La otra cara de Sienna Miller
Le ha ganado la partida a la prensa amarilla y ha reconducido una carrera como actriz que parecía a punto de descarrilar. Tras la tormenta, nos enseña en Nueva York SU VERDADERA CARA.
ienna Miller (Nueva York, 1981) le da un trago a su segundo Aperol Spritz y me pide que le enseñe mi cuenta de Tinder. Dice que es muy buena afinando los perfiles de sus amigos, así que, después de unos segundos de máxima concentración en el mío, sonríe con satisfacción: «Sí, podría encontrarte un novio». Desde luego, no es lo que uno espera al entrevistar a una
celebrity. La actriz se muestra tranquila, a gusto, algo impensable hace 15 años, cuando los tabloides se cebaron con ella y la redujeron a la condición de it girl con una vida sentimental agitada y estilismos
boho. La que tengo delante es la Miller de verdad, la misma que ha resistido el latigazo de la popularidad. Y consigue que te contagies de su relajado estado de ánimo. «La fama tiene cosas buenas y cosas malas», admite, mientras moldea bolitas de papel y las hace rodar sobre la mesa que compartimos en el Cafe Cluny, en el West Village neoyorquino. «Sería ridículo negar los aspectos positivos –continúa–. En su momento, disfruté de experiencias divertidísimas y superemocionantes, de situaciones que eran un sueño cumplido, como conocer a Keith Richards y Mick Jagger. Pero todo aquello fue demasiado para mí, no me compensaba». Ahora, conquistado el equilibrio, cultiva un perfil moderado: es una estrella lo suficientemente brillante como para colarse con su hija, Marlowe (7), en el
backstage de un concierto de Taylor Swift y lo suficientemente discreta como para no ir saltando de portada en portada. «Según Marlowe, no soy famosa famosa. Su idea de la fama es algo en plan Ariana Grande». Después de los elogios recibidos por su trabajo en la cinta indie American Woman, Miller estrena Manhattan sin salida (en cartel, a partir del 21 de febrero), una frenética película de acción en la que encarna a la agente de policía Frankie Burns. También la veremos –esta vez, en el rol de una madre primeriza– en Wander Darkly (aún sin fecha), que apunta a dramón. «Actuar consiste en metamorfosearse, en desaparecer dentro de tu papel. Me niego a hacer de mí misma en un film», afirma rotunda, abriendo mucho unos ojos intensamente azules. Sienna posee un talento mayúsculo, y lo ha demostrado desde el principio. Fue lo mejor de su propio debut en una gran producción –la mediocre y (muy) machista Alfie–, deslumbró en la piel de Edie Sedgwick en Factory Girl y destacó como secundaria en El francotirador y en la aclamada Foxcatcher. Sin embargo, siempre se le ha prestado mayor atención a su imagen que a su profesionalidad, algo que, por suerte, está cambiando. «Primero se me trató como a la novie de y, luego, como a una fashionista. Socialmente, parecen conceptos incompatibles con actuar bien. Yo me siento orgullosa de mis primeros pasos en la industria del cine, pero la mía ha sido una carrera de obstáculos para convencer a la gente de que iba en serio». Lo cierto es que, objetivamente, la actriz llama la atención. Su historia encaja al milímetro con el tópico de la belleza como hándicap, del demasiado guapa para triunfar. Miller coincide conmigo. Con tono de broma, me felicita por ser un hombre, por no estar sometido a la presión de la edad y la madurez, factores que, en su caso, han acentuado su atractivo natural.
Hoy, al encanto de Sienna se le suman los efectos de haber pasado unos días de vacaciones bajo el sol de la Toscana: el pelo de color trigo, la piel dorada, el rostro salpicado de pecas. Me recuerda a Stevie Nicks y a Cheryl Tiegs cuando eran jóvenes. Reside a tiro de piedra del Cafe Cluny, en un apartamento de tres plantas, aunque su intención es trasladarse a Brooklyn y ganar más espacio para su familia. Asegura que lleva una vida corriente y rutinaria, la típica de cualquier mamá de Nueva York: se despierta temprano, saca a su perro (Tennessee), le da de comer a la gata (Eve), se toma un tazón de cereales con Marlowe y prepara tortitas o huevos revueltos. Todo eso ocurre antes de las ocho y cuarto de la mañana, hora a la que pone rumbo al colegio con su hija.
Marlowe es fruto de su relación con el actor inglés Tom Sturridge. Ya no están juntos, pero se han volcado en compartir el cuidado de la pequeña, hasta el punto de que Tom pasa noches en el apartamento de su ex en el West Village. «De hecho, ahora mismo está allí. Y se queda a dormir –subraya Miller–. Nos hemos organizado de una forma poco convencional, sin rigidez, y la cosa funciona». Tras la ruptura con Sturridge (fueron pareja entre 2011 y 2015), la intérprete decidió seguir adelante sola. «Por primera vez en mi vida, fui soltera. Recuerdo aquellos meses como un periodo realmente agradable, porque me encanta estar conmigo misma, ser independiente. Me daba pereza salir con alguien. Tuve un par de citas, pero...». Hasta que entró en escena Lucas
Me enamoré de un hombre famoso en el momento equivocado. Se me trató como a ‘la novia de’ y como a una ‘fashionista’. No pude demostrar que iba en serio en mi trabajo. Fue muy duro
Me riñó como un padre. Me dijo: ‘Se acabaron las fiestas’. Y salió dando un portazo. Rompí a llorar. Entonces, Harvey Weinstein volvió a entrar y me soltó: ‘Lo hago porque estoy orgulloso de ti’. Y se marchó con otro portazo
Zwirner, hijo de un poderoso galerista y al que conoció en una muestra en torno a la figura de la fotógrafa Diane Arbus. «¡No es actor! ¡Ni famoso!», celebra con sentido del humor y con un puntito de orgullo. Se refiere a él como «aquel que no debe ser nombrado» y opta por no profundizar en materia amorosa, prueba de las tablas que ha ganado después de tanto tiempo en el ojo del huracán a cuenta de su historial romántico.
Obviamente, Sienna sigue siendo un caramelo para los paparazzi. Sin embargo, la exposición a la que está sometida no es comparable al acoso de unos años atrás. Se nota en la manera que tiene la neoyorquina de hablar de la situación: «Me irrita saber que están a mi alrededor con sus cámaras cuando llevo a mi hija al colegio, pero creo que ahora son más... No sé, no quiero decir respetuosos, porque su oficio consiste en no respetar a la gente, pero sí es verdad que ya no están delante de nuestras narices. Trato de ignorarlos». ¿Y a Marlowe le gusta el revuelo? «Tampoco, aunque, cuando vamos por la calle y alguien me dedica un comentario agradable, noto que se hincha un poco, en plan: “¡Hey, esa es mi mami!”».
Hija de una profesora de yoga y de un exbanquero metido a comerciante de arte (que más tarde se casaría con la diseñadora de interiores Kelly Hoppen), Miller se crio entre Londres y los condados ingleses de Wiltshire y Berkshire. Interna en un colegio en la pequeña ciudad de Ascot, sintió la vocación creativa muy temprano. «Era una niña rebelde y rara. Recuerdo que me compré dos pares de zapatillas: unas, de charol rojo; las otras, verde lima. Iba por ahí con una de distinto color en cada pie, con el pelo teñido de rosa... La idea de llevar una vida arty y bohemia me atraía un montón». Por desgracia, antes de que el público pudiese constatar su talento, fue presentada en socidad desde la agresiva perspectiva de los tabloides. Corría 2003 y Sienna tenía veintipocos, estaba dando sus primeros pasos en la industria y había empezado a salir con Jude Law, en la cresta de la ola y recién divorciado. Su noviazgo fue procesado con la picadora de carne por la prensa sensacionalista. «Me enamoré de un hombre muy famoso en el momento equivocado. Recuerdo aquello como una etapa alucinante, pero habría sido mejor que hubiese ocurrido después de darme a conocer por mi trabajo. Fue duro que la gente no viese quién soy de verdad».
En los primeros compases del siglo XXI, eran numerosas las celebs veinteañeras aplastadas a diario y sin piedad por los medios. Los tropiezos, las relaciones y las juergas de Britney Spears, Lindsay Lohan o Amy Winehouse se vendían como noticias explosivas. Y Miller era un objetivo perfecto: guapa, estilosa y con ganas de pasárselo bien. Sorprendentemente, en contraste con otras muchas famosas, sobrevivió al bombardeo. «Te hacen fotos a la salida de un bar. Eres joven y has bebido un montón, no tiene nada de raro. No estaba preparada para asimilar aquello, la vida era caótica y me faltaba asesoramiento. Eso sí, en el set me comportaba como una profesional, no como una gilipollas». El panorama alcanzó un punto delirante en 2011, cuando la actriz demandó al periódico The News of the World por hackearle el móvil para acceder a sus conversaciones telefónicas. «Se estaban publicando informaciones que no podían provenir de otro sitio. Viví inmersa en una paranoia agobiante». Al final, Sienna ganó el caso y recibió una indemnización de 100.000 libras y una disculpa por parte del tabloide (que desapareció poco después).
Miller también ha conocido el lado oscuro de Harvey Weinstein, aunque asegura que jamás la acosó ni abusó de ella sexualmente. «Era el productor de Factory Girl; un día me llamó a su despacho, me ordenó que me sentase y se quedó de pie para reñirme. Me dijo: “Se acabaron las fiestas”. Después de su sermón paternalista, se fue dando un portazo. Rompí a llorar. Entonces, volvió a entrar y me soltó: “Esto lo hago porque estoy orgulloso de ti, joder”. Y se marchó, de nuevo, con un portazo». En aquel momento, la actriz pensó que lo que había ocurrido era normal, que las mujeres debían sufrir experiencias semejantes. De ahí que considere «esenciales» los movimientos Time’s Up y #MeToo.
Para Sienna, resulta inspirador el caso de algunas actrices inglesas (ella posee la nacionalidad británica) que han llegado a la cima en la madurez, cumplidos los 70 o incluso los 80. Como Vanessa Redgrave, Judi Dench, Helen Mirren, Maggie Smith o Glenda Jackson. «Son estrellas que no han dejado de brillar pero que han llevado vidas normales. En cambio, yo he sido increíblemente famosa y no me encontrado a gusto. No lo soporto, se me da fatal». De aquí en adelante, quiere seguir escogiendo los papeles que le interesen y que le ayuden a ser mejor en su trabajo y sumarse a proyectos que no interfieran con el cuidado de Marlowe. «Aunque podría haber apostado por un camino directo a la gloria en el cine, prefiero quedarme con las otras cosas que me enriquecen. He dejado de necesitar la constante aprobación de los demás. Creo que la gente que quiero que me respete ya me respeta. Esta soy yo, una madre con una carrera –admite con una mezcla de alivio y satisfacción, consciente de que el final podría no haber sido tan feliz–. Miro atrás y me alucina haber sido capaz de capear así el temporal». ■