OBJETIVO BIRMANIA Navega hacia al paraíso de Mandalay por las aguas del río Irawadi.
Remontando el río Irawadi, te adentrarás en un mundo de pagodas, CIUDADES MILENARIAS y olores fascinantes. Sal en busca del camino hacia la legendaria Mandalay.
Puerta de entrada a Birmania desde que los británicos decidieron convertirla en la capital de su colonia a mediados del siglo XIX (luego lo fue del país, hasta 2005), Rangún supone una anomalía asiática: casi sin rascacielos, pero llena de anchas avenidas, edificios coloniales y mansiones ajardinadas, entre las que despuntan los dorados pináculos de las pagodas. Como si volvieras a los tiempos del Imperio, su peculiar mezcla de lo occidental y lo oriental te servirá, cuando desembarques en este rincón del Índico, para ir aclimatándote poco a poco a las maravillas de la región antes de poner rumbo a su indómito interior. Para ello, alójate en el hotel Belmond Governor’s Residence (belmond.com), que ocupa un espectacular palacio histórico de madera de teca que, en otro tiempo, fue, como su nombre sugiere, la casa de los gobernadores. Allí, además, estarás a dos pasos del templo más famoso y sagrado del país, el núcleo en torno al cual creció esta metrópoli de seis millones de habitantes: Schwedagon. Una vez que
LA CIUDAD DE LOS TEMPLOS DE BAGAN CUENTA CON 3.000 SANTUARIOS, LEVANTADOS TODOS EN APENAS 230 AÑOS
hayas admirado la artesanía local en el mercado de Aung San, degustado las exquisiteces que se venden en las calles de su Chinatown y paseado sin prisas por The Strand (sí, con este nombre tan londinense se conoce a la avenida que corre junto al río Yangon), elige uno de los cruceros que parten de sus muelles y que, pasando por el canal de Twante, suben por el mítico Irawadi, como el de la compañía escocesa Pandaw (pandaw.com). Esta carretera líquida, que recorre Birmania de arriba abajo y vertebra el territorio a lo largo de sus 2.170 kilómetros, siempre ha sido la mejor manera de acercarse a las fastuosas y enigmáticas ciudades del norte. No en vano, Rudyard Kipling lo llamó en uno de sus poemas el camino de Mandalay. Nombres con sabor a aventura, como este o como Pyay, Magway y Bagan, salpican el mapa y excitan la
imaginación del viajero. Pero la primera parada en la ruta es Danubyu, a unos 100 kilómetros de Rangún. Este pueblo ribereño no sólo te permitirá saborear el apacible ritmo de la región del delta, con sus interminables campos de arroz; su monasterio budista es de lo más singular, pues se construyó en estilo colonial, y combina las líneas clásicas de la arquitectura victoriana con la vegetación exuberante que, tan a menudo, irrumpe sin freno en los recintos sagrados del sudeste asiático. «Para ser considerado un verdadero creyente, todo hombre debe vestir, al menos una vez, la toga púrpura de monje; unos pocos días de retiro espiritual no te cambian la vida, aunque sí aportan buen karma para la siguiente», cuenta el guía entre los pabellones de piedra y madera, donde aún vive un centenar de religiosos dedicados a meditar y enseñar a los niños los textos místicos. La segunda singladura del viaje te llevará otros 200 kilómetros río arriba, pasando junto a los acantilados de Akauk Taung, tallados con impresionantes figuras de Buda, hasta que, tras doblar un recodo, veas los reflejos dorados de la pagoda Shwesandaw de Pyay. Esta localidad, aún soslayada por el turismo, te enamorará con su mezcla de espiritualidad (es uno de los mayores centros de peregrinación del país), apertura e historia. De hecho, las cercanas ruinas de Sri Ksetra fueron en otro tiempo una de las ciudades estado de la antigua
EL LACADO ES EN BIRMANIA UNA TÉCNICA MILENARIA. EN BAGAN HAY UN MUSEO DEDICADO A LA ARTESANÍA CON ESTE ACABADO
CON SEIS MILLONES DE HABITANTES, RANGÚN ES UNA RAREZA EN ASIA: SIN RASCACIELOS Y LLENA DE MANSIONES DE LA ERA COLONIAL
civilización Pyu y, en 2014, se convirtieron en el primer lugar de Birmania en entrar en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco.
Y, por fin, después de navegar bajo el fotogénico puente de Magwe (de casi tres kilómetros de largo), y quizá de hacer una parada técnica para comprar en su animado mercado, llegarás a Bagan. La ciudad de los templos, la joya por antonomasia del país, comparable por su importancia a Angkor, en Camboya, acaba de ser nombrada también Patrimonio de la Humanidad, así que no tardará en transformarse en imán turístico de primer orden. Antes de que eso suceda, cuando todavía resiste relativamente intacta, resérvate dos o tres días para deambular entre sus más
de 3.000 estupas, monasterios y santuarios de ladrillo y caliza. Se levantaron, además, en un único frenesí artístico que duró 230 años, entre los siglos XI y XIII. Nunca podrás visitar la totalidad, pero alquila una bicicleta o un coche con conductor para tratar de no perderte Ananda, con su sinfonía de frescos y estatuas de piedra, ni la pagoda de Shwesandaw, la precursora de todas las del país; ni tampoco Dhammayangyi, de color sangre y macabras leyendas. Y, al atardecer, escala las cinco terrazas de Shwesandaw para disfrutar del gran espectáculo que forma el sol al incendiar las piedras de rojo. Completa la experiencia volando en un globo a la mañana siguiente, para ver desde el cielo la llanura y, luego, visita el Museo Arqueológico, en el que aprender sobre los constructores de pagodas. Por fin, cuando estés preparada para despedirte de esta maravilla, recógete en el restaurante Sunset Garden, en New Bagan, y pídete un cóctel y uno de sus sabrosos platos birmanos. Este local te invita a ver otro ocaso de película –esta vez, sobre el Irawadi, mientras las barcas de los pescadores lo atraviesan en silencio– y a pensar, mientras miras hacia el norte, de donde bajan sus aguas tranquilas y turbias de historia, que aún queda mucho camino para próximas exploraciones; mucho camino a Mandalay, donde, según Kipling, juegan los peces voladores. ■
EL RÍO IRAWADI HA SIDO SIEMPRE EL CORAZÓN DEL PAÍS, QUE RECORRE DE NORTE A SUR A LO LARGO DE UNOS 2.200 KILÓMETROS