ELLE

AINHOA ARTETA

Tras 30 años subida a los escenarios, la soprano se reencuentr­a con las canciones latinoamer­icanas que forman parte del imaginario de su infancia. Elegante, sincera y agradecida, ella es LA VOZ de la lírica.

- POR PALOMA LUBILLO. FOTOS: JAVIER LÓPEZ. REALIZACIÓ­N: BÁRBARA GARRALDA

El corazón y los miedos de la gran soprano.

Ainhoa Arteta (Tolosa, Guipúzcoa, 1964) se presenta con la melena recogida en una coleta diminuta y con flequillo y la raya marcada a un lado. El efecto es como si llevara el pelo corto, algo a lo que admite que «nunca» se ha atrevido» pero que, ahora, después de verse en el espejo, no descarta. Tiene una mirada intensa, de esas que aceleran el pulso. «Cuando me levanto, mis ojos no son así», dice, y le agradece su trabajo a la maquillado­ra, Paula Soroa. La soprano cumple 30 años subida a los escenarios de todo el mundo, celebra su nuevo disco, La otra orilla,y

afronta una gira de boleros que arranca el

26 de abril en Bilbao y que ya tiene confirmado­s conciertos en Granada (8 de mayo) y Sevilla (9 de mayo). Baja del cielo lírico para reencontra­rse con la banda sonora de su infancia, con las canciones latinoamer­icanas que cantaba con su madre y que hoy le siguen llevando a la emoción. Así homenajea a la mujer que le dio la vida y la posibilida­d de interpreta­r el idioma que compusiero­n los genios. Rescatas las canciones latinoamer­icanas de toda la vida que le oías cantar a tu madre, a la que rindes homenaje en La otra orilla. ¿Cómo surgió la idea?

Todo empezó hace 12 años, cuando murió mi madre. Me quedé huérfana de la música que escuchaba en mi casa y que cantaba con ella. Me di cuenta de que me hacía falta grabar todo aquello. Ese fue el génesis del disco La vida.

Después edité otros más anglosajon­es, pero necesitaba cerrar el círculo. Y, sobre todo, quería grabar Devuélveme el rosario de mi madre. Hace un año el compositor Javier Limón y yo decidimos lanzarnos. El álbum se llama La otra orilla porque, mientras trabajábam­os en él, tomé conciencia de lo mucho que le ha aportado la otra orilla

a nuestra cultura, la hispana. Se originó aquí, pero cruzó el Atlántico, y de ahí es de donde vienen todos estos temas, que han formado y forman parte de la banda sonora de muchísima gente en nuestro país.

¿Cómo vives este cambio de registro?

Aunque no había grabado estas canciones, siempre las he interpreta­do en casa, con lo que el proceso ha sido muy natural. Tengo que agradecer una voz de enorme versatilid­ad, y técnicamen­te me encuentro en una etapa en la que ya está casi todo resuelto. Para mí es fácil cambiar de registro, modificar mi voz sin estropearl­a y sin que eso afecte a mi carrera, que es la lírica. Es una cualidad que me abre un abanico amplísimo de posibilida­des para disfrutar de la música no sólo en el terreno de lo clásico, sino también en el del jazz y el pop, por ejemplo. Me rechifla cantar, sea en el género que sea.

Eduardo Galeano escribió: «Recordar: del latín re-cordis,

volver a pasar por el corazón». Tu disco, de algún modo, implica el recuerdo. ¿Qué significa volver a la infancia? La vida fue un trabajo más nostálgico; aquí recupero la alegría y la energía de mi madre. La otra orilla es el reflejo de esa infancia en la que yo fui muy feliz, sobre todo, en las reuniones familiares, que siempre terminábam­os cantando porque entre nosotros había muchos músicos naturales. Un tío mío hacía maravillas con cucharilla­s y llevaba el ritmo. ¡Nos divertíamo­s un montón!

¿Quién es mejor musa, el amor o el dolor? ¿Dónde nacen las canciones?

Buf... En el dolor te creces, hace que salga de ti algo que luego se convierte en amor de verdad, no en el empalagoso, que para mí es ridículo. El dolor provoca que aprecies el amor sincero, el amor real. Ha dado grandísima­s canciones, pero creo que detrás de cualquier dolor se esconde un gran amor.

Las que recuperas en La otra orilla son canciones que, en su momento, poseían cierto aliento de protesta. ¿Por qué has decidido sacarlas justo ahora? Primero, porque yo sentía esa necesidad de cerrar un círculo. Pero también son canciones que siempre me han gustado mucho: no se cantan, se cuentan, y últimament­e estamos acostumbra­dos a textos que no son de gran calidad. Estas canciones cuentan algo, cuentan una historia. Lo que me gusta del carácter cubano es que convierten canciones de dolor en canciones de ritmo y de alegría. No he conocido ninguna otra cultura que les cante al dolor y al desamor con tanto ritmo. Sí, hay una parte de dolor, pero otra de no hay que llorar, que la vida es un carnaval y las penas se van cantando. Es esa especie de filosofía de no anclarse en el dolor, de no estar todo el día sufriendo.

El dolor hace que te crezcas, que salga de ti algo que luego se convierte en amor de verdad. Consigue que aprecies el amor sincero. Ha dado grandísima­s canciones, pero creo que detrás de cualquier dolor hay un gran amor

Estamos en un momento de cambios en el que, además, las mujeres parecen haber alzado la voz definitiva­mente. ¿Cómo se perciben estas canciones en la actualidad? Para mí, tienen una filosofía muy real y que ayuda en gran medida. Pero depende de quien las escuche. Las canciones están ahí: puede escucharla­s alguien que no percibe nada o alguien que percibe muchísimo.

¿El arte es necesariam­ente transforma­dor?

Claro, y debe evoluciona­r. Y también tiene que ser libre, porque al arte no se le pueden poner puertas ni ventanas.

Te iba a preguntar si piensas que tiene fronteras... ¡No, no! No sabe ni de fronteras, ni de políticas, ni de religiones ni de nada de eso. El arte es universal y, gracias a Dios, existe. Es algo que nos hace crecer como seres humanos. He leído que dices que a las mujeres se nos ha educado para seguir al hombre, pero tú te has alejado de ese camino. ¿Qué es lo que te ha ayudado a conseguirl­o?

Quizá el no ser transigent­e con muchas imposicion­es de esa educación (quizá también por eso haya pasado por cuatro matrimonio­s). No sé, tal vez haya influido que me marchase de casa a los 18 años de edad y tuviera que buscarme la vida yo sola. Transijo muy poco con las imposicion­es del tipo porque lo digo yo.

Soy bastante libre en ese sentido, pero no sólo con los hombres: con la sociedad en general. Siempre digo lo que opino. Con respeto y corrección. No soporto que alguien me venga con cómo tengo que pensar.

¿Crees que el amor es eterno?

¡Por supuesto! Y no hablo del amor de pareja. Es que es un grandísimo motor en esta vida. El amor en sí es eterno. El día que deje de serlo, mal iremos.

¿Se le puede plantar cara a la vida a través de la música?

Totalmente. Además, es una vía de escape impresiona­nte. En mi caso, estoy interpreta­ndo música de auténticos genios. Va más allá de lo humano. Y, cuando estás en esa dimensión, te das cuenta de que verdaderam­ente las cosas terrenales son demasiado banales para lo que estás haciendo en ese momento. Te dejas llevar y la música te transporta a otro nivel. Yo, que soy creyente, siento que estoy tocando la mano de Dios.

Eres vasca de 30 apellidos vascos, pero antes eres española. ¿Nos construye la identidad nacional? Puntualizo: soy europea, y, como soy europea, soy española y soy vasca. Todo forma parte de mí y de mi ser. Creo que Europa es donde más culturas existen y coexisten. Uno de los pasos más inteligent­es que hemos dado ha sido crear Europa y tratar de unificarla. Entiendo que eso es lo que debemos hacer los seres humanos: estar unidos sin perder nuestra identidad.

¿Sientes responsabi­lidad por ser un personaje público?

No tengo que ser una influencia para nada. Creo en la música y me debo a ella. Lo único que puedo ser es un ejemplo de alguien que hace su trabajo bien y que intenta plasmar lo que compusiero­n esos grandes genios. No pretendo dar lecciones ni clases.

Ocurre una cosa al oírte cantar: es como si algo se metiera dentro del que te escucha, como si tu alma entrara en cada uno de nosotros, como si atravesara nuestros cuerpos... Es que a mí la música me atraviesa el cuerpo cuando canto. Por eso siempre digo que cantar es un ejercicio muy necesario, que debe practicarl­o todo el mundo. Siento que lo hago con el alma, no con el corazón: sale del alma. Es un vehículo muy, muy poderoso. De ahí que me gusten los conciertos sin micrófono, a viva voz.

¿Qué tiene la voz natural que no tenga el micrófono?

¡Las vibracione­s! Cuando canto en vivo, salen de mi cuerpo y de mi alma y se juntan con las del público. La voz es el único instrument­o vivo y, para que se active, tenemos que activar todo el cuerpo. También de una manera emocional que se traduce en algo físico. Y eso se nota. Mi intención es que el público pueda sentir lo que siento yo cuando estoy cantando. ■

«Soy una mujer bastante libre con todo. Siempre digo lo que opino, con respeto y corrección, y no soporto que alguien me venga con cómo tengo que pensar»

 ??  ?? Vestido de Chiara Boni y abrigo de Dsquared2.
Vestido de Chiara Boni y abrigo de Dsquared2.
 ??  ??
 ??  ?? Jersey de Mirto. En la otra página, chaqueta de Tot-Hom, camisa de Mirto, pantalones de Bimani, salones de Manolo Blahnik y aros de Irama Pradera.
Jersey de Mirto. En la otra página, chaqueta de Tot-Hom, camisa de Mirto, pantalones de Bimani, salones de Manolo Blahnik y aros de Irama Pradera.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain