ELLE

JORGE GALINDO

El artista español ha hecho del color su fiel escudero, del mundo su fuente de inspiració­n y de las FLORES, vibrantes y libres, la celebració­n de su próxima ‘expo’ y un espacio donde refugiarse.

- POR CLAUDIA SÁIZ. FOTOS: JUAN GALINDO

Cuando la felicidad está en pintar flores.

Me considero un coleccioni­sta voraz. Aprendo de lo que encuentro en los márgenes de lo que busco. La curiosidad es un motor que te lleva a lugares insospecha­dos

Yo empecé a pintar siendo muy pequeño. Un día que me aburría en casa, me senté a dibujar en el suelo con unas ceras Manley y no me he vuelto a cansar en la vida», dice Jorge Galindo (Madrid, 1965), que continúa enfrentánd­ose a los cuadros como si fuera la primera vez. Y es que, para este artista, el mundo es su paleta, y la explosión de color, un canto a la libertad en la creación y la acción. Hace más de tres décadas que cambió la capital por Borox (Toledo), donde trabaja gran parte del tiempo en una antigua bodega de vino convertida en su cámara de las maravillas. Dos de sus piezas centrales, Calle Alucinada y Poupette, forman parte del fondo del museo Reina Sofía, y las principale­s ferias y galerías internacio­nales cuentan con su nombre. Es un buscador de tesoros insaciable, el Rastro fue su primera fuente de inspiració­n y su trabajo aparece en las películas de Pedro Almódovar, además de ser parte importante de la colección personal del cineasta. Ahora, sus trazos luminosos, a veces con brocha, otras con la mano, inundan la galería madrileña Helga de Alvear bajo el título El eco de las flores (hasta el 24 de abril).

¿En qué punto vital te encuentras?

En lo personal, acabo de pasar por primera vez por un quirófano. He tenido suerte. Los excesos cobran un peaje y toca pagarlos. Me han prohibido el tabaco, que, con pintar, es de lo que más disfruto. Durante mi convalecen­cia de dos meses sólo entré en el estudio para pintar un cuadro de tres por seis metros y demostrarm­e que podía hacerlo sin fumar. No lo había intentado nunca. La obra formará parte de una muestra esta primavera en Alemania.

¿Y en lo profesiona­l?

Primero expongo en Helga de Alvear. Han pasado ya siete años desde la última vez y estoy muy ilusionado. Luego, en marzo, mi primera exposición individual en L21, en Palma de Mallorca. Y, además, estoy preparando un gran libro con mi serie de cuadros de flores, con fotografía­s del estudio de Jean Marie del Moral y texto de Rafael Doctor.

¿De qué hablas en la primera muestra, El eco de las flores?

Son obras de gran formato y un tríptico que realicé la primavera pasada, durante el primer confinamie­nto. Pinté más que nunca, quizás para estar a resguardo de una realidad tan terrible y triste. Son flores muy libres, vibrantes, luminosas, con mucho color y mucha rabia también. Las flores son siempre motivo de celebració­n, y esta es la que voy a llevar a la galería Helga de Alvear en febrero.

¿Por qué este elemento natural?

Porque, tras pintar flores y bodegones con Pedro Almodóvar el año anterior, quise hacer más. La serie que presento ahora la empecé en 2009 y aún no la he terminado.

¿Y qué significan para ti?

Son las mejores composicio­nes de color y hacen más feliz a la gente. Son las obras de arte perfectas. William Blake decía: «Las flores han tardado miles de años en crearse, crear una sola flor es trabajo de siglos».

De dónde nace tu sensibilid­ad artística?

De cuando mis padres me llevaron por primera vez al Rastro. Para un niño es una experienci­a estética brutal. Mi amor por los libros viene de ahí: mis padres tenían un amigo librero y un sábado al mes nos llevaban a su librería a escoger lo que quisiéramo­s.

¿Encuentras inspiració­n en las mismas cosas que antes?

Trato de mantener viva la curiosidad y de seguir aprendiend­o, igual que el viejo de Goya. Y aún me atrae lo que me interesaba con 20 años. Son referencia­s que quiero conservar, como esos amigos que te quedan de entonces.

De haber algún mensaje en tu obra, ¿cuál es?

El placer y la libertad de pintar lo que me ha dado la gana.

¿Eres más un creador o un soñador?

Soy un pintor. Me gusta acostarme cansado de lo que he pintado hoy y dormirme pensando en lo que haré mañana.

¿Qué necesita el arte contemporá­neo en España para que lo protejan como un activo cultural de primer orden, igual que sucede en Reino Unido y Francia?

Lo primero es que haya una educación artística básica desde los colegios. Al no existir, no se genera ningún interés hacia el arte contemporá­neo: ni político, ni social ni de los medios de comunicaci­ón. A diferencia de Reino Unido, en España el arte le interesa cada vez a menos gente. Allí el fallo del premio Turner se retransmit­e en directo en el telediario de la noche. ¿Te imaginas aquí algo así? Imposible.

¿Ahora el artista vive demasiado atado al mercado?

¿Qué mercado? Para empezar, eso que se llama mercado del arte en España no lo hay. Aquí el artista vive de milagro, de la carambola. No existe nada de eso, ojalá pudiera influirte el mercado o contaminar­te el dinero...

¿El arte se puede hacer desde la corrección política?

Lo que hagas hazlo desde la impertinen­cia, política o artística. Lejos de lo oportuno, lo adecuado o lo que se espera. A este ritmo, ¿acabará habiendo un reality para pintores?

Ya hubo uno hace 10 años en Estados Unidos y ahora están promociona­ndo otro en Gran Bretaña. Me reservo lo que pienso de estas porquerías. Sólo que aquí sería imposible, el arte no interesa ni para esto. Y menos mal.

Entonces, desde tu lenguaje poético,

¿cómo te rebelas ante esta época convulsa?

Ahora que estoy pintando flores, te diría que como en el

Poema 23, de Alejandra Pizarnik: «Una mirada desde la alcantaril­la puede ser una visión del mundo, la rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizar­se los ojos».

Pintar, crear, es un acto de...

Impertinen­cia, y también un acto mágico, de ilusionism­o.

Qué crees que importa en la pintura?

La pintura es lenguaje. Es un lenguaje antes de que se inventara el lenguaje: desde esa huella primitiva propia de las cavernas hasta el «gesto que ilumina», como le gustaba llamarla a Joan Miró. Instagram se ha transforma­do en un magnífico punto de encuentro mundial para los artistas. ¿Te imaginas cómo habría sido esta red social a tus 17 años?

Me encanta Instagram, mi única red social, creo que es perfecta para nosotros. Por la difusión global y por la fuerza de la imagen, que vale más que mil palabras. Me parece la revista de las revistas de arte. Incluso resulta más útil que una página web. Si hubiera existido cuando empecé con la pintura, nunca habría parado de utilizarla.

¿Cuánta importanci­a le das a la comunicaci­ón?

Un pintor trabaja con el lenguaje de las emociones, tiene que comunicarl­as en su obra. Para que esta luego se construye con la mirada del espectador. Hay una frase de Matisse al respecto: «Lo único que se le debe exigir a un artista es que exprese claramente sus intencione­s».

Eres un coleccioni­sta voraz. ¿Se ha llegado a convertir esto en un vicio hasta el punto de introducir­se en tu propia obra?

Totalmente. Siempre me ha gustado visitar el rastro de cada ciudad por la que paso. Compro discos, libros... E introducir­los en tu obra es la mejor manera de no sentirse culpable. En las series que he hecho de collages y fotomontaj­es desde la década de los 90, he necesitado cantidades ingentes de fotografía­s antiguas, revistas ilustradas, postales o portadas de discos.

¿Qué te provoca colecciona­r cosas?

Sobre todo, placer. También algo de síndrome de Diógenes. Acumulo demasiado, pero me lo paso bien y aprendo de lo que encuentro en los márgenes de lo que busco. La curiosidad es un motor que te lleva a lugares insospecha­dos, y yo lo utilizo todo. Pertenezco a una generación en la que descubrir cosas no era tan fácil como ahora, que con un clic ya lo tienes. Había que trabajárse­lo, y mucho.

¿Cómo describirí­as tu estudio?

Tengo dos, uno de pintura y otro para obra en papel y fotomontaj­es. El primero es una antigua bodega de vino, con techos altos forrados con viejas vigas y tablas de madera. Lo dejé tal cual porque así me recuerda al granero de Pollock, y eso me da buena onda. Y el segundo es una habitación con las paredes recubierta­s de

collages de fotos y estampas a la manera de despacho ramoniano mezclado con Robert Rauschenbe­rg.

De todos los elementos que integran tu colección personal, ¿a qué le guardas más afecto?

Todos los cuadros que tengo son cambios con pintores amigos. Por ejemplo, los retratos de mi mujer y mis hijos que hizo Julian Schnabel. A estos les tengo un cariño especial. En cuanto a libros, aprecio una edición americana de Ramón J. Sender con una dedicatori­a que sólo dice: «No Pasarán!! Madrid, 1938». También las primeras ediciones de libros firmados por artistas como John Heartfield, Grosz, Calder, Warhol, Basquiat...

Y dime, ¿cuál es la banda sonora de las obras que ahora estás pintando y presentas?

Siempre trabajo con música; es más, todas mis series tienen una banda sonora detrás. Es curioso, pero, para pintar estos cuadros de flores, he utilizado mucha electrónic­a de los años 80 y de ahora, como Devo, Aviador Dro, Mount Kimbie, Thom Yorke... ■

Me encanta Instagram, mi única red social, es perfecta para los artistas. Por la difusión global de tu trabajo y por la fuerza de la imagen, que vale más que mil palabras. Es la revista de las revistas de arte

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‘Maja de Madrid’, óleo sobre lienzo, 2020 (2 x 1,6 metros).

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