El cantante regresa con un disco luminoso.
El autor de ‘No puedo vivir sin ti’, uno de los GENIOS DEL ROCK nacional, estrena su disco más luminoso, sin arrugas en la mirada ni en la guitarra. Brindamos por su buen momento a la salud de la música.
Le gustan el color negro, la figura de David Bowie, la literatura de Charles Bukowski y la pintura de Barceló y le encantaría tener el don de volar. Por algo la portada de su nuevo disco es un colibrí. Se llama ¿Revolución? Dentro, invitados de lujo, como el mítico Jaime Urrutia y el rapero Kase.O. Tras un retiro de vida en el campo, Coque Malla (Madrid, 1969), una de las voces más en forma de nuestro rock, vuelve al asfalto y a la música con un trabajo lleno de alas. Aunque su título es una pregunta, tu nuevo disco parece una llamada a despertar. «Si no perdéis muy pronto la cabeza, vais a enloquecer», dices a ritmo de funk. Es que es una pregunta planteada con ironía y escepticismo. ¿Es posible la revolución? Y me refiero a una revolución que verdaderamente cambie esto en lo que estamos metidos, una realidad que tiene sus cosas buenas pero, también, muchas que son espantosas e injustas, como la falsa libertad. Creo que, para un cambio, haría falta un cataclismo, una hecatombe mundial.
¿Y qué me dices de la capacidad de las redes sociales como espada láser?
Que podrían ser una herramienta acojonante para transformarnos a mejor. Sin embargo, si nos descuidamos, es casi al revés. Porque nos gusta utilizar internet como un instrumento con el que vigilarnos y criticarnos los unos a los otros. Eso quita libertad de expresión, entre otras cosas.
En este trabajo propones un rap llamado Un lazo rojo, un agujero que entronca con el espíritu hippy. En él, recitas con Kase.O: «Revolución será de amor o no será». Bueno, ¡es que soy un pesimista optimista! Es verdad que el disco empieza con una pregunta que se autorresponde a sí misma de forma negativa, pero luego abre las alas y continúa, como diciendo: «Vale, no es posible la revolución, pero hay cosas maravillosas. Está la música, están el amor, el sexo, la amistad... La vida».
Entonces, al final las canciones acaban exclamando: «¡Sí!». Eso es (sonríe). Yo creo que no es un disco oscuro para nada. Al contrario, me parece muy luminoso. De hecho, te diría que es el más luminoso que he grabado hasta ahora. El anterior, El último hombre en la tierra, se inclinaba hacia la luminosidad, pero en el fondo tenía una cosa más melancólica, un punto de atardecer. Este, sin embargo, posee una energía como de: «¡Vamos a comernos el mundo!».
¿La emoción puede ser un arma para transformar las cosas?
Así es. Lo ha sido siempre y siempre lo será. Viviremos de eso: de buscar emoción a través del arte. Patti Smith, cuando le preguntaban si el artista debía tener una responsabilidad social o política, decía que la denuncia es algo que se plantea sólo si uno quiere, que lo primero que tiene que hacer un artista es su trabajo. O sea, arte. Algo estéticamente poderoso. En resumen, buenas obras.
Hablando del poder del arte y de los artistas: si te digo Leiva, ¿tú que me contestas? ¡Joder!, un crack. Un tipo que está haciendo las cosas perfectas. De arriba abajo, de la A a la Z del diccionario del rock. Lo tiene todo. Todo el futuro del mundo, todos los grandes discos, toda la buena imagen, todos los grandes directos. Todo el éxito. Leiva es de esos que se creen lo que hacen. No vende algo postizo. La música que crea es la música que le gusta. Personalmente, desconfío mucho de los artistas a los que no les veo las influencias de otros. A Leiva se le nota de dónde viene; para mí, eso es un valor.
Una de las influencias de Leiva es Joaquín Sabina. ¿Adónde te lleva ese nombre?
Sabina es Dios, el gran maestro. Y el modelo en el que muchos nos miraremos cuando vayamos cumpliendo cierta edad.
Por cierto, ¿cuántos años tienes?
Tengo 49, pero cumplo 50 en unos días...
¿Cincuenta ya?
Sí. Te lo juro (risas).
Te dirán que no los aparentas.
Sí, mucho. Es algo que me viene un poco de familia. De mi padre. Y de mi abuela: con 80 años daba miedo el aspecto tan increíble que tenía. Cómo se movía...
Ya que hablamos de mujeres venidas de otro planeta, ¿qué significa para ti Rosalía?
Me parece la artista más interesante, rara, diferente e innovadora que ha aparecido en muchísimo tiempo.
El disco arranca en negativo y luego abre las alas, como diciendo: ‘Sí, la revolución no es posible, pero hay cosas que son maravillosas: el amor, la amistad, el sexo... La vida’. Soy un pesimista optimista
Es increíble. Ha filtrado una serie de tendencias, como el trap y la fusión del flamenco con lo electrónico, que a mí, de primeras, no me atraían. Es más, incluso me provocaban cierto rechazo. Rosalía ha sabido canalizar las corrientes de la música urbana y las ha convertido en arte. En un arte muy interesante, por cierto. ¡Eso sí que es una revolución! Algo que no ocurría desde el punk. Tenía que pasar. Y, mira, ha pasado con Rosalía. Antes de que ella apareciese, entre los que nos dedicamos a esto comentábamos que seguro que había un chaval en Wisconsin capaz de coger todo aquello y hacer una propuesta potente. Pues, fíjate, no ha sido un chaval de Wisconsin, ha sido una chavala de Barcelona.
¿Te gustaría, de repente, compartir escenario o estudio de grabación con ella?
¡Por supuesto! Cómo no. Claro que sí. El talento y el genio hay que disfrutarlos (se toma su tiempo y sonríe con ironía). Lo que pasa es que creo que su agenda está repleta hasta el año 2028...
Dime: ¿qué es una canción para Coque Malla? Esto puede sonar cursi, pero no lo es porque es real. Para mí, una canción es igual que un potrillo salvaje: algo que primero hay que dejar que corra para, luego, ir haciéndolo tuyo poco a poco. En mi caso, desde que compongo las melodías –por ahí es por donde empiezo siempre las canciones– hasta que escribo las letras, pasa mucho tiempo. El necesario para domesticar una estrofita.
¿Dónde encuentras más inspiración a la hora de embarcarte en el proceso creativo, en el campo o en la ciudad?
Estuve un tiempo viviendo en la montaña. Me sentó muy bien al principio. Luego huí. He vuelto y he renacido como una flor de asfalto. Estoy feliz. Amo Madrid. Ahora disfruto del centro, de mi Madrid Río, de mi Príncipe Pío. Lo mejor que ha hecho el campo por mí ha sido ponerme delante el amor que le tengo a Madrid. Es lo de siempre: cuando perdemos algo es cuando lo valoramos. ¡Eso sí!, debo confesarte que, para escribir las letras de mis canciones, me voy al campo. Porque es el único momento en el que necesito concentrarme y aislarme de todo.
Alguien que conoce muy de cerca la creatividad, la académica de la Lengua y Premio Nacional de Literatura Carme Riera, asegura que los artistas sois médiums. Sí. Algo de eso hay. Keith Richards también lo piensa. Insiste en que «todas las canciones están ya escritas». Lo único que hacemos cuando componemos es poner la antena y captarlas. Eso sí, luego las pasamos por nuestro filtro emocional. Somos una especie de canales de lo que ya está ahí. Y lo creo sinceramente, y más a la altura a la que nos encontramos. Hay otro genio muy sabio, en este caso español, el contrabajista de jazz Javier Colina, que dice: «¡Señores, que esto no es pa’tanto, que son sólo siete notas!».
¿Crear es un rito?
Sí, hay una parte del proceso creativo que tiene que ver con una especie de ritual, de conjuro para que las cosas aparezcan, para que caigan las canciones, las notas, los acordes... Es igual que lo de tocar las maracas para que caiga la lluvia.
Además de música, has hecho cine. Los dos gremios se tocaron cuando te concedieron el Goya a la Mejor Canción Original por el tema que compusiste para la película Campeones, de Javier Fesser. ¿Dónde lo guardas?
En casa, delante de una planta. La gente me regaña porque dice que no se ve. Yo creo que queda chulo entre la maleza.
A día de hoy, ¿qué no tiene precio para Coque Malla?
Estar con mis hijos. ■
«Estuve un tiempo viviendo en la montaña. Me sentó muy bien al principio. Después huí y volví a la ciudad. Ahora estoy feliz. Lo mejor que ha hecho por mí el campo ha sido ponerme delante el amor que le tengo a Madrid»
Como dijo Keith Richards, las canciones ya están todas escritas. Lo que intentamos los músicos es poner la antena, captarlas y pasarlas por nuestro filtro emocional