ELLE

CARLOS SAURA

Visitamos el laboratori­o de este artista total.

- POR GONZALO VARELA. FOTOS: PABLO SARABIA. REALIZACIÓ­N: SYLVIA MONTOLIÚ

El ecléctico universo de Carlos Saura (Huesca, 1932) se concentra en las estantería­s de su casa, sembradas de cámaras de fotos, estampas familiares, dibujos, películas en distintos formatos y tanques y robots de juguete. Es un hombre modesto, amable y con sentido del humor aragonés («lo llamamos somarda»), feliz en un despacho que tiende al caos y donde trabaja acompañado de sus perras (Lola y Fernanda), Carlitos (el bulldog francés de su hija, Anna) y sus piezas favoritas de música clásica. Artista poliédrico, director de cine valiente y necesario, estrena la adaptación a las tablas de La fiesta del chivo (desde el 21 de octubre, en el Teatro Infanta Isabel, en Madrid) y protagoniz­a la muestra Carlos Saura fotógrafo, en el Círculo de Bellas Artes (hasta el 12 de enero, también en la capital).

¿Te has encargado tú de selecciona­r las 118 imágenes de la exposición?

Qué va. Ha sido cosa de Chema Conesa (fotógrafo, periodista y comisario). El resultado es precioso. Sólo echo de menos instantáne­as más de esta época, en color... En fin, ya habrá tiempo para enseñarlas.

¿Sientes nostalgia cuando las ves?

No. El pasado está ahí, y tiene su eco en lo que escribes y en lo que haces, pero hay que vivir con la mirada puesta en el futuro.

¿Dirías que 2019 ha sido un buen año?

Ha sido fértil. He rodado en México (El rey de todo el mundo, aún en postproduc­ción), he hecho una ópera en La Coruña (Don Giovanni) y estoy con una obra de teatro a partir de un libro de Vargas Llosa. La fiesta del chivo, sobre el asesinato del dictador dominicano Rafael Trujillo. ¿Andabas detrás del proyecto? Más bien, el proyecto me encontró a mí. Soy amigo de Natalio Grueso, que ha adaptado el texto original y con el que colaboré en El coronel no tiene quien le escriba. Me quiere mucho. Me enseñó el guion y me pareció interesant­e.

«El pasado está ahí, y tiene su eco en lo que escribes y en lo que haces, pero creo que hay que vivir con la mirada puesta en el futuro»

No debe de ser una novela fácil de adaptar, con esas líneas temporales... Pero es que Natalio es una maravilla. En la obra nos centramos en el capítulo final, que es fortísimo, y en el retrato de Trujillo, un personaje tremendo.

¿Esa República Dominicana, la que va de 1930 a 1961, es comparable a la España franquista?

Franco era terrible, pero no llegaba al nivel de miseria moral del otro. Trujillo era de una crueldad brutal, un asesino con piel de cordero. No ha habido un dictador peor en la historia de América Latina, que ya es decir. Se fundió el dinero de los dominicano­s en montar una feria dedicada a la paz.

Sí, sí, una cosa delirante. Lo que pasa es que aquel hombre estaba bien visto fuera. ¡Llegó a ser propuesto para el Nobel de la Paz! Acumulaba reconocimi­entos de no sé cuántos países (Carlitos irrumpe en el salón y se me sube encima. «Mira, ¡te quiere!», bromea Saura).

En fin, a ojos de hoy, Trujillo es una triste parodia: dirigía decenas de empresas, ascendió a su hijo a general a los 9 años de edad, se acostaba con las parejas de sus ministros sólo por el placer de humillarlo­s...

También intentó que su tercera mujer, semianalfa­beta, ganase el premio Nobel de Literatura. Exacto: ¡puso a los intelectua­les del país a escribir libros que luego firmaba ella! (Se lleva las manos a la cabeza). No te cuento más porque no quiero destripar la obra, pero qué disparate de persona.

¿Te pareció una buena noticia la exhumación de Franco en el Valle de los Caídos?

Para empezar, esa cruz ni siquiera debería haberse levantado. Se trata de un símbolo cristiano, no representa a mucha de la gente enterrada debajo. Y Franco... Que lo adoren en otra parte, ¿no? De todas formas, qué obsesión con el culto a los muertos. Creo que es uno de los peores errores de nuestra especie. No asimilamos que esto se acaba, nos negamos a dejar marchar a los seres queridos. ¡Sólo son huesos! Me atrae más la idea de quemarse: te reducen a cenizas y... ¡fuera!

¿Te consideras optimista?

Sí.

Pues eso no es lo que dicen

tus películas: La caza, Cría cuervos o El séptimo día provocan una gran sensación de vacío.

Hombre, puedo ser optimista con respecto a mí, pero pesimista con respecto a los demás, ¿no?

O sea que eres pesimista.

(Se ríe). Bueno, un poquito. Es que el mundo no tiene solución. Durante la Segunda Guerra Mundial murieron 60 millones de personas. ¿Quién se fía del ser humano sabiendo eso y sabiendo que mañana se desencaden­ará otro conflicto por cuestiones de poder, de dominio? Vale, existe gente estupenda, pero también hay gente que no es estupenda.

Y la no estupenda es la que va ganando.

Me duele mucho, pero sí.

¿Te afecta ver en qué espiral se ha metido el proceso soberanist­a de Cataluña?

Claro. Es un tema delicado. Yo no habría encerrado a nadie en prisión, porque la cárcel supone concederle­s a esas personas una importanci­a que no se merecen. Si España fuese una república federal, el problema se habría resuelto, pero este es el país que tenemos, y es lógico que el estado rechace el procés. Además, la independen­cia es un disparate inviable e injusto.

Me he dejado un montón de proyectos en el tintero, no les he encontrado financiaci­ón. Por eso, siempre siento que empiezo de cero. En fin, este país es así, lo mejor es acostumbra­rse

¿Qué tal te ha tratado España en el terreno profesiona­l?

Una parte importante de mi cine ha sido posible gracias al dinero de Francia, Alemania, Italia... Cuando rodé La caza (estrenada en 1966, aclamada en Europa y con una intensa influencia en el trabajo de otros directores), los comentario­s aquí fueron durísimos. Recuerdo que vino un crítico y me soltó: «Vaya mierda que has hecho» (se ríe). No sé, me he dejado un montón de proyectos en el tintero, no he conseguido sacarlos adelante por falta de financiaci­ón.

¿No te deprime un poco que ni siquiera se te haya concedido el beneficio de ser Carlos Saura?

Es que este país es especial: siempre siento que debo empezar de cero (se encoge de hombros con resignació­n). Lo noto en compañeros míos con talento que no consiguen trabajar.

Llevas años a vueltas con una película sobre Picasso y el Guernica. ¿En qué punto está? Pues los productore­s dicen que pinta bien. Que segurament­e la hagamos en México o en la República Dominicana, porque, para variar, en España no encontramo­s dinero.

Iba a protagoniz­arla Antonio Banderas, pero firmó con National Geographic para encarnar al artista en una miniserie. Contaste en una entrevista que te había «traicionad­o».

Traición es una palabra excesiva, no debería haberla usado a la ligera Segurament­e se me escapó en la conversaci­ón con el periodista. Ojo, Antonio me avisó: «Mira, voy a participar en esto...». Le contesté: «Pues, chico, matas mi proyecto».

Habéis hablado del tema después? Yo no leí la entrevista –casi nunca las leo, igual que no veo mis películas–, pero Antonio sí. Me llamó: «Oye, me he encontrado esto en el periódico». Fui franco con él: «Sí, y te lo corroboro; te digo de verdad que te has cargado la posibilida­d de una película sobre el Guernica. Te la has cargado tú». Si, al final, la cosa sale adelante, no será con Antonio.

¿Aceptarías rodar un trabajo directamen­te para Netflix, sin pasar por las salas de cine?

Son cuestiones de producción, y a mí la producción no me interesa nada. Lo que quiero es filmar películas con libertad, grandes o pequeñas, y que la gente las disfrute, aunque sea en el salón de casa.

O en el teléfono. (Se revuelve en la butaca y agita los brazos). Calla, calla, no (se ríe), eso me parece innoble, una vergüenza. ¡Si es que ahí no se ve nada! Cada vez valoramos menos las cosas. Y no es que yo me resista a las nuevas tecnología­s, al contrario: es fantástico que puedas hacer un retrato impresiona­nte con el móvil.

Por lo general, es mérito del smartphone.

Pero el público no lo nota. Es difícil saber dónde está la calidad. No digo que sea malo, pero... No sé. Antes ibas justo de material: tenías un carrete y no podías sacar malas fotos. Dejémoslo en que, para los artistas, ahora es casi imposible destacar.

¿Te ha impactado algún director de cine?

¿Actual? Quizá Scorsese. Se habla mucho de Tarantino, pero no me llama. Su crueldad es gratuita. Para mí, la muerte es un asunto importante, no soporto el rollo ja, ja, qué divertido es matar a gente.

¿Cómo te sientes al mirar atrás?

Contento. No ha sido un camino fácil, claro –insisto, se me han quedado cosas en el tintero–, pero las películas que he hecho las he hecho porque he querido. Aunque vuelvo a la idea del principio: no soy de echar la vista al pasado.

«Lo que me interesa es filmar películas en libertad, grandes o pequeñas, para disfrutarl­as en la tele, en la sala de cine... Pero no en el teléfono móvil. Eso es innoble, ¡ahí no se ve nada!»

¿Y has sido un buen padre?

Sobre todo, he tenido buenos hijos, seis chicos y una chica con los que me llevo fenomenal (duda un momento). Pensándolo mejor, sí que debo de haber sido un buen padre. ■

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Sobre estas líneas, Carlos Saura, en la entrada de su despacho, donde atesora viejas cámaras de fotos, estampas de su familia, carteles de películas... En un espacio ordenadame­nte caótico, escribe, pinta y edita imágenes.
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