CHARLOTTE GAINSBOURG
La hija de Jane Birkin vive entre la realidad y la ficción.
La actriz y cantante estrena un nuevo film con su hijo y su pareja. Tras una vida marcada por el influjo de sus padres, ahora es ella LA MATRIARCA de una saga a mitad de camino entre realidad y ficción.
Son las cuatro y cuarto. Charlotte Gainsbourg (Londres, 1971) entra en el bar del acogedor hotel en el que hemos quedado, en pleno corazón del barrio parisino de SaintGermain-des-Près. Con 48 años, el aspecto juvenil de la hija de Jane Birkin y Serge Gainsbourg permanece inalterado: lleva un trench amplio, camiseta Levi’s atemporal y unos vaqueros gastados. Detrás de nosotros se oye crepitar el fuego en la chimenea y, de fondo, suena música jazz. Estamos listos para empezar nuestro dueto en forma de entrevista. La letra tiene que ver con Buenos principios, su nuevo film (en cines desde el 22 de noviembre), realizado por su pareja, Yvan Attal, y basado en el relato de culto Mi perro idiota, del escritor John Fante. La relación profesional no les resulta extraña, pues él ya la ha dirigido en otros cuatro proyectos, incluidos Mi mujer es una actriz y No molestar. Aquí, el propio Attal encarna a un cincuentón que conoció el éxito un cuarto de siglo atrás y, desde entonces, arrastra una crisis creativa de la que culpa a sus cuatro hijos y a su (igualmente infeliz) esposa, Cecilia, interpretada por Charlotte. Lo que sí es nuevo es que el primogénito de ambos, Ben, de 22 años, participa también, como uno de los hermanos. Una fina línea separa aquí realidad y ficción, y, para el espectador, es como estar dentro de la casa AttalGainsbourg. «Esta película es sincera», comenta ella con su voz dulce. Y es para creérselo, pues hace ya tiempo que, en su trayectoria, todas las historias se superponen a su vida. Lo bueno es que, por fin, eso ya no le genera problemas.
¿Habías leído el libro en que se inspira esta cinta?
No, lo descubrí a raíz de ella. Yvan ha sido muy fiel al texto, pero, a la vez, es un film que trata de él, de nosotros... No hay nada de morbo y, no obstante, tampoco ha puesto filtros, algo que me parece bastante valiente.
¿Esta pareja en crisis refleja situaciones por las que vosotros dos habéis pasado?
Es indudable. Si estás tres décadas con una persona, siempre va a haber altibajos. Dicho lo cual, el hecho de basarnos en una obra literaria nos da ese punto de frialdad necesario. Sí, y la trama se teje alrededor de un asunto universal: la marcha de los hijos y lo que ello conlleva...
Cierto, se habla poco de ello y, sin embargo, ¡es una de las etapas más importantes de la vida! Nosotros aún no estamos ahí del todo, aunque Ben (que vive en Inglaterra) sí que ya se ha independizado. Debe de ser dolorosísimo.
(además de Ben, están Alice,
¿Proyectáis cosas sobre ellos como le pasa a Yvan en el film?
de 16 años; y Joe, de 8),
Seguramente, a pesar de que no tengo el mismo tipo de expectativas que alguien con estudios, por ejemplo. Mis aspiraciones para ellos son más artísticas. Por supuesto, estaría orgullosa si estudiasen una carrera... pero no creo que ninguno vaya por ese camino (risas).
A propósito, ¿resulta fácil rodar en familia?
Recientemente, me di cuenta de que yo trabajé con mis padres desde muy pronto. Y hoy, esos están entre mis mejores recuerdos. Así que, tras proteger tanto a mis hijos, ahora soy menos reticente a compartir lo profesional con ellos.
¿Les explicas a menudo detalles de tu oficio?
No. Mi madre sí solía hacerlo; eso sí, jamás mencionaba los aspectos negativos. Cuando iba a los sets, para mí ese era un universo maravilloso. Yo no les he transmitido eso... si bien, últimamente, hablo un poco más de ello.
Hasta los últimos tiempos, les has resguardado al máximo de los focos. ¿Qué te daba miedo? Es cierto que, al principio, Yvan y yo acordamos una serie de reglas: no involucrar a los niños en nuestros proyectos, no referirnos a ellos en entrevistas, no contar particulares de la vida en pareja... Aquello con lo que no me encontraba cómoda. Tenía la impresión de que iban a robarme algo que me pertenecía sólo a mí. A mis padres les pareció apropiado lo contrario; ese nunca fue mi caso.
¿Te afectó mucho esa exposición mediática en tu infancia?
Durante los momentos felices, no me hizo daño. Cuando vinieron las separaciones, los instantes difíciles... ahí sufrí la otra cara de la moneda. De pequeños, no se nos preguntan las cosas, de modo que no nos las esperamos. Es decir, que no querías reproducir ese esquema.
Sí, en su día me propuse evitarlo. Mi padre acababa de morir, llevaba a todo el mundo detrás de mí, y sentía un dolor profundo e íntimo. Eso provocaba que no deseara charlar de nada aparte del trabajo, lo que me permitió avanzar: mis secretos eran una parte de mí que poseía. También iba con mi naturaleza; soy muy reservada.
¿Era una forma de reconquistar un espacio de intimidad?
Siempre vuelvo a la muerte de mi padre, pero es que nos pilló tan de sopetón... de la noche a la mañana, fue como
En los momentos felices, la atención mediática a la que me sometieron mis padres de pequeña no me hizo daño. Pero, al llegar las separaciones, sufrí la otra cara. Yo, en su día, me propuse evitarles esa experiencia a mis hijos, y por eso les he protegido tanto de los focos
si hubiese pertenecido a toda Francia; todos estaban consternados. Me resultó difícil de digerir. El duelo me duró diez años; demasiado tiempo. En fin, yo hacía lo que podía. Has recorrido un largo camino; sin embargo, ahora mismo, te encuentras tranquila, sosegada...
Me dan menos miedo los medios de comunicación y lo que se me vaya a escapar. Aunque mi profesión es bastante egocéntrica, intento relativizar. Antes, era muy quisquillosa con el empleo de las palabras. Me costaba tanto hablar que necesitaba que lo poco que decía me reflejara completamente, que no se desvirtuara. Quizás ahora me siento más comprendida, y me expreso más.
También es posible que te hayas liberado de la herencia familiar, ¿verdad? Me acepto mejor. El legado de mis padres será siempre el que es, y yo soy la primera que los admira. Eso sí, ya estoy harta de preguntarme: «¿Estoy a la altura, soy lo suficientemente buena para componer?». No son más que palos que yo me pongo en las ruedas.
¿Cómo llevas el paso de los años, estando tan expuesta?
No es agradable, porque es una forma de decadencia. En mi oficio, nos enfrentamos a la imagen. Y yo soy crítica conmigo; por ejemplo, no me gusta verme con ojeras.
¿Cómo has pensado superar esta fase?
Me da la sensación de que hay una edad en la que se supera por sí sola; en la que dejas de aparentar que acabas de cumplir 40. Yo sigo en un punto intermedio. Además, nunca he sido demasiado femenina. ¡Creo que voy a saltar directamente de mujer joven a señora mayor! (risas).
¿Te inspiras en tu madre para abordar estas cuestiones?
Ella es un modelo para cualquier cuestión. Pero, sinceramente, no tenemos el mismo físico, ni mucho menos...
Tu estilo, como el de ella, es algo loco. Y eres imagen de Saint Laurent. ¿La moda es una manera de expresarte?
Me encantan los diseños de Anthony Vaccarello. No obstante, me visto igual que siempre. Con mi propia ropa
vintage, que suelo usar constantemente.
Tras la muerte de tu hermana Kate Barry, en 2013, te mudaste a Nueva York con tus dos hijas, e Yvan se quedó en París. ¿No te planteas volver a Francia?
Ya veremos. Está claro que, a veces, la situación es complicada. Sin embargo, me viene bien; es como estar de vacaciones. Vivir en Estados Unidos me ha cambiado. En París, no salgo de mi barrio; aunque me da vergüenza reconocerlo, es así. Allí, estoy más abierta a otras realidades sociales, menos tímida y reservada a la hora de acercarme a los demás, de ayudar en la comunidad...
Ya han pasado dos años tras la aparición de tu último álbum, Rest. ¿Estás trabajando en uno nuevo?
Sí, pero he de reconocer que soy lenta. ¡No por haber empezado ya voy a acabarlo en 2020 (risas)!
¿La música es una especie de terapia para ti?
Sin duda, menos mal que cuento con ella; si no, sería extremadamente infeliz, con las pocas películas que tengo. Parece imposible que eso sea verdad. ¿Lo llevas mal?
Mi vida entera he funcionado de ese modo; nunca considero que haya suficientes guiones que leer. Me siento muy inmadura, porque necesito que el director crea en mí para ambicionar un papel. Me he permitido el lujo de decir mucho que no, y puede que eso no sea siempre así.
¿Te da miedo que todo esto termine?
Por supuesto. A las actrices, a partir de cierta edad, nos llegan menos propuestas. Las historias del cine suelen ir sobre personas que no superan los 40. Esta es una fábrica de sueños... y tal vez las viejas damas no hagan soñar (risas). ■
Creo que hay una edad en que dejas de aparentar que acabas de cumplir los 40. Y, como yo nunca he sido muy femenina, seguro que pasaré directa de mujer joven a señora mayor