ELLE

El poder se se quita el uniforme de hombre.

Ahora que el LIDERAZGO FEMENINO cotiza al alza, los estilismos de oficina rompen con los viejos códigos. La libertad es tendencia.

- POR GRACE O’NEILL. FOTOS: STEFAN KNAUER

En quién piensas cuando hablamos de personas con poder? ¿En un hombre blanco de mediana edad metido en un traje carísimo? Al fin y al cabo, hasta hace nada el poder era precisamen­te eso: hombres blancos de mediana edad metidos en trajes carísimos. Los veías apelotonad­os sobre el parqué de Wall Street, en los parlamento­s y en los gabinetes de ministros, en los tronos de las grandes compañías y en las fotos de los dirigentes que deciden adónde va el mundo. ¿Había hueco para las mujeres en aquel tablero? Por supuesto, siempre y cuando asimilasen las rígidas y masculinas reglas del juego, incluido el anodino dress code del ejecutivo llamado a triunfar: chaqueta y pantalones tirando a oscuros, camisa neutra y zapatos negros. Prohibido proyectar una imagen propia. Aunque el camino hacia la igualdad laboral sigue sembrado de baches, techos de cristal y asignatura­s pendientes (por ejemplo, en los consejos de administra­ción de las empresas del

Ibex 35, la presencia femenina es de sólo el 22 por ciento, según el Instituto Nacional de Estadístic­a), se han producido avances notables desde la década de los 80. Uno de los más importante­s (y recientes) es que las mujeres han conseguido quitarse el corsé y alzar la voz, algo que guarda una relación estrecha con la estética, con la idea de aparcar el uniforme oficial y vestirse libremente. Porque, si lo primero que haces por la mañana es disfrazart­e de lo que no eres (en este caso, un señor con corbata y maletín),

corres el riesgo de perder la confianza en ti misma y sentirte una impostora (te suena el síndrome, ¿verdad?). La transforma­ción se observa en los trajes multicolor de la política estadounid­ense Hillary Clinton, en los copiadísim­os estilismos chic de la reina Letizia o en las composicio­nes ultralady de la presidenta de Banco Santander, Ana Botín. También se aprecia en las pasarelas: de las hombreras y las líneas sobrias que plantean Givenchy, Balenciaga y Alexander McQueen a las blusas con lazada, las blazers a cuadros y los detalles punk de Celine, Chanel y Balmain, la temporada otoño/invierno 19-20 es una apuesta por lo cómodo y lo femenino, una invitación a llenar el armario de piezas flexibles y con carácter, perfectas para que el look sea una declaració­n de intencione­s e independen­cia. Fíjate en la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, aplaudida por su reacción tras la matanza islamófoba de Christchur­ch, en marzo: sus outftits, con prints florales, en colores suaves y de siluetas fluidas, reflejan una gestión basada en la compasión, la empatía y la integridad. En un artículo publicado la pasada primavera en The New York Times, la reportera y editora Tina Brown explicaba que las mujeres en puestos de liderazgo cosechan mejores resultados cuando se alejan de las pautas marcadas por sus colegas varones y se forjan su propio camino: «Si captamos la sabiduría femenina sin pedir perdón por ello y la aplicamos desde posiciones de poder, no sólo estaremos en condicione­s de aliviar algunos problemas: seremos capaces incluso de salvar el planeta». En este sentido, Brown destaca la figura de la congresist­a neoyorquin­a Alexandria Ocasio-Cortez, que aterrizó en la política con todo en contra debido a su sexo, su edad (acaba de cumplir los 30) y un activismo marcadamen­te progresist­a, de defensa de los inmigrante­s y a favor de las clases deprimidas. Es el espejo en el que se miran los millennial­s, aire fresco en la era del let’s make America great again. Su condición de verso suelto la ha colocado en el ojo del huracán. Sí, cualquier excusa vale para atacarla. Aparte de burlarse de ella por haber trabajado de

El armario se llena de piezas con carácter, flexibles, perfectas para que el ‘look’ sea una declaració­n de intencione­s e independen­cia

camarera y de tacharla de «narcisista», «charlatana» y «retorcida», el periodista inglés Piers Morgan le dedicó un texto en el Daily Mail en el que la llamaba «socialista glossy» por posar para una entrevista con un traje de 2.800 euros de Gabriela Hearst y unos zapatos de 500 de Manolo Blahnik. Alexandria explicó que se trataba de prendas prestadas para la ocasión (la práctica habitual, por cierto) y no ocultó su resignació­n: «Si entro en la oficina con un saco por encima, se reirán de mí y me harán fotos; si me pongo mi mejor ropa, sucederá lo mismo». Que la moda es mensaje lo sabe Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representa­ntes estadounid­ense. En diciembre de 2018, a sus 78 años, después de una tensa reunión en la Casa Blanca, se presentó ante los medios de comunicaci­ón con un llamativo (y descatalog­ado) abrigo rojo con silueta cocoon de Max Mara, gafas de sol, salones de infarto y una explosiva sonrisa ladeada. Acababa de dejarle claro a un irritadísi­mo Donald Trump que, a pesar de las amenazas de cierre de la administra­ción, el Partido Demócrata no estaba dispuesto a aprobar la financiaci­ón del muro en la frontera con México. «Creo que la señora Pelosi orquestó al milímetro todos los detalles del encuentro –sostiene Ian Griffiths, director creativo de Max Mara–. Quería quemar el Despacho Oval y supo manejar el momento. Salió de allí victoriosa, firme, pletórica con su abrigo rojo». La prenda en cuestión se convirtió de inmediato en un símbolo, hasta el punto de que la enseña italiana decidió reeditarlo. «Era una pieza con un sentido especial para Nancy Pelosi –continúa Griffiths–; lo compró en 2012 y se lo había puesto en ocasiones importante­s, como la segunda sesión de investidur­a de Barack Obama. Lo que te hace empoderart­e no es ni el tono ni

Si lo primero que haces por la mañana es disfrazart­e de lo que no eres, corres el riesgo de perder la confianza y sentirte una impostora

el material de la ropa que llevas, sino la relación emocional que desarrolla­s con ella. Eso es el power dressing: sentirte en casa cuando llevas tus propias prendas. No vas a brillar si, cada cinco minutos, tienes que correr a un espejo a vigilar si tu look sigue en su sitio». El color con que el Nancy Pelosi dio la nota en Washington también se cargó de simbolismo político el 26 de agosto de 2018, día en el que la ministra de Relaciones Exteriores de Australia, Julie Bishop, anunció su dimisión debido a las turbulenci­as que azotaban el Partido Liberal. Durante su conferenci­a de prensa, lució un discreto abrigo negro y unos incandesce­ntes taconazos de satén rojos (con las uñas de las manos a juego). «Cuando dudes, apuesta por el rojo –declaró al poco de abandonar el cargo–. Evoca poder, pasión y estilo y está presente en la bandera de numerosos países porque denota valor y libertad. Por eso está tan presente en el mundo de la moda». También, en el de la belleza. Piensa, si no, en el efecto de unos labios red si entras en la oficina con un outfit dominado por el blanco. Porque, efectivame­nte, la cosmética es otro vehículo para expresarse. No se trata de causar impacto porque sí, sino de verse cómoda y bien. Y eso pasa por encontrar un perfume y un peinado acordes con el carácter (importante: la primera persona a la que debes gustarle eres tú), por transmitir la energía y la luz que cada una lleva dentro y por recordar que el make-up, independie­ntemente de las tendencias del momento, ha de resistir el cansancio de jornadas maratonian­as, los efectos del sol, los cambios de temperatur­a, el estrés y las pantallas. Grábatelo a fuego: el poder no reside ni en la ropa ni en los cosméticos, el poder lo llevas dentro. Confía en ti y asegúrate de que los demás lo noten. ■

Grábatelo a fuego: el poder no está ni en la ropa que te pones ni en los cosméticos que usas. Lo llevas dentro. Asegúrate de que los demás lo noten

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