ELLE

ANTOINE LEIRIS El regreso del escritor de ‘No tendréis mi odio’.

En el cuarto aniversari­o del atentado en la sala Bataclan de París en el que perdió a su mujer, el escritor francés publica otro libro en que nos cuenta que la vida siempre continúa.

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Roto y entre lágrimas, pero sin odio. Así dejó a Antoine Leiris (Le Chesnay, Francia, 1981) el atentado yihadista de la sala Bataclan de París el 13 de noviembre 2015, en el que perdió a su mujer, Hélène. Esa noche murieron otras 130 personas. El mensaje que este periodista subió a Facebook, «No tendréis mi odio», dio la vuelta al mundo antes de convertirs­e en un libro de título homónimo, escrito con la urgencia del momento. Cuatro años después, no ha perdido su serenidad, que esconde un fermento interior y, en un nuevo relato, La vie, après, cuenta su día a día junto a Melvil, su hijo de cinco años. Y también su propia infancia y su relación con sus padres. Y vuelve a aprender a vivir sin Hélène, quien, de cualquier modo, nunca está muy lejos.

Nos hemos pasado cuatro largos años sin noticias tuyas...

Es el tiempo que he necesitado para reencontra­r la sinceridad en mi escritura. Llevo un millón de palabras en la cabeza, pero, si trato de juntarlas sólo por cuestiones de belleza, me cuesta creérmelas. Si permito que se posen sobre las emociones, resulta todo más natural. Y he tardado en aceptar volver a hablar de mis emociones.

Has cambiado de casa. ¿Era necesario para poder reconstrui­r tu vida?

El día del funeral, la madre de mi mejor amigo, que perdió a su marido de joven, me dijo: «Vuelve a ponerte en marcha, porque yo me quedé parada, y no fue una buena decisión». Le hice caso; y, aunque eso postergó mi regreso a Hélène, debía crear una nueva cotidianid­ad para mí y para mi hijo.

Tu historia ha inspirado una obra de teatro. ¿Te has visto sobre las tablas?

Sí, y ese fue un momento crucial: me puse a escribir a raíz de ello. Antes, me había negado a ir, porque me daba miedo verme. Después, descubrí que ese hombre del escenario no tenía mi voz, ni mi entonación, que no se me parecía... Me había transforma­do en un personaje de ficción. En ese instante pensé que podría haber dejado que él viviera su vida, y vivir yo la mía.

Guardaste durante mucho tiempo la ropa de Hélène. Hasta que, un día, la tiraste a un contenedor. ¿Por qué?

Quería conservar los recuerdos, su olor... No necesariam­ente todo el resto. No deseaba que Hélène estuviera atrapada en un mausoleo, sino que creciera con nosotros. Construirl­e un altar significab­a alejarla. Pero me he quedado con algunos objetos que un día le daré a Melvil.

Ya ha cumplido los cinco. ¿Cómo está?

Bien, es un niño precioso. Le encanta la música, ¡aunque no tiene nada de oído! Últimament­e, está obsesionad­o con Lana Del Rey, y suelen gustarle Bruce Springstee­n y Bob Dylan. ¡Le ha influido mucho su padre! En verano me dijo que quería vivir en la costa.

¿Qué encuentras en él de Hélène?

Los ojos, la mirada. Es curioso, siempre está alerta. Eso era típico de Hèlene. Yo soy más frío y reflexivo, y él ha heredado la espontanei­dad de su madre.

¿Le hablas de ella?

Claro. Aunque creo que aún no le ha quedado clara la situación. Sabe que mamá está muerta, y uso intenciona­damente esa palabra con él; ni «fallecida» ni «ya no está». Porque no hay que tener miedo de decir las cosas como son. Sin embargo, no estoy seguro de que haya entendido que no volverá. Le has criado tú solo. ¿Fue difícil? Pensaba que la educación de un niño debía ser severa, justa y alegre. Pero no es así. He consultado a una psiquiatra infantil para ayudar a Melvil... Pregunto a todos y hago lo que puedo.

¿Te concedes el derecho al desenfado?

Sí, desde el principio. No imagines nubes de tristeza difusa en casa. Lloramos y reímos como cualquiera, según el momento.

¿Y el derecho de volver a amar?

Debo de ser egoísta, porque me lo concedí sin plantearme demasiadas preguntas, diciéndome que era lo normal. Si bien recordaba ese sentimient­o, ya no era capaz de amar, o quizás no quería hacerlo. Encontré a alguien, pero no supe darle lo suficiente.

Afirmas que has aprendido a convivir con tus fantasmas. ¿Cuáles son?

Mi padre, mi padre y, claro, Hélène. Quiero dejarles vivir. No deben ser figuras inmóviles, ni darme miedo. Ya sólo deseo que me acompañen.

«Escribí el primer libro y, luego, pasé a la ficción para protegerme de mis emociones, que eran muy devastador­as. He vuelto a ellas para cerrar aquel ciclo»

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