ELLE

La alegría

- Amaya Ascunce Directora digital de ELLE. ES

« No es propio de caballeros tener profesión » . Eso contesta el conde Aleksandr Ilich Rostov, ahijado de un consejero del zar, cuando le preguntan, en el juicio al que le someten los bolcheviqu­es, en qué trabaja. Esa frase resume el espíritu del protagonis­ta de esta preciosa novela: Un caballero de Moscú, de Amor Towles. « Era imposible molestar, interrumpi­r o fastidiar al conde Aleksandr Rostov cuando tenía 22 años. Porque cualquier aparición, comentario o suceso inesperado siempre era recibido como un espectácul­o de fuegos artificial­es en un cielo de verano: como algo ante lo que sólo cabía maravillar­se y aplaudir » . Gracias a un poema antiguo, el conde se libra de una condena a muerte, pero acaba obligado a vivir confinado el resto de sus días en el hotel de lujo Metropol, en Moscú, en frente del Teatro Bolshói. Desde las ventanas del edificio ve cómo cambia la vida fuera y dentro, cómo la revolución destruye a algunos de sus amigos y el mundo que él conocía: « Aunque no hayamos aprendido nada más – reflexionó la figura solitaria, esbozando una sonrisa irónica–, al menos hemos aprendido a hacer cola » . Aunque él no es un personaje de rumiar ni sufrir, de ninguna manera se trata de una novela triste. A todo se adapta y lo hace con sentido del humor: se tiene que trasladar de la suite principal en la que vivía rodeado de los muebles y objetos familiares a una habitación de 9 metros en la buhardilla y pasa de no hacer nada más que pasear por los pasillos y beber a acabar trabajando en uno de los restaurant­es del hotel. Y su mejor amiga es una niña pequeña, Nina, que vive también en el Metropol y que cambiará su existencia. Construye amistades, amores y enemigos entre las paredes del hotel y nada disminuye su saber estar ni su voluntad de que el mundo sea un lugar mejor. « Siempre era el primero en prestar un libro o un paraguas a un conocido ( pese a que ningún conocido, desde Adán y Eva, hubiera devuelto nunca un libro o un paraguas) » . Podría parecer un ingenuo y, en un planeta en el que el cinismo suele ser bandera de inteligenc­ia, su bondad parece desubicada. Él sigue « la máxima de Montaigne, según la cual la señal más clara de sabiduría era la alegría constante » . Ojalá 2024 tenga mucho de eso.

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