero qué alegría verte! ¿Sabes? Tengo un hijo que es homosexual. Se casa este año. Con un hombre, claro. Su padre, que hasta ahora lo había llevado más o menos, le dice que no va a la boda. Imagínate el disgusto. De repente, cae tu novela en mis manos. Cuando la termino, le digo a mi marido: “Ten, léetela”. Antes de acabarla, me suelta: «Voy a ir a la boda del niño. No quiero que me pase lo que al personaje. No quiero arrepentir­me de ser un mal padre”». Entonces, esa mujer me dio un abrazo que jamás olvidaré y exclamó: «¡Ay, hija, gracias. ¡Al leer, ha visto la luz!». ■

«Se escribe para iluminar partes oscuras de uno mismo. Es un proceso que te hace llorar, soltarlo todo, pero también te aporta mucho. Te dejas la piel y, a la vez, te liberas»

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Dolores Redondo vive uno de sus mejores momentos. Por un lado, estrena la novela ‘La cara norte del corazón’, una obra que se sitúa cronológic­amente antes de su exitosa trilogía del Baztán. Por otro, el próximo 5 de diciembre llega la versión cinematogr­áfica de ‘Legado en los huesos’, la segunda parte de una saga en la que la actriz Marta Etura pone rostro a la famosa comisaría Amaia Salazar.
DE ESTRENO EN LA LITERATURA Y EN EL CINE Dolores Redondo vive uno de sus mejores momentos. Por un lado, estrena la novela ‘La cara norte del corazón’, una obra que se sitúa cronológic­amente antes de su exitosa trilogía del Baztán. Por otro, el próximo 5 de diciembre llega la versión cinematogr­áfica de ‘Legado en los huesos’, la segunda parte de una saga en la que la actriz Marta Etura pone rostro a la famosa comisaría Amaia Salazar.
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La nueva novela de Dolores Redondo, ‘La cara norte del corazón’, se desarrolla en Nueva Orleans, una ciudad vieja llena de historias y atravesada por tranvías. Aquí se inventó el tabasco y puedes escuchar la mejor música en vivo.
ESCENARIO DE NOVELA La nueva novela de Dolores Redondo, ‘La cara norte del corazón’, se desarrolla en Nueva Orleans, una ciudad vieja llena de historias y atravesada por tranvías. Aquí se inventó el tabasco y puedes escuchar la mejor música en vivo.

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