NICOLAS GHESQUIE´ RE El diseñador y su familia creativa.
Diseñador DE OTRA GALAXIA, el responsable de las colecciones femeninas de Louis Vuitton se reúne con su familia creativa y analiza su imparable carrera hacia la revolución de la industria.
Nicolas Guesquière (Comines, Francia, 1971) lleva seis años imaginando a la mujer para Louis Vuitton. Nos ha citado en el sofisticadísimo Bar Hemingway, en el hotel Ritz parisino (el mismo que tantas veces le ha servido como fuente de inspiración, al igual que el muelle Voltaire y el Pont-Neuf), para que conozcamos su universo estilístico, un privilegio que supone adentrarse en el corazón de su vida y acercarse (literalmente) a las personas a las que más quiere. Sí, cada uno de los aquí convocados forma parte del paisaje Guesquière. «Son el resumen de mi existencia», sintetiza. Se refiere a la icónica exmodelo Grace Coddington, a la que conoce desde hace más de dos décadas; a las actrices Jennifer Connelly, Alicia Vikander, Léa Seydoux, Stacy Martin, Marina Foïs y Ruth Negga, a la humorista Bae Doona, a los intérpretes Justin Theroux y Jaden Smith y al exfutbolista Hidetoshi Nakata. «Con todos la relación es transparente, natural, sin postureos», dice Nicolas de sus amigos, un elenco al que se ha sumado recientemente el artista Yoann Lemoine, alias Woodkid («acabo de descubrirlo; ¡mantenemos discusiones apasionantes sobre música!») y en el que no podían faltar dos de sus colaboradores más próximos. Uno de ellos es Florent Buonomano, su preciado brazo derecho, encargado de aportar (y organizar) un arsenal de ideas creativas que van desde la elaboración de las colecciones hasta la escenografía de los shows. «Empezamos a trabajar juntos cuando él tenía 19 años... y ya tiene 31». El segundo pilar es la redactora y asesora fashion Marie-Amélie Sauvé, con una intensa presencia en su carrera. «Necesito que haya una gran fidelidad –admite el diseñador–. La moda es una pasión devoradora, que te roba muchísimo tiempo. Afortunadamente, he conseguido rodearme de gente que me comprende, con la que comparto aquello que tanta felicidad me aporta». Por el Hemingway se han dejado caer sus colegas Natacha Ramsay-Levi, que ahora está al frente de la firma Chloé, y Julien Dossena, cerebro de Paco Rabanne. Ambos han sido discípulos de Ghesquière, pero Nicolas prefiere no atribuirse ni un gramo de su éxito y huye con humildad de la etiqueta de mentor. «Me cuesta dejar marchar a aquellos a los que quiero, aunque, obviamente, lo acepto –explica–. Ellos han crecido conmigo, pero yo también he evolucionado a su lado. Me he dado cuenta de que, de alguna manera, yo mismo soy capaz de construir una filiación creativa».
El maestro galo no tarda en evocar sus tiempos de juventud con Jean Paul Gaultier, una etapa que ha inspirado la propuesta de Louis Vuitton de cara a este invierno, de marcado acento ochentero. «No me quedé mucho tiempo y jugué un papel poco relevante en el taller de Jean Paul, pero lo reivindico porque estoy muy contento de haber pasado por su casa. Él es el fundador de un espíritu con el
que me identifico profundamente». Para Guesquière, los encuentros con compañeros de profesión como Ramsay-Levi y Dossena resultan esenciales: «Nos consultamos cosas unos a otros; hablamos de asuntos técnicos y estratégicos muy específicos (confieso que, a veces, de manera casi obsesiva), nos animamos, nos cuestionamos... También intercambiamos opiniones acerca de los peligros que se esconden tras las relaciones diplomáticas y políticas de la moda y el lujo. Diría que encontramos fascinante el juego de la competición: nos peleamos, nos reconciliamos..., siempre como si no existiese una distancia de seguridad –explica con énfasis–. Manejamos un lenguaje que nos pertenece a nosotros, y eso es algo que me llena de alegría. Me fijo en lo que han conquistado Natacha y Julien, en su manera de expresarse, de avanzar, de fraguarse su estilo, y siento verdadero orgullo. ¡Y aún no han hecho más que empezar a despegar! Ese es el gran desafío en Louis Vuitton: mantenerse despierto, vivo. En la casa existe una firme voluntad de compartir, de tender puentes para que no nos convirtamos en una especie de torre de marfil».
La comunicación no sólo importa de puertas afuera: fluye igualmente dentro del taller, un espacio en el que la conversación es constante. Se dialoga incluso con las modelos, una costumbre que entronca con la época dorada de Yves Saint Laurent o Azzedine Alaïa, cuando las maniquíes eran fieles a un único sello y participaban en toda la cultura alrededor de un diseñador. En Louis Vuitton están Ambra, de 21 años y descubierta por la maison hace tres; Oudey (22), con su propia marca de ropa masculina (Sainte Sévère); Klara (27), actriz y artista musical a punto de lanzar disco; Clémentine (20), estudiante de fotografía en la ciudad belga de Tournai; Mariam (21), alumna de ingeniería en la parisina Escuela Superior de Física y Química Industrial (por eso, entre los suyos se ha ganado el apodo cariñoso de Futura Madame Curie), y Krow (23), un canadiense en pleno proceso de transformación que acaba de contar en un documental la historia de su cambio de sexo, de mujer a hombre. «Los seis trabajan en exclusiva para nosotros. Son personas que me importan y a las que quiero apoyar, gente que crece a mi lado, que participa en mis creaciones. Me encanta verlos salir por ahí con el resto del equipo, estrechar lazos. Funcionamos como una especie de incubadora, estamos escribiendo juntos un relato precioso». Nicolas recuerda al milímetro su primer día en Louis Vuitton, seis años atrás. Qué sintió de camino a la oficina. Su entrada en el edificio. La reunión con Delphine Arnault, vicepresidenta ejecutiva de la compañía. «Sí, fue ella quien me eligió –subraya con tono y gesto de agradecimiento–. Hay una complicidad real entre nosotros. Llegamos casi al mismo tiempo a la firma, así que era una aventura para los dos. Hemos trabajado codo a codo para instalar nuevos códigos en nuestras piezas de piel, por ejemplo. Y compruebo que el esfuerzo ha merecido la pena cuando observo el éxito de bolsos como Twist, City Steamer y Dauphine. Espero que lo que quede al final sea un estilo, un carácter». Guesquière es un personaje clave en la historia de la enseña francesa, un proyecto emprendido en 1854 por un artesano (Louis Vuitton) atado a la funcionalidad y al
savoir-faire. Le emociona el hecho de que el fundador fuese un autodidacta (como él) empeñado en fabricar el baúl perfecto. «Para mí, la de esta casa es una historia que tiene que ver con el movimiento. De ahí es, precisamente, de donde nace mi inspiración. Siempre hay una idea subyacente de funcionalidad, un afán por producir un guardarropa global, un baúl universal. Y las prendas deben estar vinculadas a ese movimiento del que hablaba antes. Tradicionalmente, la firma plantea un armario en el que predomina lo clásico pero al que se le van añadiendo detalles híbridos y experimentales. Es el resultado de nuestros viajes en el tiempo, de la mezcla de diferentes épocas. Así es mi collage particular». Se aprecia en la colección que ha concebido de cara al próximo verano, una línea cuyo punto de arranque es la casa familiar de Louis Vuitton en Asnières, pocos kilómetros al noroeste de París, y que apuesta por el romanticismo, la fantasía y el refinamiento, con el radar puesto en la Belle Époque y salpicada de detalles que son puro art nouveau. «Esta es una marca fascinante y que mira en varias direcciones, por lo que resulta imprescindible saber moverse ahí dentro. Por un lado, la celebración del patrimonio de la enseña es una constante; por otro, existe una voluntad imparable de avanzar. Al final, se trata de imaginar viajes físicos y virtuales, de encontrar el equilibrio entre la fidelidad a las raíces y el carácter instintivo y visionario que nos ha llevado a ser una empresa atenta a la evolución del mundo y con capacidad para adaptarse. Somos como un inventor que se formula un montón de preguntas personales y que proporciona respuestas universales. Me fascina la idea».
Cuál es la máxima de Nicolas como profesional? No olvidar nunca que lo que ahora es intemporal fue en su momento novedoso. Esa filosofía está detrás del bolso Petite Malle, presentado en 2014, elevado a la categoría de clásico instantáneo y que supuso poner al día el icónico baúl del siglo XIX sin que este perdiese la forma, la lona Monogram, el cierre ni las piezas metálicas tan características de la maison. En definitiva, un éxito incuestionable que pone de manifiesto el noble papel del director artístico, que el propio Ghesquière define de la siguiente manera: «Se trata de descubrir cosas que se encuentran en las categorías de la estética y la emoción. Cuando logras unirlas, recibes la mejor de las recompensas». El hombre al frente del universo Louis Vuitton continúa en la brecha con el propósito de dejar impronta estilística. Aborda la misión de modo concienzudo, con una enorme capacidad de trabajo y con una imaginación abierta a cualquier fuente de inspiración. La aventura continúa. ■
No me gusta que me etiqueten como mentor de otros diseñadores: es verdad que algunos han crecido a mi lado, pero yo también he evolucionado junto a Y, aunque lo acepto, ellos. me cuesta mucho a aquellos dejar marchar a los que quiero