ELLE

La envidia

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Tiene dos piernas, como yo. Pero no. Dos ojos, dos orejas, una boca y un cuello. Pero para nada. La miro y me pregunto cómo la naturaleza es capaz de crear cuerpos tan distintos con los mismos elementos. Desfila con un bañador minúsculo que parece un cordón de zapato. Cualquiera apostaría a que somos de especies distintas. Sin embargo, aquí están mis dos piernas y mis dos manos para dar fe de lo que compartimo­s –al menos, en términos numéricos– una supermodel­o y yo. Seré sincera: me siento más pequeña, combada, arrugada y redonda sentada en semejante front row. ¿Es esto envidia? Con los textos de Leila Guerriero me ocurre algo parecido. ¿Cómo es posible que, con 300 palabras y el mismo idioma, ella consiga producir ese efecto, esa ola que ilumina mis propios pensamient­os y que me hace entender mejor la vida y a mí misma? «Antes de la última agenda, del último viernes, del último bar, del último baile. Antes de que se apaguen todas las cúpulas y todas las pantallas. Antes de que las polillas se coman los restos de la lana y de la almohada. Antes del final de las mascotas. Antes, mucho antes: hay que vivir». 54 palabras.

Iba a escribir sobre las columnas que la autora reúne en Teoría de la gravedad, el próximo libro del club, pero soy sincera, no una suicida. Sería como desfilar junto a aquella supermodel­o. «Y entonces me vi. En esa misma casa, a los diez años, acomodando jazmines sobre la mesa, caminando descalza sobre el piso de madera, el calor, la luz, la hora de la siesta. Y Serrat, en el tocadiscos, cantando esa canción mientras mi madre lavaba la ropa. El olor del jabón y de las flores. La casa navegando como un barco hacia el verano. Y yo, en medio de todo, feliz de una manera perfecta y peligrosa. Con la única clase de felicidad que iba a salvarme. Con la clase de felicidad que iba a matarme cuando me faltara». 99 palabras. Algunos no me creerán, pero, entre las piernas de metro ochenta o una tripa con la que podrías nivelar una estantería y el talento de Leila para encontrar la palabra exacta, me quedo con este último don. No sólo para contarles a los demás la historia, sino para contármela a mí misma. Me habría gustado escribir cada una de las palabras de sus columnas. ¿Es esto envidia? No lo sé. ¿La envida produce placer?

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