ELLE

A tu manera

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Los libros largos tienen mala prensa. Intento no plantear aquí novelas muy extensas porque entiendo que es una barrera para algunas personas. No todos disponemos del tiempo ni de la concentrac­ión para tragarnos las nueve horas que, según mi ebook, cuesta leerse Las chicas de campo, de Edna O’Brien. Pero aquí va una trilogía como propuesta para el siguiente club. No te asustes, tengo un plan. Puedes leerla entera o elegir una de sus tres partes: rondan las 230 páginas cada una, algo asumible y digerible por una mayoría, ya que funcionan de manera independie­nte. Quizá quieras empezar por el principio, que es una cosa bastante lógica. Por la historia de Kate y Baba, dos niñas amigas en un pueblo irlandés de los años 50, católico, cerrado y machista. Kate, tímida y apocada, con una madre aún más apocada y un padre muy borracho. Baba, tan espabilada y lianta que querrías estrangula­rla a ratos. Podrías ir con ellas a un convento y pasar los años oscuros y fríos a su lado.

Pero imagina que prefieres saltarte ese principio porque a ti las cosas por la mitad te funcionan. Y, entonces, arrancas por La chica de los ojos verdes. Y vives con Kate y Baba su descubrimi­ento de Dublín, ¡la gran ciudad! Y el de los hombres, la ropa interior negra, el sexo y la libertad. Con lo bueno y lo malo que implican esas palabras. Aunque igual eres de esas que comienzan el periódico por la contra. Entonces, anda, anímate, prueba con Chicas felizmente casadas, el tercero de la trilogía, donde la narradora es Baba, con su peculiar humor: «Lo único que aquel hombre hacía en invierno –el jardinero– era quitar nieve para que metiésemos y sacásemos el Jaguar y pudiéramos remontar borrachos los peldaños de la entrada sin peligro de caídas».

El campo y la ciudad, el amor romántico y el interesado, la candidez y el cinismo... Tres libros que recomiendo de principio a fin. Eso sí, si tuviera que elegir, sin lugar a dudas, me quedaría con Baba: «Y no me vengáis con eso de quien mal anda mal acaba, porque estoy de acuerdo, pero también os digo que hay quien anda bien y acaba fatal. Todo es producto del azar, y ahí están nuestras vidas para demostrarl­o».

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