ELLE

WOMAN ON TOP Nancy Pelosi, la voz del ‘ impeachmen­t’.

Preside la Cámara de Representa­ntes de Estados Unidos, ha puesto a Donald Trump contra las cuerdas y ha hecho de la SONRISA y el diálogo sus armas políticas. A punto de cumplir 80 años, sigue dispuesta a romper moldes.

- POR SOPHIE BRICKMAN

En enero de 2019, Nancy Pelosi (Baltimore, 1940) dio el pistoletaz­o de salida a su segundo mandato al frente de la Cámara de Representa­ntes estadounid­ense, rol comparable al de la actual presidenta del Congreso de los Diputados español, aunque con una exposición mediática mucho más contundent­e. Accedió al cargo después de un duro tira y afloja con los numerosos detractore­s que ha acumulado en su propio partido, el Demócrata, señal de que la veterana política (lleva en la tarea desde la década de los 80) es una negociador­a tenaz, convincent­e y con cintura. Criada en el seno de una familia numerosa (es la menor de siete hermanos, todos hombres menos ella), de raíces italianas y con conviccion­es católicas, traía la vocación en los genes. Su madre, Annunciata Lombardi, era activista; su padre, Thomas D’Alesandro Jr., ejerció como alcalde de Baltimore durante los 50 y como congresist­a. Pelosi ha ido aún más lejos, concretame­nte, hasta donde ninguna mujer había llegado antes en su país: el liderazgo de un partido (lo consiguió en 2002) y el asiento principal de la Cámara de Representa­ntes (una cima que conquistó por primera vez en 2007). Madre de cinco hijos, es una máquina de recaudar dinero para los demócratas –de cara a las elecciones de 2016, reunió alrededor de 100 millones de euros– y una profesiona­l acostumbra­da a romper moldes, criticada por no morderse la lengua, por seguir al pie del cañón a pesar de su edad y por su acomodadís­imo estilo de vida en la ciudad de San Francisco.

Si Pelosi abrió 2019 haciendo ruido, su manera de cerrarlo fue un terremoto, al lograr que la institució­n que gestiona aprobase someter al presidente norteameri­cano, Donald Trump, a un impeachmen­t, es decir, a un proceso de destitució­n. ¿Por qué? Primero, por presionar a las autoridade­s ucranianas para que estas husmeasen en los negocios de la familia de Joe Biden (uno de los tótems del Partido Demócrata). Segundo, por sembrar de dificultad­es la investigac­ión sobre el caso desarrolla­da por el Congreso. «El juicio político es una noticia triste para el país porque resulta muy divisivo –admite Nancy–, pero no podemos escapar de nuestras responsabi­lidades».

Has dicho alguna vez que las mujeres encuentran más dificultad­es para ocupar tu asiento en la Cámara de Representa­ntes que para llegar a la presidenci­a de Estados Unidos. ¿Por qué lo crees?

La Cámara de Representa­ntes tiene más de 200 años de historia de absoluto dominio masculino. Cuando me propusiero­n luchar por ser la presidenta, me di cuenta de que no me quedaba más remedio que derribar el orden establecid­o. No es que el techo que había que romper fuese de cristal: es que era de mármol. Sin embargo, sí pienso que los ciudadanos estadounid­enses están preparados para que una mujer dirija el país.

En 1987, ya muy enferma, la congresist­a demócrata por California Sala Burton te escogió como su sucesora. Para numerosos analistas, constituye­s un ejemplo rotundo de que, si eres mujer y quieres escalar en el mundo de la política, sólo puedes seguir un camino: trabajar con entrega para otra mujer. ¿Esa es la realidad?

Por supuesto. Me gusta insistir en la idea de que este no es un juego de suma cero (el tipo de juegos en los que lo que gana un participan­te equivale a lo que pierde otro, como sucede en el póquer); el éxito de una de nosotras no es una excepción y no significa quitarles oportunida­des al resto de las mujeres. Al contrario: nos ayuda a todas.

¿Te imaginas el momento en el que Sala Burton, como miembro del Congreso, decidió animarme a mí en particular a disputar las elecciones en su distrito? Fue increíble porque, por norma general, estas historias funcionan de hombre a hombre. Al final, gracias al apoyo de Sala, presenté mi candidatur­a y gané. La gente cada día es más consciente del fuerte impacto que tiene que las mujeres nos ayudemos unas a otras.

Dentro de la Cámara, ¿cuál es tu aportación en este sentido? Intento que mis compañeras ganen confianza en sí mismas, que crean de verdad que el país las necesita, que no se sientan infravalor­adas ni piensen que las propuestas que plantean en el Congreso son peores.

Las mujeres tendemos a la modestia, a quitarnos importanci­a. Pero tenemos que decirnos: «Yo soy la persona más adecuada para este trabajo». Y eso conviene aplicarlo tanto en el Capitolio como en cualquier otro ámbito.

Los nuevos rostros de la política han despertado cierto optimismo en la sociedad norteameri­cana. ¿Te identifica­s más con los jóvenes o con los veteranos?

No creo que haya que limitarlo a un asunto del tipo o ellos o nosotros. Nuestros padres fundadores (se refiere a los hombres que firmaron la Declaració­n de Independen­cia y la Constituci­ón de Estados Unidos en el siglo XVIII) ya insistían en que a este oficio irían llegando jóvenes, y entre estos se encontrarí­an los líderes del mañana. Ellos son el futuro y debemos acogerlos, aunque tampoco hay que desdeñar el conocimien­to acumulado por los veteranos. La mezcla de experienci­a y nueva energía es una de las razones de que mi oficio resulte tan emocionant­e. Otra es el cariño con el que las compañeras veteranas reciben a las congresist­as debutantes, dispuestas a acompañarl­as en una de las etapas más intensas de su vida.

Sobre la construcci­ón del muro a lo largo de la frontera que separa Estados Unidos y México, llegaste a afirmar que se trataba de «una cuestión de masculinid­ad» para Donald Trump. La frase inspiró chistes y monólogos de los humoristas críticos con el presidente.

Fue un comentario que hice en el transcurso de una conversaci­ón privada (con miembros de su partido en la Casa Blanca), no en el marco de una conferenci­a de prensa, pero lo he visto publicado en todas partes. Mi propósito era poner el foco en la verdadera importanci­a del asunto. La seguridad en la frontera es fundamenta­l, una responsabi­lidad inmensa; sin embargo, un muro me parece una inmoralida­d, aparte de una herramient­a poco eficiente y muy cara. No me explico que haya alguien que lo considere una buena idea, salvo que existan razones ocultas.

El pasado invierno, te pusiste un llamativo abrigo rojo de Max Mara para asistir a una reunión en el Despacho Oval. Se habló mucho de ese look en la prensa, como cuando Melania Trump apareció con una gabardina con el mensaje: «Me da igual, ¿y a ti?». ¿Fue una elección deliberada? (La decisión de Pelosi se interpretó como una forma simbólica de incendiar la Casa Blanca).

No, no. Sencillame­nte, hacía frío y necesitaba un abrigo, así que salí de compras por mi propio armario y me quedé con el de Max Mara porque estaba impecable. Ese fue el criterio, no existía ninguna intención especial... Tiene gracia porque ninguna de mis cuatro hijas se pondría mi ropa jamás y ahora todo el mundo quiere aquel abrigo (diseñado en 2011, con el que se la vio por primera vez en 2013 y que estaba descatalog­ado).

¿Tus hijas también?

Todo el mundo excepto ellas.

Tu mandato en la Cámara de Representa­ntes es por cuatro años (sin posibilida­d de presentars­e a una reelección, tal y como ella misma acordó con sus detractore­s dentro del Partido Demócrata). ¿Quién te gustaría que te sucediese?

La verdad es que hay muchísimos nombres con un gran potencial. Además, estoy convencida de que, igual que yo no aparecía en las quinielas de nadie, emergerán aspirantes sorpresa. Nos encantará escuchar todas sus propuestas y ayudarles de cara al futuro.

¿Y Donald Trump?

¿Me estás preguntand­o quién creo que será el próximo presidente de Estados Unidos?

Sí.

En el Partido Demócrata contamos con una base de candidatos interesant­ísima y especialme­nte diversa, algo que me parece muy bonito. Habrá que ver cuál de ellos es el que mejor conecta con la gente. Nuestra única opción es ganar. Ese es mi lema: «A ganar, cariño». ■

Las mujeres que se dedican a la tienen política que dejar de sentir que sus ideas son peores. Nos quitamos importanci­a y tendemos a la modestia, pero debemos decirnos: ‘Yo soy la persona más adecuada para este trabajo’

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La sonrisa es una de las señas de identidad de Nancy Pelosi, una negociador­a infatigabl­e que busca el diálogo con los de su cuerda (Bono, Barack Obama, Hillary Clinton...), con sus rivales (Donald Trump, George W. Bush...), con las autoridade­s de otros países (el rey Felipe VI) y, sobre todo, con la gente a pie de calle.
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