ELLE

Agradecida

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AElvira Lindo le debo muchas cosas de las que ella, por supuesto, no tiene ni idea. Le debo Carabanche­l como lugar mítico, a Vivian Gornick y a Elizabeth Strout. Reírme en mitad de los atascos al escucharla en la radio y domingos de periódico con el vermú. Le debo tintos de verano, y ahora también le debo unas preciosas horas junto a sus padres. Gracias a su novela A corazón abierto he podido colarme en su salón de Moratalaz en la España de los años 70. En las reuniones del partido comunista y en los juegos de los poblados nómadas que se construían a la orilla de las obras de Dragados. En su colegio de Palma de Mallorca y en su coche cruzando España junto a sus hermanos haciendo parada en todas las cunetas para vomitar. Le debo conocer la historia de sus padres. «Entonces se querían. Con el peligroso amor de los desiguales. Ella lo quería por encima de su vida, de todos nosotros. Toleraba su delirio y arbitrarie­dad. Papá cerraba la puerta del cuarto con llave por las noches y yo me quedaba llamando sin que nadie me contestara, sin entender que me dieran la espalda, hasta que al rato, aburrida, dolida, me volvía a la cama».

Le debo muchas risas: «A mí me gustaría casarme con Mark Spitz en cuanto me sea posible, pero no se lo he dicho a mi padre, porque él se opondría, él siempre me dice que yo tengo que quedarme soltera y ser su secretaria. Me presionan mucho». E incluso el atreverme a poner exactament­e este párrafo a pesar de que en un primer momento lo descarté por políticame­nte incorrecto: «Fue una época espiritual que atravesé, animada por el cura del colegio don Felicísimo [...]. Me había parecido un tío majo, pero un día le pregunté en clase si no sería mejor que esperáramo­s a hacernos adultos para decidir si queríamos bautizarno­s o no y me dio una hostia como una catedral. No me lo esperaba, la verdad. Tenía que haber hecho caso de mi padre, que siempre dice que los curas, cuanto más lejos, mejor. Pensé, va a volver a escucharte tu madre, subnormal».

A Elvira también le debo una cosa para mí aún más importante. Le debo creer que hay un hueco para el sentido del humor en el periodismo, en la opinión y en la literatura. Y siendo mujer. Eso sí que ha tenido que ser difícil.

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